Llevas tiempo trabajando en el mismo lugar y, durante más de 8 horas te la llevas encerrad@ en ese espacio, contando minuto a minuto lo que falta para salir. Tratas de engañarte pensando en que es nada más que un medio para conseguir tus objetivos. Es la forma que tienes de conseguir recursos y de pronto te cae la teja de que, para lo único que te alcanzó, luego de todo el esfuerzo del año anterior, fue para unas vacaciones que tampoco fueron lo que te esperabas y que, más encima, tuviste que endeudarte, porque lo que ahorraste no fue suficiente.
Piensas en que tienes un montón de talentos que estás desperdiciando junto a un grupo de tarados que no te entienden. Los compañeros de trabajo te parecen cada vez más lejanos, al extremo de que ya no es tema el happy hour y evitas saludarlos, a menos de que te los topes de frente y el “buenos días” es completamente inevitable.
Más encima, no te suben el sueldo y no tienes para cuándo. Pero te consuelas pensando en que “está todo tan difícil”, en que “menos mal que, al menos, tienes pega” y cuando reflexionas sobre tu jefe te consuelas con el famoso “más vale diablo conocido que diablo por conocer”.
Lo cierto es que tu trabajo, aparte de ser una actividad remunerada que garantice tu estabilidad personal, no puede ser un tormento. Si tomas en consideración que ves más a tus compañeros de pega que a tu propia familia y amigos, entonces no puedes volverte carne de cañón, porque hay otros que sí disfrutan de su trabajo y que están creciendo a costa de tu padecimiento. Si no disfrutas lo que haces, el costo psicológico y de salud que vas a tener que asumir, se va a llevar todo tu sueldo en consultas al médico, ansiolíticos, relajantes musculares y copete o marihuana para evadir tu miserable existencia.
Hay 10 señales claras de que ya es hora de abandonar lo que estás haciendo. Si sabes que odias lo que haces, te vas a sentir identificado:
1.- Los pequeños problemas pasan a ser un drama y te gritan que tu vida es una mierda.
Que a la impresora se le acabó la tinta, que el reloj para marcar la entrada no funciona, tu compu se demora mil años en encender, no encuentras un archivo, te piden algo que no es parte de la rutina, que hay una reunión extraordinaria. Todo es una basura. No te pagan por eso. Viener recién entrando y piensas “ya necesito vacaciones”. Todo es peor de lo que te imaginabas y piensas que el universo está conspirando contra ti.
2.- Sueñas con tu trabajo. Y nada bueno. Tienes pesadillas constantes con persecuciones y explosiones. Despiertas sudado, con la sensación de que tienes que salir del país porque mataste a tu jefe a golpes con el teclado del computador. Mal. Ya es hora de salir de ahí.
3.- A pesar de que trabajas sentad@ te sientes infinitamente cansad@. Constantemente haces sonar el cuello, los nudillos, tratas de cambiar de posición, detestas tu silla y el dolor de cabeza no te deja en paz. También te duele la vista y culpas al ozono que liberan las pantallas. El viaje en transantiago es una mierda, de ida y de vuelta. Te haces adict@ a los ibuprofenos y los diclofenacos al extremo de que te cagaron el estómago y ahora tienes que sumarle a tus remedios el omeprazol. Si sigues así, luego llegarán los ataques de pánico. Esta es una de las alertas más potentes.
4.- Tu vida personal se está yendo a la basura. Y es que estás tan cansad@ que ni siquiera tienes ganas de meterte en la cama con alguien animado. Sólo esperas tu almohada y el silencio de tu pieza. Odias que tu familia o tu pareja te cuente de su día laboral (que, por lo general es más mierda) y sabes que no puedes ir a tomarte una chelita, porque las cañas son cada día peores.
5.- Sacas la vuelta. Sabes que no habrá aumento de sueldo en un millón de años. No hay un desafío que valga la pena ya te diste cuenta de que, a pesar de que te esfuerzas y haces bien las cosas, nadie lo nota. Sólo te hablan cuando te mandas alguna cagada. Entonces, optas por sacarla fácil. Te vuelves transparente para llamar lo menos posible la atención. Cumples estrictamente con lo que está en el contrato y te amparas en la rutina, que se ha convertido en una aliada para conseguir tu sueldo con el mínimo esfuerzo.
6.- Te das cuenta de que tus compañer@s te miran como lo más amargo de la oficina. De ser la persona que organizaba la pichanga o la ida a la salsoteca el viernes, ya no quieres nada. Y si hay una reunión o una comida de pega, pones cara de pico. Tratas de excusarte y tu cara de pico se vuelve peor cuando te enrostran que es de carácter obligatorio. De pronto, ya se te olvidaron los nombres de los hijos de quienes trabajan contigo. Delegas lo más que puedes y usas zapatillas de clavo, por lo que ni siquiera te despides. De pronto te das cuenta de que cuando te acercas a la cocina a preparate un café, la gente que está a tu alrededor se queda callada y te mira con desconfianza. Peor si hay algún matón que te tira una talla pesada, de la que todos se ríen, o simplemente te insultan.
7.- Sales cada media hora a fumar. Y lo peor es que no fumas. También alegas colitis para ir al baño, y te llevas el celular para demorarte, como mínimo, media hora.
8.- Comienza a darte la neurosis del domingo. A eso de las 6 de la tarde te comienza a dar angustia. Mientras preparas tus cosas para el lunes, estás cayendo en una oscuridad sin retorno. Te sientes como cuando ibas al colegio y te das pena, porque esa sensación ha vuelto a tu vida.
9.- Comienzas a desconfiar de la ética de tu empresa. “El que sabe sabe y, el que no, es jefe” se vuelve tu premisa. Desconfías de que se están tomando buenas decisiones respecto del manejo de la empresa y del personal. Estás convencido de que están engañando a la gente o de que están haciendo chanchullos fraudulentos. Encuentras chanta el servicio que entregan y tu sueño radica en ir a la inspección del trabajo para que los hagan mierda. Además temes de que te puedan estar metiendo en algún problema. Ese es un indicador, también clave. Y te puedes evitar remordmientos posteriores.
10.- Ya te fuiste. Generalmente, cuando estás hart@ de tu trabajo, llega el desapego y la desconexión. Es el síntoma que precede a la decisión de cambiar y de partir de cero. Este debe ser el mejor síntoma ya que indica que “ya estás list@”. Sin embargo, los espacios de confort nos llevan a alargar ciertos procesos de manera innecesaria.
Es sabido que, si trabajas en lo que amas, dejarás de verlo como un trabajo. Por lo mismo hay más dedicación y esfuerzo y eso te lleva necesariamente a ser “el mejor”. Si tienes un trabajo de mierda, vas a ser mediocre el resto de tu vida y, cuando cumplas 30 años de servicio, lo único que te van a dar, va a ser un galvano de mierda que no sirve para nada y un reloj de la institución. Si te quieres conformar con eso, bien por ti. Pero lo dudo.
En Chile hay malas prácticas laborales. Eso no es un secreto para nadie, pero eso pasa porque tú lo permites. Es cierto que los trabajos no están a la orden del día, pero tampoco te estoy diciendo que agarres tus cosas, que te pegues a tí mismo como Edward Norton en el Club de la Pelea y te vayas. Cambiarse de trabajo es algo que se puede planificar y hacer de buena forma. Puedes juntar dinero para vivir modestamente dos o tres meses, mientras encuentras lo que esperas. Puedes comenzar a trabajar en un buen CV, hacer gestiones con quienes ya conoces, concretar entrevistas que siempre puedes disfrazar con una ida al médico o pedir un día administrativo. Es cosa de programarse. También hay agencias de empleos a las que puedes ir a dejar tu CV y ellos se encargarán de llamarte si surge algo que se acomode a tus expectativas. Todo con tal de que dejes de reclamar y de ser profundamente infeliz.
En Twitter: @AngelaBarraza