Hasta hace algunos meses los medios criollos pontificaban con el espectacular crecimiento de Dubai, un proyecto inmobiliario dantesco en pleno desierto estimulado por el neoliberalismo mundial. La semana pasada el emirato anunció que no puede pagar sus compromisos financieros, dando inicio a la segunda ola de la crisis financiera global con la banca anglosajona y los países ricos en bancarrota.
Como era de esperarse, estalló la burbuja inmobiliaria en Dubai, capital financiera neoliberal (eminentemente británica) del Golfo Pérsico, a nuestro juicio, la principal fractura tectónica geopolítica entre el G-7 y el RIC (Rusia, India y China), quienes libran la batalla final por el control de los hidrocarburos.
La crisis de Dubai –que pudiéramos bautizar como el efecto de la alfombra voladora que los piratas financieros británicos inventaron como otro cuento neoliberal adicional a Las mil y una noches– representa la metáfora del anuncio y/o inicio de la segunda ola de la crisis financiera global, de origen anglosajón, que se subsume en la crisis inmobiliaria comercial por explotar, acompasada de la opacidad contable de los ominosos derivados financieros especulativos credit default swaps (CDS), seguros contra las quiebras cuyo monto supera todo el PIB global: la verdadera espada de Damocles que pende sobre el mundo financiero.
Quebrados los bancos (básicamente, el G-7 y sus paraísos tropicales), ahora sigue la bancarrota de los gobiernos (Ambrose Evans-Pritchard, The Daily Telegraph, 30/11/09), cuando la crisis fiscal pisa la sombra de la crisis financiera que ya es económica, energética, alimentaria y climática y que hemos denominado la crisis multidimensional, que más bien constituye un cambio civilizatorio de paradigma.
El emirato de Dubai forma parte de la federación Emiratos Árabes Unidos (EAU), antigua colonia británica en la parte occidental del superestratégico Golfo Pérsico y conocida hasta inicios del siglo XX como la Costa de los Piratas (la actividad sempiterna de los anglosajones: ayer con los barcos, hoy con los bancos), y creada dos años antes de la crisis del petróleo de 1973.
De los siete emiratos unidos (con un territorio de 83 mil 600 kilómetros cuadrados y 6 millones de residentes), dos marcan su ascenso y decadencia: 1) Abu Dhabi (67 mil 340 kilómetros cuadrados y cerca de un millón de residentes), su capital política, industrial y cultural, y 2) Dubai (4 mil 114 kilómetros cuadrados con alrededor de 2.2 millones de residentes), su centro financiero (sic), comercial y turístico (de corte entretenimiento), dotado de miríficos puertos y aeropuertos.
La historia de los dos emiratos es antagónica, repleta de querellas intestinas, y se encuentra gobernada por dos primos de las tribus de los nahyan (Abu Dhabi) y los maktoum (Dubai), pero con rumbos económicos y financieros antipódicos.
Dubai carece prácticamente de petróleo, que le sobra a Abu Dhabi (la sexta potencia mundial), y se consagró frenéticamente a la especulación inmobiliaria contra todas las leyes gravitatorias (que incluyen la torre más alta del mundo) y con proyectos extravagantes en pleno desierto donde domina(ba) la banca británica (con 120 mil ciudadanos de cuello blanco).
Graham Ruddick (The Daily Telegraph, 30/11/09) expone que 40 por ciento (sic) de las oficinas están desocupadas. ¿Se convertirá Dubai en otra ciudad fantasma del neoliberalismo británico?
EAU exhibe una bomba demográfica y de desequilibrio de género, concentrada en Dubai, la ciudad de todos los excesos: casi tres hombres por cada mujer en el grupo de los 15 a los 65 años.
De sus 6 millones de residentes, 83.5 por ciento son foráneos (¡súper-sic!) –en su mayoría trabajadores expatriados de la construcción, provenientes de India (¡1.7 millones!), Pakistán (1.2 millones), Bangladesh (medio millón), Irán (muy numerosos, pero curiosamente indefinidos) y el sureste de Asia–, mientras el restante grupo minoritario de 16.5 por ciento son originarios de los siete emiratos (Arabian business.com, 7/10/09). Todavía está por escribirse la surrealista narrativa demográfica neoliberal, no pocas veces inhumana, de Dubai, capital de la concupiscencia global.
Con notable excepción de Daily Mail (27/11/09) y The Daily Telegraph –quienes advierten sobre las grandes pérdidas que han sufrido los bancos londinenses Barclays, RBS y HSBC, por su lujurioso financiamiento a los proyectos megalomaniacos de Dubai–, la prensa británica en su conjunto, en particular The Financial Times y The Economist (los dos portavoces del neoliberalismo global), padecen el síndrome de la negación y se dedican a vilipendiar a los sátrapas medievales de Dubai.
Liz Hazelton, del Daily Mail, comenta con pulcritud que las pérdidas de los bancos londinenses son particularmente alarmantes después de los varios rescates por los contribuyentes en el pasado año y medio. Agrega impecablemente que Dubai, en caso de ser rescatado por el petróleo de Abu Dhabi, deberá abandonar un modelo (sic) económico enfocado en desarrollar trozos de desierto con dinero y mano de obra del extranjero. Buen punto: es el modelo neoliberal de Dubai, un paraíso fiscal de la lascivia convertido en alfombra voladora inmobiliaria por la piratería financiera británica y el neoesclavismo obrero, que sucumbió en el desierto, mientras Abu Dhabi, que también saldrá averiado, podrá salvarse gracias a sus fondos soberanos de riqueza (WSF, por sus siglas en inglés) por casi un billón de dólares.
El rotativo oficioso chino People’s Daily Online (30/11/09) coincide con Daily Mail sobre la identidad de los bancos londinenses perdedores y comenta la concupiscencia consustancial al alma anglosajona en su exposición al riesgo financiero en Dubai: en primer lugar Gran Bretaña (la mitad de la deuda), seguido por Estados Unidos (el 10 por ciento); en su conjunto Francia, Alemania, Japón, Holanda y Suiza equivalen a la deuda de Gran Bretaña. ¿Fue Dubai un proyecto estratégico del G-7 con alcances geopolíticos para extraer, mediante la alquimia financiera, los cuantiosos ingresos petroleros de Abu Dhabi, al que hasta plantas nucleares civiles (sic) llegaron a estar dispuestos a vender sin escrúpulos?
Mientras Roula Khalaf, de The Financial Times (29/11/09), implora el rescate de los países del Golfo ricos (sic) en petróleo (¡súper-sic!), Patrick Seale (International Herald Tribune, 30/11/09) –para nuestro gusto el óptimo analista británico de la región– considera correctamente que ha sido golpeado el golfo árabe (sic), que no pérsico, en su totalidad –léase: las seis petromonarquías árabes del Consejo de Cooperación del Golfo que busca(ba)n crear su divisa común– y hasta ha propinado un golpe doloroso al mundo árabe entero.
El veterano periodista Seale expone la singular localización de EAU: “encrucijada (hub) del comercio y las finanzas (sic) internacionales entre el este y el oeste” y estrecha relación mercantil con Irán (¡súper-sic!), su vecino a vuelo de pájaro. Todo ello ha sido estropeado por la presión estadunidense a los bancos internacionales por negar créditos a Irán, lo cual ha obstaculizado tal comercio y ha sido sin duda (sic) un factor, aunque menor, en el desencadenamiento de la presente crisis financiera. La solución del pleito de Occidente (sic) con Irán podría ser la gran ventaja (sic) de Dubai.
Entonces, ¿qué hay de trascendental detrás de la quiebra de Dubai en esta coyuntura, en cuyo rescate participan en forma perturbadora los banqueros esclavistas atávicos Rothschild (ver Bajo la Lupa, 8/7/09)?
Alfredo Jalife-Rahme
La Jornada