Las iluminaciones de Patti Smith

Notablemente influida por Jim Morrison, Jimi Hendrix, o Los Rolling Stones, Patti dio el gran salto cuando publicó su álbum debut Horses, en 1975

Las iluminaciones de Patti Smith

Autor: Arturo Ledezma

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No se puede subestimar la influencia de un libro en una adolescente que no ha cruzado la frontera de los 17 años. Sobre todo si  la adolescente se llama Patti Smith y el libro Iluminaciones. Estamos en 1962.  Co­­mo se sabe, en Estados Uni­dos el rock and roll ya había comenzado a estremecer la nación, los escritores beatniks echaban por tierra los dogmas vomitando  textos ácidos e infestados con  historias de los bajos fondos,  y más tarde los cimientos del país se removerían por la eclosión cultural y política que fue el mo­vimiento hippie.

Por esa misma fecha, en una escuela secundaria una mu­chacha desgarbada y delgada —muy delgada—,  anda a la ca­­za de un novio. Y no lo en­cuentra. O mejor dicho, no lo encuentra en el mundo de los vivos. Pero nada más abrir Ilu­minaciones, el innovador libro del célebre Arthur Rimbaud, Patti Smith quedó subyugada por los oscuros encantos de un es­critor que sangraba en cada texto y comenzó a alucinar con los versos del poeta maldito francés y,  como su ídolo, eligió dedicarse a explorar los callejones más sucios, y oscuros del alma humana.

No era fácil ser Patti Smith en aquel mo­mento. La in­ci­pien­­te artista, nacida en Chicago, el 30 de diciembre de 1946, venía de una formación religiosa (su madre era testigo de Jehová) y la literatura se in­trodujo en su piel como una inyección de adrenalina y le pavimentó el camino para cambiar las reglas del juego  y echar hacia lo más profundo  del océano las ataduras morales con las que la sociedad quería llevarla por el buen camino, según los códigos más ortodoxos de la época. Pero no.

Ahí estaba Rimbaud para iluminarla y Patti Smith no dudó en devorar un reguero de palabras que le servirían de fuente de inspiración  y que definieran a la  explosiva artista que llegó después. Una artista revolucionaria, insolente y vital que con sus primeros alaridos de poeta salvaje hizo sonar las campanas en el underground que avisaban de la proximidad de un tren descarrilado que colisionaría contra las puertas de la escena subterránea, en la forma de una mujer de rostro pálido, pe­lo negro sobre los hombros, una mirada de pocos amigos y un aspecto totalmente andrógino.

No sorprendió a nadie que Patti Smith entrara al mundo del rock por la puerta de la literatura. De la poesía. De performances que se fueron convirtiendo, gracias a su conceptual dramatismo, en una sensación en la agitada bohemia neoyorkina, donde desembarcó tras abandonar su ciudad de origen en 1966. Tanto que en una de sus lecturas, que, de más está de­cirlo,  atraían a la crème de la crème de los personajes que deam­bu­laban por los predios del arte de la época, (léase Joey Ra­mone, Andy Warhol, entre  mu­­c­hos más),  un fascinado William­ Bu­rrou­­ghs se gastó una frase para los libros. “Es una estrella”, señaló el beatnik y sentenció, sin proponérselo, el futuro de la femme fa­tale del punk. Pero ella no estaba dispuesta a agitar solamente los vientos de la poesía, aunque se estrellaran contra la ventana con la fuerza del más grande los huracanes. Así llamó a un guitarrista para sus performances que de a poco adquirieron el cariz de un concierto de rock.

Más tarde se fueron subiendo al tren otros músicos que le ponían sonido a sus lecturas pú­­­blicas que cada vez eran más salvajes, más auténticas, más chocantes. Cuando terminaba un poema rompía la hoja entre alaridos y parecía que des­cendía al mismo infierno, como si persiguiera en cada momento ofrecerle una ofrenda a su ídolo francés. Pero  en su caso no se trataba de echar mano a los resortes más co­munes de  la irreverencia para atraer más público, sino de la necesidad de crear otra manera de entender el arte, de fundar algo nuevo, de demostrar que el rock para que sea también tiene que desprenderse  de las mismísimas entrañas.

Notablemente influida por Jim Morrison, Jimi Hendrix, o Los Rolling Stones,  Patti dio el gran salto cuando publicó su álbum debut Horses, en 1975, producido por John Cale, uno de los fundadores de The Velvet Underground. El disco constituyó un desafío desde que abre con aquel verso de “Jesús mu­rió por los pecados de alguien, pero no por los míos” y  fue  un punto de quiebre en la contracultura con canciones como Gloria, Free Money o Re­don­do Beach. Por otro lado, el ál­bum alcanzó una connotación mítica gracias también a su foto de portada,  tomada por el influyente Ro­bert Mapplethorpe.

En ella aparece una Patti Smith con una provocadora fi­gura en la que no se puede delimitar si es hombre o mujer, alejándose así  de los cánones im­plantados por las rock star de vidriera, que explotaban su sen­sualidad pa­ra enganchar al pú­blico y hacerle sin tapujos guiños al corporativismo con el fin de vender más discos. Con Horses sen­tó las bases de un estilo iné­dito has­ta entonces y fue proclamada definitivamente en los altares del rock como la madrina del punk. Ya destapada la caja de pandora, Patti pu­blicaría luego en la década del 70 tres discos que cargaban con historias que mostraban la ca­ra b de la sociedad es­ta­dou­ni­den­se, co­mo  Radio Ethiopia­ (1976),  Eas­ter (1978) y Wave (1979).

Tras un periodo de retiro espiritual con su esposo, el guitarrista Fred “Sonic” Smith, de los MC5, la madrina del punk volvió a los escenarios en los años 90, publicando, entre otros,  discos como Gone Again ( 1996) y Peace and Noise (1997) y Banga (2012).

En el presente, La Smith, de 69 años, que en el 2005  obtuvo la distinción de Comendadora de la Orden de las Artes y las Letras de Francia, y en el 2007 entró en el Salón de la Fama del Rock, continúa dan­­do muestras de lo que es ser una verdadera re­pre­sen­tante de punk sin artificios ni impostaciones, co­mo se podrá ver en la gira mundial  que anunció el pa­sado año pa­ra celebrar los 40 años de Horses, el disco que la hizo despegar desde las profundidades hacia el olimpo del rock.

Como anécdota,  podemos men­­­cionar que Patti Smith es­tuvo cerca en una ocasión de llegar a Cuba como invitada al festival Peace and Love, según me comentó X Alfonso en una conferencia de prensa, pero los trámites al final no se llegaron a concretar. No obstante, quizás alguien pue­da decirle a la ma­drina del punk que en Cuba cuenta con no pocos seguidores, sobre todo aquellos con una vida anterior al rock cocinado en los grandes almacenes y al punk corporativizado. De todos modos ahí permanece su música que, entre otras cosas,  enseñó que las mujeres no son se­gun­das de nadie cuando se trata de arder en el fuego del punk y  de llevar en las venas las iluminaciones de Arthur Rim­baud.

por Michel Hernández en Granma


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