Las acusaciones peruanas respecto a un eventual caso de espionaje en que estarían involucrados agentes chilenos e informantes peruanos admiten muchas interpretaciones, pero en el caso veremos la perspectiva chilena.
Es cierto que todos los países espían a sus potenciales enemigos, y sin lugar a duda, los hechos nos demuestran que Perú es un eventual enemigo de Chile, y que la hipótesis de guerra entre Perú y Chile no es una fantasía. En los tiempos precolombinos el imperio Inca llegó a extender sus dominios hasta el Río Maule. Con posterioridad, el 20 de agosto de 1820, frente al hecho de que los peruanos no se independizaban, porque no querían hacerlo, desde Valparaíso zarpó la Escuadra Libertadora, en 1836 se produce la guerra del Pacífico, y con posterioridad una accidentada historia, que tiene entre sus hitos el Tratado de Ancón en 1883, en 1929 el Tratado de Lima, mediante el cual Chile cede al Perú Tacna, y recién el año pasado, producto de una denuncia peruana contra Chile, en la Corte de la Haya, se resuelve la delimitación marítima entre ambos países, y en la actualidad Perú reclama un triángulo de 37.610 metros cuadrados al sur y al oeste del hito 1. No está de más señalar que cada uno de estos hitos históricos tiene una componente de armamentismo y de incidentes de espionaje. Sucede que todas las armas y todos los soldados y todo el entrenamiento de nada sirven si no se sustentan en la información del eventual enemigo, y esa información se denomina inteligencia.
En este último incidente de espionaje, todo indica que no se trata de algo puntual, porque la red denunciada por Perú, tiene una larga data, esto es de más de 10 años y que los informantes peruanos, ocupaban cargos que les permitían acceder a información muy sensible, porque el suboficial Alfredo Marino Domínguez se desempeñaba como analista de inteligencia y, por ende, tenía acceso a información vinculada a la planificación de guerra de la Marina de Guerra del Perú, a las definiciones de los objetivos y blancos de los potenciales enemigos, y a la información respecto a las capacidades de esos potenciales enemigos. El otro suboficial, Johnny Richard Philco, era operador de telecomunicaciones, y por ende tenía acceso a los códigos y claves de la Marina de Guerra del Perú. En síntesis, el país recolector de esa información conocía la planificación de guerra peruana, y descifraba sus comunicaciones, lo que le permitía predecir los movimientos de sus fuerzas. No está demás señalar que la obtención de este tipo de inteligencia, no corresponde a una obra de la casualidad, sino al esfuerzo metódico, durante muchos años, y a la explotación sistemática y racional de los informantes, algo que exige mucho profesionalismo, porque la información es poder.
Todo indica que los informantes fueron descubiertos, porque la fase de entrega de la información se realizaba en el extranjero, en países limítrofes al Perú, esto es en Argentina, Brasil, Bolivia y Chile, y que la razón por la cual la red fue descubierta se debe a que los informantes salían del Perú una vez al año, como promedio, algo que no es normal en un empleado público, y menos en un militar, y algo que genera envidia, y como derivada instantánea, mucha sospecha. Se entiende así, que la inteligencia recolectora, privilegió la seguridad de sus agentes, y, como corolario, despreció la seguridad de sus informantes. Se puede deducir también que la inteligencia peruana, antes de denunciar estos hechos a la justicia militar peruana, comprobó, prácticamente, la culpabilidad de los informantes, mediante la entrega de información falsa, fotografiando dicha entrega, siguiendo a los agentes chilenos recolectores, y revisándoles sus enseres personales, inter alia, su documentación de viaje, lo que permitió conocer a la inteligencia peruana la identidad real de los agentes, que casi al igual que el caso de espionaje en el consulado de Argentina en Punta Arenas, de noviembre de 2003, portaban pasaporte y/o carné verdadero. Es este el contexto que permite comprender las acusaciones del Perú contra Chile, y que en Chile han pasado casi inadvertidas, opacadas por los casos tipo Penta.
Así, las declaraciones del presidente peruano y las protestas de Torre Tagle, no corresponden a un ataque contra Chile, para hacernos aparecer como malos vecinos, ni son una estrategia para debilitar nuestra posición política, en un momento en que se debate, en la Corte Internacional de Justicia, la demanda marítima boliviana, sino a la necesidad de mostrarse enérgico, frente a una vulneración grave de su seguridad nacional, para aplacar su frente interno.
Las lecciones que nos deja este incidente no son veniales, porque el país recolector de la información perdió una importante y antigua red de inteligencia, que proporcionaba información que contribuía a ganar una eventual guerra, simplemente, por sobre explotación, y falta de profesionalismo, en los niveles políticos de control y estratégicos de las fuerzas armadas, porque los agentes recolectores eran empleados públicos, que viajaban muy seguido a Río de Janeiro, con su identidad verdadera, a juntarse con sus informantes peruanos, y estos últimos viajes generaron envidia o sospecha, o las dos anteriores.
*El autor es abogado, magíster en ciencia política y subespecialista en inteligencia naval.