Un curandero aymara relata su experiencia con los desastres sufridos y cómo el secreto de los amautas y ancestros hubieran prevenido los incidentes.
Masticando las sagradas hojas de coca, el qulliri o curandero aymara Carlos Yujra Mamani reniega al ver lo que un día fue Callapa y el Valle de las Flores, dos barrios de la ciudad de La Paz que quedaron desiertos tras el megadeslizamiento del 26 de febrero de 2011.
El deslave enterró al menos 250 casas, donde vivían más de 1.000 familias, y dejó en la calle a 5.000 habitantes del este de La Paz, en la zona conocida como Pampahasi.
Donde un día estaban las dos villas, sólo queda un par de casas a punto de caer, la máquina municipal aplanó el sector y únicamente el polvo recorre el paraje sin árboles y a casi de 4.000 metros de altitud.
Si tenemos una ‘pradera frágil’ o Pampahasi, un río que se llama Chullunkani y quiere decir ‘río congelado’ y Callapa que significa puente, tarde o temprano iba a pasar algo en esa zona
Cuatro años después del desastre natural , Yujra no cree que haya caído una maldición, pero está seguro de que si se hubiese hecho caso a los «geólogos aymaras» se habría podido evitar esta desgracia y otras similares.
«No hicimos caso a nuestros abuelos, construimos desordenadamente donde no se debía y ahí está la realidad, más de 200 familias quedaron sin casa», dice Yujra, un curandero tradicional de 56 años, que apela a las hojas de coca para curar males y que vive a unos 50 metros del precipicio que dejó el deslave.
En Bolivia, Perú y Chile, cerca de dos millones personas hablan la lengua aymara, una cultura precolombina que ha sobrevivido hasta hoy y que busca recuperar la sabiduría ancestral.
Por eso Yujra está molesto, porque si bien antes no existían geólogos en esa cultura prehispánica, los amautas y yatiris o sabios -como ellos los llaman- advertían a sus pobladores sobre dónde se podía construir.
«Pagando el desprecio a la cultura aymara por largos años, construimos casas aquí en Pampahasi, sin atender a que su nombre mismo avisa que esta zona es una ‘pradera frágil’, que se mueve. Pero continuamos y se vinieron abajo las casas del lugar y también las de Callapa, Valle de las Flores y Kupini», enseña mientras observa al fondo un valle baldío, cuyos antiguos pobladores debieron ser reubicados en otros barrios en La Paz.
A principios del siglo pasado, Pampahasi era uno de los sitios más grandes de pastoreo de vacas, llamas y ovejas y las construcciones aquí eran escasas. No obstante, el crecimiento urbano no se detuvo y la ‘pradera frágil’ se convirtió en una de las zonas más pujantes de la urbe.
«Tengo 75 años y recuerdo que aquí las vacas producían la mejor leche que después se vendía en los mercados paceños», le dice a BBC Mundo el anciano Félix Huanca, un poblador de Pampahasi.
La urbe crece
Yo tuve que abandonar mi casa, porque el granizo y las permanentes lluvias remojaron mis paredes, indica Severo Guarachi, poblador de Cotauma, que quiere decir «lago con agua» en aymara.
Tras la Revolución de 1952 en Bolivia, muchos campesinos del altiplano paceño emigraron hacia la ciudad y así empezaron a crecer los nuevos barrios.
Apareció Ch’ijini, un sector donde los pastizales eran inmensos y ahora es una zona próspera donde se asentaron vendedores de línea blanca que traen sus productos desde Arica e Iquique.
Nació también Cota Cota (que en realidad se escribe Quta Quta y significa «lago» en aymara porque en el lugar había al menos tres lagunas) y el barrio obrero de Achachicala (o «lugar donde abundan las piedras gigantes» que traía el río), mientras que el sector donde, según las crónicas, había un lago embrujado, o Laikaquta, se convirtió en una prolongación del naciente Miraflores, uno de los barrios de clase media de la ciudad.
También se construyeron casas en la peligrosa zona de Cotauma (o Qutauma: quta, que es lago y uma, agua).»Es Qutauma porque la leyenda dice que estas vertientes de agua nacen en el lago Titicaca (a unas dos horas de La Paz) y están comunicadas con acuíferos de este lugar», le explica a BBC Mundo Laureano Cristóbal Julián, presidente de la asociación de cooperativas de agua, que surte a unas 10.000 personas en ese barrio.
Aquí muchos vecinos sufren porque cada año, por las lluvias, Cotauma se inunda. «Yo tuve que abandonar mi casa, porque el granizo y las permanentes lluvias remojaron mis paredes», dice Severo Guarachi, un antiguo poblador de este barrio del oeste de La Paz, donde, entre pendientes, se levantan casuchas mal construidas.
¡Se hunde!
El teólogo aymara Guiniol Quilla cree que se debería haber observado el significado de los nombres en aymara a la hora de edificar.
«Vea lo que sucede con Llujita (o Llojeta, como pronuncia): la misma palabra indica que ‘se hunde’ pero igual nomás han construido casas con el constante peligro de que se vengan abajo», puntualiza Quilla.
Otro barrio que en los últimos 15 años ha sufrido deslizamientos es Kupini (o Kopini), que según los aymaristas significa «que lleva algo oculto». «Ese algo oculto era el río Chullunkani, que desemboca en ese barrio que se remoja cada año», refiere el teólogo.
Lo mismo aplica al gran deslizamiento de Pampahasi: Yujra cree allí que se dio una combinación explosiva. «Si tenemos una pradera frágil o Pampahasi, un río que se llama Chullunkani y quiere decir río congelado y Callapa que significa puente, tarde o temprano iba a pasar algo en esa zona», considera Yujra.
Técnicos escépticos
Desde la Secretaría Municipal de Gestión Integral de Riesgos de La Paz, su director Vladimir Toro cree que los nombres aymaras no definen las condiciones cambiantes de un terreno.
«La geología de un terreno va cambiando constantemente y las condiciones hidrológicas, litológicas y otras no son permanentes, por eso los nombres aymaras son solo referenciales», le dice el funcionario a BBC Mundo.
Edwin Jurado, exdirector del Servicio Geológico Técnico y de Minas de Bolivia, coincide con Toro. «Es una posición muy subjetiva, no científica. Es posible que el nombre aymara describa una característica, pero no es determinante y necesariamente se debe efectuar un estudio técnico y científico».
Mirada académica
Según el profesor de Lingüística Gregorio Chávez, de la Universidad Mayor de San Andrés, al menos cinco tesis se escribieron en esa casa de estudios sobre la toponimia y el significado de las palabras aymaras para nuestros tiempos.
El crecimiento de las ciudades fomenta las construcciones en zonas peligrosas
Y este conocimiento topográfico no es exclusivo de los aymaras. En febrero de 2014, diez personas fueron enterradas por un deslizamiento de tierra en la comunidad de Chullpa K’asa en Cochabamba, en el centro de Bolivia: el nombre del lugar significa «torre funeraria que se quiebra» en quechua, la otra lengua indígena más hablada en el país.
«Podemos aprender mucho de nuestros idiomas», sintetiza el docente Chávez.
En estos días en La Paz se discute cambiar el nombre de la plaza de Armas Pedro Domingo Murillo, un criollo paceño que lideró una revuelta antiespañola en 1809, por el de la heroína aymara Bartolina Sisa, quien lideró el cerco a La Paz en 1781 en un intento de resistencia ante los españoles.
Del mismo modo, Carlos Yujra Mamani insiste en que se deben rescatar los nombres indígenas a la hora de pensar el desarrollo urbano en una ciudad de al menos medio millón de habitantes.
«Nuestros abuelos tenían una íntima relación con los ríos, las montañas, las piedras, el sol, el cielo, la luna y las estrellas», indica el curandero detrás de su poncho rojo, el típico atuendo de los aymaras en Bolivia.
Fuente: El Sol, Bolivia