En su alocución dominical del pasado 8 de marzo, el papa Francisco quiso congraciarse con las mujeres del mundo, y no dudó en afirmar que “un mundo que margina a las mujeres, es un mundo estéril”. De inmediato, las agencias noticiosas y los medios de comunicación se encargaron de transmitir este mensaje, supuestamente como una muestra más del talante reformador del nuevo jerarca de la Iglesia Católica, y por supuesto, sin cuestionar en ningún momento la coherencia entre este discurso y la manera en cómo se trata a las mujeres en el seno de esta institución religiosa.
De acuerdo al diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, la palabra marginar significa “poner o dejar a una persona o grupo en condiciones sociales, políticas o legales de inferioridad”. Es decir, según el papa, un mundo que coloca a las mujeres en condiciones sociales, políticas o legales de inferioridad, es un mundo estéril, un mundo que no puede producir frutos o resultados positivos para quienes habitan en él. Excelente aforismo utilizado por el papa para ilustrar los resultados de la marginación de las mujeres que existe en la mayoría de sociedades actuales, PERO…. ¿Se podría aplicar la misma sentencia para calificar a la iglesia que el papa dirige?
La iglesia católica es una institución poderosa. Se estima que sus adeptos en el mundo suman casi 1,200 millones de personas, y que cuenta con una plantilla de 200 cardenales, 5,000 obispos, 410,000 sacerdotes, 55,000 religiosos, y 740,000 monjas.
El poder económico y financiero de esta entidad es incalculable. Sin embargo, se sabe que el Vaticano posee la segunda reserva mundial de oro después de la del tesoro de Estados Unidos, y que sus inversiones inmobiliarias y financieras, incluyen asocios con los mayores grupos financieros mundiales (Rotchild, JP Morgan, Credit Suisse y otros). Únicamente en Estados Unidos se calcula que el Vaticano tiene inversiones por valor de $500 millones en acciones de corporaciones como General Motor, General Electric, y Gulf Oil.
Este incalculable poder social y económico explica en buena medida la enorme incidencia que esta entidad tiene en los “asuntos terrenales”, que incluyen no solo la influencia del Vaticano en el rumbo de las políticas de los Estados sino también su influencia en las prácticas culturales, educativas y sexuales de millones de personas.
¿Cómo trata a las mujeres esta poderosa institución religiosa?
En primer lugar, pese a que las mujeres representan el 61% de miembros de las órdenes religiosas católicas, se les niega la posibilidad de llegar ser ordenadas en el sacerdocio, y por ende, se les inhabilita para ocupar un puesto en la compleja estructura eclesial, ya sea como obispos, arzobispos, cardenales o papas.
En segundo lugar, los hombres que forman parte de las órdenes religiosas católicas (jesuitas, franciscanos, dominicos, etc.) disponen de las facilidades para el desarrollo de su intelecto y para incursionar en ámbitos profesionales de prestigio social, como filosofía, física, biólía, sociología, medicina o economía En cambio, la trayectoria académica de las mujeres religiosas es más limitada, y salvo excepciones, se circunscribe a ocupaciones y profesiones “femeninas”, tales como la educación básica, los cuidados de salud, y el trabajo social comunitario.
En tercer lugar, la iglesia católica aún mantiene en su doctrina el estudio y enseñanza de textos que constituyen verdaderos ejemplos de violencia simbólica contra las mujeres y/o que reproducen y refuerzan los patrones de discriminación en contra de las mujeres.
Así por ejemplo, en la Biblia católica se puede encontrar el libro del Eclesiastés (o libro del predicador) que no omite pasajes de clara misoginia que alientan la discriminación de las mujeres en las familias y comunidades católicas. Por ejemplo, en la versión latinoamericana de la Biblia católica de este libro se lee:”La mujer es más amarga que la muerte; ella es para el hombre una trampa, su corazón es una red y sus brazos cadenas. El que agrada a Dios se escapa de ella, pero el pecador se deja atrapar”.(7:26).
De igual manera, en la galería de los llamados “doctores de la Iglesia”, se otorga un lugar especial a los escritos de Santo Tomás de Aquino y de San Agustín de Ipona, quienes sin ningún tipo de censura en pleno siglo XXI se dedican aún a menospreciar y a denigrar la imagen de las mujeres. ¿Habrá leído el papa Francisco el pasaje de Santo Tomás de Aquino en donde se cuestiona la utilidad de las mujeres cuando afirma “yo no veo la utilidad que pude tener la mujer para el hombre, con excepción de la función de parir hijos”?¿ Habrá reparado el papa que aún se encuentra en la bibliografía oficial de la doctrina católica el texto de San Agustín que acusa a las mujeres de la muerte de Jesucristo , y que afirma que “ las mujeres, sois la puerta del diablo; las transgresoras del árbol prohibido, sois las primeras transgresoras de la ley divina…. Por causa de vuestra deserción, habría de morir el hijo de Dios”.?
Por supuesto que la marginación de las mujeres no es exclusiva del catolicismo. Con mayor o menor medida se encuentra en otras religiones monoteístas que adoran a deidades masculinas, como en el caso del judaísmo o del Islam. Pero al menos, los jerarcas de estas instituciones religiosas no tienen la hipocresía de ver la paja en el ojo ajeno, para desviar la atención de la enorme viga que tienen en sus propios ojos.
por Julia Evelyn Martínez en La Haine