Costadoat, quien ejercía la docencia desde hace ya algunos años en la Universidad Católica, fue recibido por Ezzati el jueves 12 de marzo, en donde él mismo le informó que no le sería renovada su “misión canónica”, es decir, que no seguiría dictando clases en la universidad.
El sacerdote jesuita explicó los motivos de la decisión de su despido señalando, que “la única justificación aducida por Mons. Ezzati para esta medida es una tensión entre mi libertad académica y la libertad de la Facultad para tenerme a mí entre sus profesores. Según entendí, él estima que hay algunos alumnos que no estarían preparados para asistir a un curso de Trinidad y Cristología como el que yo imparto por una razón más bien pedagógica. No me hizo ningún reparo doctrinal. De haberlo habido, era ese el momento de plantearlo. Mons. Ezzati me recomienda desempeñarme como teólogo en algún lugar donde pueda hacerlo sin tensión”.
Frente a lo anterior, una lectura posible respecto a lo afirmado por Costadoat es que Ezzati persiste en pensar por otros y asumir, por ejemplo, que estudiantes mayores de edad y cursando una carrera de pregrado en una universidad de tradición, no serían capaces de enfrentar con mirada crítica y juiciosa una clase del profesor Costadoat ni ninguna otra que se instale desde la libertad pedagógica.
Justamente eso es lo peligroso, porque en tiempos de profunda deslegitimación de las instituciones, incluida la Iglesia Católica, gestos y actos como los de Ezzati simplemente mantienen el discutible estado de las cosas. El sacerdote jesuita comenta en su mensaje que “nunca los alumnos se habían quejado por haber ejercido mi libertad para enseñar. La evaluación que ellos han efectuado después de los cursos, que se me ha comunicado oficialmente, ha sido en veinte años de docencia consistentemente positiva. Muchos son los estudiantes que se han mostrado agradecidos de la forma como he enseñado”. Entonces, si existe un reconocimiento por parte de los protagonistas del ejercicio formativo, es decir de los estudiantes que son alumnos del jesuita, ¿por qué desvincularlo de su correcta labor académica?
Y eso no es todo, porque hay más muestras de reconocimiento y de respaldo a la situación de Costadoat: primero, la circulación de una carta de protesta firmada por 60 académicos de esa casa de estudios, en donde expresan su gran preocupación, especialmente en lo que se refiere a la libertad de cátedra con el que debe contar un profesional de la Educación y que a la larga, es el elemento que finalmente lo define y diferencia como formador respecto al resto; y segundo, el comunicado emitido por el Centro de Estudiantes de Teología de la PUC, en donde declaran que ellos no supieron de esta decisión de manera formal y que este lunes, informalmente se enteraron de la salida de Costadoat por decisión de Ezzati y tras una posterior reunión con el Decano, resolvieron en la semana “informar a la Federación de Estudiantes de la Universidad Católica sobre la situación que aqueja al profesor Costadoat, vinculada con la libertad que afecta al ejercicio docente de nuestros profesores”.
Cuando decanos y autoridades han reconocido el trabajo del docente y aún así persiste la decisión de su despido no queda más que volver a poner en tela de juicio las determinaciones de esta Iglesia, específicamente de su Cardenal, el que ha alimentado este juicio asumiendo posturas nefastas como demonizar el hecho de que el Estado sea el principal responsable de la educación o las impresentables omisiones desde su cargo frente a los delitos sexuales protagonizados por sacerdotes y autoridades eclesiásticas.
El caso de Costadoat, sin proponérselo quizás, refuerza la imagen de una Iglesia alejada del sentir de quienes la siguen y de la nula sintonía que tiene con las demandas y necesidades actuales que tiene la ciudadanía, disociándose de su verdadero rol de acompañante juicioso en los distintos procesos que se viven. De cómo esta forma de Iglesia aleja a los suyos, se puede apreciar a través de las palabras del propio sacerdote despedido: “Me duele esta decisión por mí y por la universidad. Pertenezco a mis colegas y a mis alumnos. Siento por ellos un enorme afecto. No creo que en una universidad se pueda enseñar sin libertad”.
Declaración de Jorge Costadoat aquí