Hace apenas un mes el guion de la Cumbre de las Américas, que se efectuará en Panamá los días 10 y 11 de abril, era novedoso y previsible. Una foto en primer plano de los Presidentes de Cuba y los EE.UU (Raúl Castro y Barack Obama) dándose la mano, coordinando prioridades y seguramente acelerando temas bilaterales, y en cierta medida continentales por extensión, pero la inesperada decisión de Obama de declarar a Venezuela como un “peligro para la seguridad nacional” de su país ha convertido a este cita en un punto de desencuentro que refleja bien la actual confrontación regional.
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Hace ya más de década y media que América Latina viene siendo escenario de un interesante y novedoso proceso de intensas transformaciones que ha convertido en protagonistas de primer plano a un conjunto complejo y sumamente diverso de fuerzas políticas de izquierda y progresistas, sobre la base de sus movimientos sociales. En una complicada suma que va desde el nacionalismo, pasando por una peculiar social-democracia hasta una izquierda más intensa, una conjunción de factores han ido dibujando procesos nacionales, diversos pero con puntos de encuentro, que trabajan sobre la base de asumir la democracia con una amplitud que va más allá de lo electoral. Se puede afirmar que el subcontinente Latinoamericano ha conocido en un poco más de quince años su etapa de mayor transformación socio-económica y política desde su independencia inicial.
A Cuba, como tradicional bastión antimperialista y social, se le fueron sumando la Revolución bolivariana venezolana, los gobiernos progresistas de Argentina, Brasil o Uruguay y las victorias de la izquierda en Bolivia, Ecuador o Nicaragua, hasta cambiar la esencia de la correlación de fuerzas regional, a favor de la soberanía y en detrimento de la tradicional e indiscutible hegemonía norteamericana. Al calor de estos procesos nacionales, con un fuerte contenido social, las prácticas económicas fueron en muchos sentidos contrarias a las recetas neoliberales que se venden internacionalmente como religión indiscutible.
Aprovechando un largo ciclo de altos precios de las materias primas y los alimentos, unido a un redescubrimiento de los mercados internos, de la mano del aumento de los niveles de vida y de ingresos de amplios sectores tradicionalmente pobres y marginados, que al mismo tiempo que cobraban conciencia y protagonismo eran beneficiarios directos de una política económica donde ha primado la inversión social y una distribución más equitativa de la riqueza, una buena parte de la región ha reducido notablemente sus niveles de marginación social y económica, y ha conocido un crecimiento económico constante mientras la crisis internacional golpeaba duramente otras regiones supuestamente más sólidas.
Al calor de esta dinámica progresista, a la cual ni tan siquiera los gobiernos de la derecha tradicional, aliada de los EE.UU, se pudo substraer, nacieron organizaciones de integración regional y continental, seña de identidad de esta etapa: Mercosur, Unasur, ALBA y PetroCaribe, hasta llegar a la fundación de la CELAC, que incluye a todos los países del continente con la excepción, para nada casual, de los EE.UU y Canadá.
Sin embargo, una mirada panorámica de los últimos dos años del acontecer latinoamericano ofrecen pistas para pensar seriamente que estamos ante un escenario diferente, un cambio de etapa, donde va a primar una fuerte confrontación de intereses políticos, ideológicos y económicos. Las piezas del rompecabezas pueden parecer difíciles de ordenar en el listado de noticias diarias pero casi todas apuntan a una recomposición política y un rearme ideológico de las oligarquías tradicionales y de la hegemonía norteamericana de “patio trasero”, mediante movimientos electorales aparentemente nuevos y dinámicas económicas de supuestos crecimientos de la mano de aplicaciones neoliberales, acompañadas de un reagrupamiento de Gobiernos en esa misma línea, mediante la llamada Alianza del Pacífico (México, Colombia, Perú y Chile).
Base importante de este cambio son también los mercados internacionales, con la baja de precios de las producciones exportables latinoamericanas, que dejan al descubierto la fragilidad (pecado original) de unos procesos socio-políticos de transformación y cambio social basados esencialmente en distribuir riqueza, sin promover economías productivas con valor añadido, y reproduciendo además un modelo consumista. Es imposible mantener políticas sociales crecientes sin ingresos crecientes, eso es pieza clave.
En el campo político se podrían señalar muy claramente en ese sentido los recientes movimientos desestabilizadores en Argentina (caso “suicidio” fiscal Nisman) o las movilizaciones en Brasil contra la reelecta Presidenta Dilma Rousseff, pero solo son algunos ejemplos. Los EE.UU y sus aliados locales parece que no se resignan a perder democráticamente, y juegan con variables peligrosas, de ida y vuelta. En este contexto sin duda el caso más claro y riesgoso es el persistente intento de golpe permanente en Venezuela (con claro apoyo y financiamiento externo, en gran parte made in usa), seguramente esta es la pista fundamental para entender que los EE.UU y sus numerosos aliados (oligarquía locales, grandes medios, la Unión Europea, personalidades internacionales…) en realidad están a la ofensiva, intentando recuperar espacios perdidos, y no reparan en medios para lograr sus propósitos, sin medir siempre bien las consecuencias.
Seguramente en el otro lado de la balanza de acontecimientos se podrían situar el proceso de paz colombiano (ya en una etapa final) que se negocia en La Habana, firmemente apoyado no solo por toda la región sino también por el Gobierno los EE.UU, o el anuncio del re-establecimiento de relaciones Cuba-USA con sus posteriores encuentros y negociaciones, pero estas constataciones resultan contradictorias si se sitúan en un ámbito regional.
Si los EE.UU piensan reproducir con Venezuela lo que hicieron con Cuba, o si la “paz” es solo en determinados casos y momentos las noticias y acontecimientos toman otras dimensiones, quizás por eso mismo las palabras del Presidente cubano, Raúl Castro, en la última y muy reciente cita del ALBA en Caracas, sobre la base de una amplia experiencia sintetiza perfectamente todo un conocimiento histórico y político cuando refiriéndose a la declaración presidencial norteamericana de que Venezuela es un peligro a su seguridad nacional afirmó que: “demuestra que Estados Unidos puede sacrificar la paz y el rumbo de las relaciones hemisféricas y con nuestra región por razones de dominación y de política doméstica… Estados Unidos deberá entender de una vez que es imposible seducir o comprar a Cuba ni intimidar a Venezuela… no dejaremos nunca solos a nuestros hermanos de lucha”.
Tomando nota de la declaración cubana y del ambiente y reacciones al decreto de Barack Obama sobre Venezuela se puede afirmar sin mayores riesgos que la próxima Cumbre de las Américas que se reunirá en Panamá en días próximos, (y donde Cuba asiste por primera vez) debería haber sido la “foto” Raúl-Obama, una imagen que seguramente se dará y quedará para la historia, pero el foco principal de las noticias no será ese sino una confrontación, posiblemente muy dura y tensa, donde Venezuela será protagonista involuntaria de una enfrentamiento casi directo entre estas dos Américas que hoy conviven cada vez con más dificultad. Podríamos decir que esta reunión continental anuncia una nueva etapa, que va a estar marcada por un choque permanente, en lo político, ideológico, económico y de modelos. Un choque que se va a ir viendo como acontecimiento y en lo noticioso del día a día, y trinchera a trinchera.
Queda por ver si los protagonistas están dispuestos a asumir sinceramente la “clave” democrática, para poder mantener a América Latina como una zona de paz, tal y como declaró la segunda cumbre de la CELAC hace algo más de dos años en la capital cubana, o si este enfrentamiento tomará también otros caminos.
Por José M. Arrugaeta
Fuente: Rebelión