Respondiendo a The New York Times

Algo les falta decir a los análisis de The New York Times y The Washington Post sobre los casos de corrupción destapados en Chile. Al igual como en 1976 el economista Orlando Letelier advirtiera a la prensa norteamericana de que no se podía separar las políticas neoliberales de las atrocidades de la dictadura de Pinochet, hoy es importante aclarar que los casos Penta, SQM y Caval son efecto del modelo económico que dichos medios promueven para América Latina.

Respondiendo a The New York Times

Autor: Mauricio Becerra

NYT bachelet

Como ya es habitual en la prensa criolla, cuando grandes medios de países del capitalismo central publican simples noticias o reportajes sobre Chile, son reproducidos sin discusión alguna del sentido de lo que las noticias quieren instalar. Así ocurrió la semana pasada con dos artículos publicados por The New York Times y The Washington Post que daban cuenta de la caída de la popularidad de la presidenta Michelle Bachelet y los escándalos de corrupción de Penta, SQM y el caso Caval, en los cuales junto con la importante tarea de informar, se desglosan generalidades y juicios sobre el sistema político económico que separan dichos casos del modelo económico que los hizo posible.

“PRUDENTES POLÍTICAS FISCALES Y MACROECONÓMICAS”

Una nota firmada por Luis Andrés Henao, corresponsal en Chile de AFP, publicada en The Washington Post, el 8 de abril reciente, junto con dar cuenta de la erosión en la confianza de la ciudadanía respecto de los políticos y el empresariado, comenta que el país “es considerado uno de las economías mejor administradas en América Latina debido a sus prudentes políticas fiscales y macroeconómicas e instituciones fuertes”.

Calificar de prudentes una política fiscal reducida a un Estado subsidiario y preocupada de mantener índices macroeconómicos muy en sintonía con las oportunidades de inversión del capitalismo transnacional, resulta confuso en la interpretación de la crisis actual del sistema político chileno. Justamente esas políticas ‘responsables’ (que no define), seguramente deben ser la autonomía del Banco Central en la fijación de la política monetaria, un Estado que invierte lo mínimo y en lo ideal apegado a la regla del superávit estructural, que financia las arcas fiscales a través de impuestos al consumo en vez de a las grandes empresas y que en está abierto a la inversión extranjera, son en la realidad las condiciones que nos hicieron tragar como sentido común los ideólogos que orbitan en torno a la Escuela de Chicago.

Respecto de las ‘instituciones fuertes’, dejemos que Ricardo Lagos nos explique en qué consisten.

EL PAÍS PREDILECTO DE LAS INSTITUCIONES INTERNACIONALES

Más certero es el artículo publicado por The New York Times el pasado 9 de abril, titulado Chile se une a las naciones latinoamericanas sacudidas por escándalos, y firmado por Simón Romero, corresponsal para Brasil Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay del reconocido periódico norteamericano.

En un párrafo del artículo, Romero dice que Chile por largo tiempo estuvo ajeno a las agitaciones que sitúa como ‘propias’ de Latinoamérica, destacando su reputación como una de las naciones menos corruptas de la región. Pero ahora “una serie de escándalos impresionantes han agitado el sistema político, generando dudas sobre un país que ha sido el predilecto de las instituciones financieras internacionales».

La lectura de NYT evita decir que la corrupción en Chile está determinada por la cohabitación en el poder de los grandes grupos económicos y el binominalismo político derecha-Concertación (hoy Nueva Mayoría) durante décadas. El financiamiento del holding Penta al principal partido de derecha y el préstamo de Luksic a la nuera de la presidenta reflejan un estilo de hacer las cosas afincado en las altas esferas de poder, del que se aprovechan también las instituciones financieras internacionales y los grupos económicos del país del norte y de varios otros países. El favoritismo de las instituciones financieras internacionales que describe NYT es producto de un esquema de gobierno fundado en que las grandes empresas colonizan las funciones públicas y son el principal motor de la economía.

No se pueden separar las reglas del juego de las relaciones carnales entre grandes empresarios y el patriciado político. El intento acostumbrado de separar el modelo económico neoliberal de uno de sus principales efectos: la corrupción de las instituciones, resulta ser un ejercicio inocente.

La analista Naomi Klein ya reflexionó sobre el combate a la corrupción cono bandera de demanda política en La Doctrina del Shock, destacando que extrañamente su combate ha sido una bandera tomada por partidos de derecha para derribar rivales políticos. Klein destaca que en Rusia la corrupción principal se dio cuando se subastaron los bienes del Estado soviético. En ese remate se produjeron los casos de corrupción más groseros que dieron cimientos a la mafia rusa. Remates en que autoridades con sueldos de burócratas deciden a quien entregan la industria pesada, los bancos, el transporte público y hasta los servicios sociales. Los pocos compradores de tales bienes saben muy bien que el verdadero precio no estaba en las subastas, sino en las coimas a los funcionarios.

Un poco más cerca, en Chile, los escándalos de SQM y Penta no se pueden entender sin tirar el hilo que lleva a las privatizaciones en dictadura. Las donaciones transpartidarias de Julio Ponce Lerou o el favoritismo del grupo Penta por la UDI tienen como origen común la subasta de bienes públicos en las postrimerías del régimen de Pinochet.

Y no se trata de un pequeño grupo de empresarios sin modales. En tiempos de la hegemonía del Consenso de Washington las grandes corporaciones al momento de tomar decisiones de inversión en un país recurrían, y aún lo siguen haciendo, a las consultoras estratégicas que les mapean el territorio de los procedimientos legales y, obviamente, los no tan legales, para concretar sus inversiones. Una parte importante de las facturas de los negocios a futuro de las grandes transnacionales corresponde a sondear, delimitar y establecer las redes para conseguir decisiones favorables de los gobiernos a sus intereses.

El esquema funciona de tal forma que el propio embajador norteamericano en Chile en 2009 Paul Simons hizo gestiones con los más altos cargos de la administración de Bachelet para que el Gobierno cambiara normativas que permitieran la construcción de la termoeléctrica de AES Gener en Ventanas, paralizada por un fallo de la Corte Suprema que favoreció un recurso de protección presentado por el Consejo Ecológico de Puchuncaví. Obviamente cuando hablan de corrupción tales medios omiten ese hecho evidente, denunciado por Wikileaks que mostró como fuente los cables de la Embajada de Estados Unidos en Chile.

La cocina chica del caso muestra muy bien como funciona la corrupción en América Latina: En julio de 2009 el embajador norteamericano se reunió con Felipe Cerón, gerente general de AES Gener, y el presidente de la compañía, Andrés Gluski, preocupados por la paralización del proyecto en Ventanas. En octubre de ese año el embajador Simons envió cartas redactadas por Gary Locke, secretario de Comercio de EEUU, exigiendo a las autoridades chilenas que permitieran la concreción de las termoeléctricas de AES Gener. Los destinatarios fueron los ministros de Interior, Edmundo Pérez Yoma; de Economía, Hugo Lavados; y de Energía, Marcelo Tokman. Pocas horas antes de fin de ese año, la ministra de Vivienda Patricia Poblete, modificó la normativa urbana para que calzara con los planes de la empresa.

Cartas haciendo lobby, reuniones entre empresarios y embajadores, cambios de uso de suelo. Hay varias similitudes con los casos de corrupción recientemente visibilizados.

Ese tráfico de influencias que muy bien conocen los inversionistas y las “instituciones financieras”, los embajadores y, por supuesto, los empresarios criollos, está muy lejos del olfato periodístico de dichos medios norteamericanos. O tal vez, esté muy cerca, financiando sus rutinas periodísticas. Recordemos que Carlos Slim, el magnate mexicano dueño de la telefónica Claro, es el accionista mayoritario del New York Times. Slim entró con sus negocios a Chile en la década de 1990, cuando también entraban capitales mexicanos para construir autopistas privatizadas. Pero eso es otra historia.

También el artículo del NYT comenta que los casos de corrupción que se desvelaron en Chile y Brasil chocan con una sensibilidad ciudadana producto del fortalecimiento de la clase media y la exigencia de estándares políticos más altos. Si bien hay un interés en las preocupaciones ciudadanas nunca antes visto en países como Chile, el artículo omite en el caso de Chile una sensibilidad con resonancias aún más hondas: el cansancio de la ciudadanía con las transacciones entre grandes empresas y los políticos del establishment, concubinato fomentado por el modelo neoliberal ensayado en Chile y que esos mismos periódicos no dejan de alabar como camino a seguir por otros países de la región.

LA ADVERTENCIA DE ORLANDO LETELIER A LA PRENSA NORTEAMERICANA

En agosto de 1976 el ex canciller chileno Orlando Letelier publicaba en The Nation su artículo The Chicago Boys in Chile: Economics Freedom’s Awfull Toll. La publicación era una respuesta contundente a la separación que venían haciendo los mismos medios norteamericanos que por un lado daban cuenta de las atrocidades de la dictadura de Pinochet, pero en las páginas económicas de los mismos periódicos aplaudían las reformas neoliberales emprendidas en Chile. Lo que llamaban ‘decisiones técnicas’ en la práctica era desregulación, privatización de las actividades productivas y de servicio, flexibilidad laboral, fin de barreras arancelarias, independencia de bancos centrales, privatización de los sistemas previsionales. O sea, las políticas fanáticas de Milton Friedman.

Letelier advertía en aquella época ya la tesis que consagró a Naomi Klein respecto de la doctrina del shock necesaria para implantar políticas neoliberales. El canciller de Allende fue quien primero advirtió que la implementación de la llamada ‘economía social de mercado’ era inseparable al estado de sitio al que se sometió al pueblo de Chile. Era la respuesta que daba Letelier a la separación que ya en esa época hacían los medios de EE.UU. entre los asesinatos de la dictadura y las recetas neoliberales en aplicación.

Tal vez hoy sea necesario aclarar a dichos medios que los escándalos de corrupción que se están destapando en Chile también son el evidente producto del esquema económico que generosamente aplauden como modelo de estabilidad a seguir. Tal como ayer dichas políticas no eran separables de las torturas y las muertes, la colonización de la políticas por las grandes empresas, algo habitual en EE.UU., no son casos de corrupción aislados, sino que están fuertemente asociados a las políticas que en el centro del mundo definen para los países y que los medios transnacionales se preocupan de colocar en nuestras agendas.

Mauricio Becerra Rebolledo

@kalidoscop

El Ciudadano

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