Casi desde siempre la naturaleza humana se ha entendido bajo un esquema dual en el que el cuerpo se opone a una entidad que en distintas épocas se ha llamado alma, espíritu, mente y algunas otras denominaciones. La materia física contrasta así con una abstracción que le da sentido: el cuerpo siente, pero es como si eso otro otorgara el significado auténtico de dicha emoción.
En años recientes, esta dualidad ha pasado del pensamiento especulativo a la realidad de la ciencia, en especial la del ámbito del cerebro y la mente, en cuyos terrenos esa naturaleza alguna vez espiritual se ha convertido en objeto de estudio. Entre otras consecuencias, destaca cierta reconciliación entre ambas entidades: la neurociencia y otras disciplinas han demostrado con suficiencia que nuestros pensamientos, sentimientos, estados de ánimo y más tienen una incidencia directa en nuestra salud física, incluso más allá de lo que creeríamos.
En un nuevo estudio que aporta más información al respecto, recientemente investigadores de la Universidad de California en Berkeley analizaron la relación entre distintas emociones, los químicos corporales que estas producen y su efecto sobre la salud en general, esto con el fin de conocer alguna en específico que sería mejor evitar si deseamos mantenernos lejos de ciertas enfermedades. En específico, los investigadores se enfocaron en una sustancia conocida como interleucina-6 (IL-6), una secreción asociada con la inflamación corporal, probablemente uno de los enemigos silenciosos más peligrosos para nuestra salud.
Entre las varias emociones tomadas en cuenta, el estudio concluyó que la más benéfica es el asombro (awe). Daniel Kelcher, autor del estudio, define al asombro como aquello que puede ocurrir cuando “escuchamos música, vemos un atardecer, asistimos a una marcha política o vemos a unos niños jugar”. En otras palabras, todo aquello que provoque “piel de gallina”. Agrega que, aunque podríamos pensar que el asombro es algo poco común, hay formas de vivirlo cotidianamente. Los estudiantes que participaron en el estudio reportaron sentir asombro tres veces a la semana y su nivel de inflamación fue el más bajo.
Existe una posibilidad, sin embargo, de que las emociones positivas no sean la causa de una menor inflamación. Es posible que las personas que producen de manera natural menos citocinas inflamatorias tengan mayor facilidad para experimentar emociones positivas. Sin embargo, existe una gran cantidad estudios en la literatura médica que comprueban que las emociones positivas actúan de manera similar al efecto placebo, el cual tiene efectos de sanación o reducción del dolor.
Lo que los investigadores del estudio denominan “el efecto de piel de gallina” (goosebumps effect) se parece mucho a lo que el doctor Ernest Rossi llama el efecto de la “novedad-numinosa-neurogénica” (novelty-numinosum-neurogenesis effect). Rossi ha encontrado que exponer al cerebro a experiencias estéticas o morales (las cuales agrupa en belleza, arte y verdad) suele producir un efecto de neurogénesis (provoca el crecimiento de nuevas neuronas) y puede modificar la expresión de ciertos genes. El ejercicio físico y exponer al cerebro a lo nuevo también produce estos efectos, lo cual nos regresa a la idea de asombro. En otras palabras, podemos definir al asombro como una especie de encuentro secular con lo numinoso.
El asombro, por otro lado, según el psicólogo Nicholas Humphrey, podría tener una función evolutiva importante, ya que es aquello que nos brinda un significado y un sentido de pertenencia cósmica. En su Metafísica, Aristóteles escribe que “es debido al asombro [y al misterio] que los hombres empiezan y empezaron a filosofar”.
Aquí una dosis digital de (medicina o) asombro: