Disfónico de explicar las razones para anular el voto en la segunda vuelta electoral del próximo 17 de enero, el periodista de sueldo con boleta a honorarios, siempre asesor sindical, siempre escribiendo en publicaciones reñidas con la ley y la propiedad, siempre tratando de entender lo esencial de los fenómenos y también la dialéctica que hay tras las cosas misteriosas que se aparecen como realidad abrumadora, se sienta en un boliche y pide una gaseosa sin azúcar para suavizarse la piel interior y arrancarse un momento el calor que aplasta Santiago en verano.
Ya dijo, sin preámbulos y junto a sus compañeros de ruta, a los transeúntes distraídos de la plaza principal de Chile que Frei y Piñera representan a los patrones; que el primero en su gobierno privatizó el agua, las carreteras, profundizó el código laboral antisocial; firmó un tratado comercial desigual y que nos vuelve todavía más dependientes de las megacorporaciones transnacionales y sus Estados; que no somos un país pobre sino que empobrecido por la explotación masiva y la fatalidad de contar con una economía que sólo exporta cobre, madera y pescados, pero que no tiene industria productiva ni soberanía alimentaria, y donde más de un 60 % de los asalariados sobrevive vendiendo algo. Que el segundo, Piñera, es un archimillonario dueño de la línea aérea más importante de Chile, de un canal de televisión que sólo muestra a los pobres como víctimas o victimarios, del equipo de fútbol más popular del país, y accionista de innumerables empresas. Que Frei donó plata a Pinochet durante sus primeros tiempos como dictador y que, años después, lo salvó de la justicia internacional (para qué hablar de la nativa), que también es empresario, pero de menor cuantía no más que el otro candidato. Que ambos usan camisas blancas, arremangadas y sin corbata para parecer pueblo, pero que en realidad, viven en el exclusivo y enano primer mundo que existe en Chile, allá lejos, donde terminan todos los recorridos del Transantiago y el metro subterráneo. Y que si los trabajadores y el pueblo no tienen representados sus intereses en las elecciones, no están condenados a votar por el clásico mal menor.
El periodista en cuestión, paladea los restos de su bebida cola mientras mira medio descreídamente un papelógrafo de una conocida brigada de la izquierda tradicional que dice “Trabajadores junten miedo…se viene Piñera”, y piensa en la campaña del terror de la Concertación simbólicamente ampliada hasta la dirección del PC, que cae por todos los medios como plomo desesperado sobre la gente.
Se le ocurre mientras pide una segunda botella sin alcohol (que ya salió hace años de ese entuerto), que en rigor, sin un movimiento popular en alza, sin trabajadores bien organizados, sin originarios, ecologistas, feministas y cristianos reunidos en una lucha simple, pero clarita contra el capital, la cosa puede tener para largo. Y el periodista no se siente ni es ningún iluminado. De hecho, con suerte, en su maletín regalado lleva El Mercurio del día -donde el editorial sigue siendo más decidor que toda la pirotecnia retórica de la derecha- ; las impresiones de los artículos que esa mañana encontró más atractivos en rebelión.org, y Miriam y otros Relatos de Truman Capote que está de morder, y le recuerda sordamente una prima muy creyente que murió con la sangre podrida hace tanto después de hacerse un aborto obligado y clandestino.
El capitalismo se la pasa cayendo a pedazos, piensa, y se recompone para peor mientras menos resistencias le ponemos desde abajo. También piensa que, por lo menos, junto a sus compañeros, que no son tantos como se precisa, ni tan pocos para llorar boca al suelo o reírse a carcajada batiente, tienen algunas ideas y deberes que, con seso alerta y corazón ídem, pueden contribuir a crear una alternativa política independiente de los propietarios y sus partidos, y su alta oficialidad de la FFAA, y su alto clero, y su alta sinverguenzura cotidiana. También se trata de explicar sin palabras porqué mucha gente que quiere bien y vive a su alrededor, insiste en que “corte el hueveo” y piense en su futuro, que el tiempo pasa volando y no se puede ir por la vida de tumbo en tumbo, “con la cabeza llena de pájaros”. Apretando el cigarrillo, el periodista primero le echa la culpa de su majadería a su educación jesuita, a una copia clandestina y barata con pensamientos editados del Che Guevara que cayó en sus manos a mediados de los 80, cuando la dictadura militar, y, claro, a la miseria de siempre que transcurre inolvidablemente, a las injusticias feroces, a lo lindo que sería tener más tiempo para escribir una novela negra con un detective privado de bajo perfil que tiene postergada hace tantos años y que nunca hay tiempo de pasar al segundo capítulo.
En realidad, el tipo está cansado, pero se recompensa con un nuevo cigarrillo y dándole vueltas a cómo las cosas perderían sentido completamente si dejara de pelear con sus compañeros y contra los que mandan. Que no es resentido social, ni terrorista tapado, ni pendejo con tiempo para perder balbuceando y marchando por el socialismo. Que, como a tantos, le indigna la desigualdad de manera estratégica y que hace rato existen las condiciones para que los trabajadores y la gente lleve las riendas de la economía y de la política, que es el resumen de la economía.
Pero ya se desploma el crepúsculo navideño, las transacciones arrebatadas, el sangramiento del dinero plástico. Los periódicos que se resisten en los kioscos titulan promesas espectaculares de Frei, igual que los tantos compromisos incumplidos con la gente de a pie que han hecho los candidatos de la Concertación, desde el primer programa de Aylwin hace 20 años, pasando por el mismo Frei, Lagos y Bachelet. Ya es parte del deporte electoral y la histeria ambiental mientras más se aproxima el balotage.
Cuando sale del boliche, el periodista compra en la cuneta una película pirata de Kusturica para subirse el ánimo; llama de un público a un amigo para contarse cómo les fue en la campaña por el voto nulo y cruza los dedos de ambas manos para no hablar en voz alta mientras sueña por la noche, que así se despierta de golpe sin querer y como si fuera otro y que le cuesta media antología de Gabriela Mistral para recobrar la paz y dormir igual como cuando era niño, despreocupado, esperando con ansiedad mal controlada en esas fechas al viejo de Navidad.
Por Andrés Figueroa Cornejo