Breve historia de la invención de la heterosexualidad

Durante la mayor parte de la historia humana, el matrimonio entre hombres y mujeres obedeció a normativas económicas y reproductivas que nada tenían que ver con la elección, no siquiera con el deseo.

Breve historia de la invención de la heterosexualidad

Autor: Ángela Barraza

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Cuando somos pequeños aprendemos que los niños tienen pene y las niñas vagina. Pero más allá del género, entendido como un binomio biológico, la construcción social de la identidad tiene más que ver con el poder que con la biología. Ya Michel Foucault lo ha desarrollado en su historia de la sexualidad y la locura: las categorías dan poder a quien es capaz de administrarlas, ya se trate de la ciencia psiquiátrica o de la sociedad capitalista. En este orden, llama la atención el libro Straight de Hanne Blank: una breve pero informada historia de la heterosexualidad.

En términos filosóficos, una categoría sirve para delimitar una idea; en términos sociales, para delimitar la acción de una persona; en términos políticos, para delimitar sus derechos. En este sentido, lo “heterosexual” comenzó operando no como una categoría que buscara normalizar la unión de hombre y mujer sino, paradójicamente, como una que buscaba que no se penalizaran las uniones del mismo sexo.

Según Blank, el término fue acuñado a mediados del siglo XIX por un periodista austrohúngaro llamado Károly Mária Kertbeny. Él creó la palabra “heterosexual” (diferentes sexos) y “homosexual” (mismo sexo) tratando de mostrar a la opinión pública que existen estos dos tipos de personas con iguales derechos sexuales y que no pertenecen a una jerarquía, sino que simplemente tienen diferentes elecciones de objetos de deseo. El contexto era el de una ley que volvía ilegal el intercambio sexual entre personas del mismo sexo –las cosas, sin embargo, no cambiaron mucho con estas categorías, pues en nuestros días se sigue penalizando con la muerte o la castración química la homosexualidad en contextos fundamentalistas (ISIS) o psiquiátricamente, en Rusia y China.

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El término, sin embargo, prendió en la psiquiatría decimonónica, que aún no tenía objetos de estudio bien delimitados. Era una profesión ejercida principalmente por médicos que investigaban la cura de la neurosis y la histeria en sus manifestaciones más histriónicas.

De hecho la homosexualidad se consideró como parte de los trastornos psiquiátricos incluidos en el manual DSM hasta hace relativamente poco tiempo. La voluntad de definir la heterosexualidad, el cuerpo heterosexual y el deseo heterosexual, según Blank, no buscaba el progreso de la ciencia psiquiátrica sino caracterizar un hipotético ser sin patologías a través de todo lo que no es.

Para Blank, el heterosexual de finales del siglo XIX y principios del XX se definiría negativamente:

No soy un degenerado, no quiero dormir con otros hombres, soy esta cosa normativa y aceptable y buena y no patológica y correcta, eso es lo que soy. Eso es lo que necesito que la gente sepa de mí, porque necesito que la gente entienda que soy una persona válida y necesito ser tomado en serio.

Durante la mayor parte de la historia humana el matrimonio entre hombres y mujeres obedeció a normativas económicas y reproductivas que nada tenían que ver con la elección, ni siquiera con el deseo. Lo heterosexual juega un papel predominantemente político más que identitario, pues autoriza ciertas uniones contractuales entre hombres y mujeres, con ciertas obligaciones sociales y ante el Estado, mientras que proscribió durante mucho tiempo las uniones entre mujeres o entre hombres de acuerdo a una división del trabajo ya caduca, al igual que a una moral basada en la capacidad reproductiva: la familia no se trataba de uniones amorosas sino económicas y reproductivas.

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En este contexto, afirma Blank, “la liberación económica y legal de las mujeres ha ido de la mano con la posibilidad tanto de hombres como mujeres de elegir parejas matrimoniales basándose en sus propios deseos, deseos de sexo, amor, compañía”, etc. Es en este sentido que ser heterosexual no es una antielección o una elección “por default” en el mercado de los afectos: asumir la heterosexualidad es renunciar también a las relaciones de dependencia, y luchas por una serie de autonomías propias y de la pareja, de tipo económica, política y social.

Dicho de otra forma, no se “nace” heterosexual del mismo modo en que no se “nace” mexicano o chino o comunista. La identidad es eso que precisamente nos arropa y nos confiere un lugar en el mundo, nos coloca dentro de una historia de los cuerpos y de los deseos; no importa que las categorías sean pasajeras y se encuentren en disputa, el hecho de que existan nos permite reconocernos e identificarnos con otros y en otros, pero no necesariamente en contra de otros.

Finalmente, las categorías del deseo son categorías que refieren a:

tu subjetividad, son acerca de tus lealtades, son acerca de dónde están tus redes sociales/societales, son acerca del tipo de prioridades culturales que aceptas y que apoyas. No se trata sólo de lo que te moja o de lo que te la pone dura. No se trata sólo de qué tipo de sexo practicas, o de las configuraciones congenitales de la gente con la que tienes sexo. Se trata más bien de las culturas en las que participas. Con qué culturas te alías, ya sabes, con qué banderas vuelas.

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