“Tout le monde est coupable… Excepte le criminel”.
Mezger
Que Ud. y su familia y muchas personas como Ud. nunca hayan delinquido; y que, en cambio, miles de hombres y mujeres incurran con frecuencia en actos ilícitos, no significa que “el mundo esté dividido entre buenos y malos”; ni menos aún que solo dependa de cada uno estar entre los honestos o entre los delincuentes.
Dicho de otro modo: el libre albedrío es atributo de todos, pero los espacios de maniobra de la voluntad son muy heterogéneos y, en algunos casos, excesivamente estrechos. Pero es necesario insistir sobre el tema jurídico-social, que abruma por su publicidad y decepciona por la liviandad de sus comentarios.
Quienes tenemos la suerte de sentirnos ubicados en la categoría de los lícitos no estamos en ella por méritos personales.
Para ser más preciso: solo hemos colaborado en una proporción insignificante, para integrar el ventajoso “bando de los buenos”; si así pudiera llamarse esta afortunada condición. Afortunada; porque si el aporte genético de nuestros ascendientes hubiera sido distinto; si no hubiéramos recibido la bondadosa ternura de la madre que nos tocó en suerte; si nos hubiera faltado el cariño familiar, el mensaje del maestro que nos comprendió, o el afecto del amigo leal con que siempre contamos; si hubiésemos crecido en un ambiente social diferente y si en nuestra juventud nos hubiéramos visto acosados por la arbitrariedad, la injusticia intolerable, la crueldad o la desgracia; en fin, si desde la infancia hubiésemos experimentado lo que es el temor, la angustia, el hambre, o la humillación; entonces nadie podría habernos pronosticado que no integraríamos, algún día, el contingente de la delincuencia.
En Chile, el delicado problema social y antropológico que culmina en el delito, ha sido tema recurrente en el escenario político desde los inicios del período post dictatorial; y los medios de comunicación han logrado su propósito de ubicarlo en el primer plano de la preocupación nacional. La intervención directa y personal del dueño de la mayor red periodística del país, en relación con los efectos de la delincuencia, no fue ocasional. Surgió de un delito de secuestro de que fue víctima su familia.
Pero es lamentable que “Paz Ciudadana” haya abordado el tema solo desde la perspectiva de sus consecuencias y no de sus causas. Sin asumirlo abiertamente como un dogma – porque sería una aberración científica demasiado grotesca – la opinión conservadora o tradicional suele enfocar el fenómeno delictual como si fuera una debilidad propia de las democracias, cuyo mensaje pluralista, consensual, tolerante y humanitario se proyectaría en una especie de toldo de indulgencia y protección a favor de los delincuentes.
En el contexto de ese discurso, el candidato de la Derecha Sebastián Piñera ha teatralizado su anti-delincuencia, dejando en el ambiente una cierta sospecha contra sus competidores, contra el gobierno e incluso contra los tribunales de justicia, como si en alguna medida, todos ellos estuvieran por consolidar una suerte de mercado ilícito, cuyos agentes deben estar presos, para no perturbar el mercado legítimo. ¿En qué consiste realmente, la política conservadora en esta inveterada realidad histórica y social?
El discurso ha sido reiterativo y bastante claro, pero también demasiado simple: “acentuar la severidad de las penas; eliminar los beneficios procesales propios del derecho a la presunción de inocencia; reducir drásticamente las formas sustitutivas del cumplimiento de las penas privativas de libertad; y derogar la prerrogativa presidencial del indulto”. En otras palabras: restablecer – en el Siglo 21 – la finalidad de la prensa, fundada en el escarmiento, mediante una sentencia severa y rápida; y en la advertencia del rigor, a eventuales delincuentes del futuro.
Para los innovadores prácticos, profanos en derecho, “aislando o eliminando a los delincuentes se acaban los delitos”. Pero esto, obviamente, no constituye una política contra la delincuencia; sino una política de seguridad para impedir posibles reincidencias. La obsesiva inmediatez de su pragmatismo les oculta un dato elemental que parecen ignorar: la delincuencia no es un fenómeno estático, sino discurrente. Nace en la fuente estructural de la sociedad; y si esta no cambia, entonces su crecimiento vegetativo genera proporcionalmente, el crecimiento cuantitativo de personas propensas a la delincuencia.
La Humanidad lleva más de 2.000 años tratando de abordar la prevención del delito y el tratamiento del delincuente. A su estudio y solución concurren, en los dos últimos siglos, no solo juristas, sino también antropólogos, siquiatras, sociólogos, psicoanalistas y criminólogos; aparte de los sorprendentes descubrimientos aportados en las últimas décadas por la citogénesis y la neuropatología, cuyos avances están desplazando al derecho y a la moral del campo de estudio relativo a las conductas humanas.
Es posible que, en menos de dos décadas, se adquiera el convencimiento, que condenar a presidio a un homicida sea tan absurdo como encarcelar a un tuberculoso, a un hepático o a un enfermo de cólera o de peste bubónica. La constatación de los elementos celulares en que están radicados los instintos de la codicia, el odio, la lujuria, el engaño y la violencia, nos hará comprender que las penas de presidio y de muerte – aplicadas aún en el siglo veinte –, revelan tanta estupidez humana como haber quemado en la hoguera a los heréticos y a los dementes, hasta hace apenas tres siglos.
Quien aspira a ser estadista debiera ser capaz de comprender que el progreso de la ciencia no conduce solo a perfeccionar las cosas, sino también a ennoblecer al hombre. Y que así como los enfermos no se aíslan solamente para evitar el contagio, sino para sanarlos; los delincuentes no pueden ser privados de su libertad con el único objeto de evitar que dañen a otros, sino además y principalmente, para que logren curar las perturbaciones del espíritu y conseguir la normalidad de las conductas.
En las ediciones del 10 de Junio de 1969 y del 11 de Diciembre de 1970 – es decir hace 40 años – El Mercurio de Santiago publicó entre muchos más, dos artículos del destacado criminólogo, Sr. Marco González Berendique. En ellos informaba sobre los avances de la ciencia criminológica y la evidencia de la responsabilidad de las sociedades en las conductas delictuales. Después de esa época solo hubo espacio para las políticas de rigor; el viejo estilo inspirado en la doctrina del escarmiento sirvió para encubrir las atroces violaciones de los derechos humanos, contra los opositores como si fueran delincuentes; y contra los delincuentes como si fueran opositores – sin forma de juicio – y sin más evidencia que la voluntad del dictador.
Lamentablemente, 20 años de transición a la democracia no han sido suficientes para recuperar el curso de la ciencia en una de las materias más sustanciales del humanismo. Es de esperar que los medios de comunicación contribuyan a rescatar la seriedad de su estudio y a desvirtuar las consignas con que se pretende convencer, que a mayor sufrimiento de los infractores sorprendidos habrán menos personas que se atrevan a ejercer la delincuencia.
Es inexplicable, que una persona que aspira a la Presidencia de la República reproche audazmente, a los expertos, sobre una materia que desconoce absolutamente. No existen los sabihondos universales. Lo grave de la ignorancia, es no darse cuenta de las extensas áreas del conocimiento humano a las que no se ha tenido acceso.
Por José Galiano Haensch
Abogado de D.D.H.H.