Correa, Tironi, Ottone (Capítulo 2)

Advertencia: Los personajes y los hechos de estos cuentos son enteramente de ficción, y cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia. Las ideas, en cambio, pretenden ser expresiones heréticas de una muy triste realidad. Y para mayor abundamiento y como debieran saber los lectores, la literatura de ficción intenta representar la realidad, que no es lo mismo que describirla, ni que expresarla, ni que interpretarla.

Correa, Tironi, Ottone (Capítulo 2)

Autor: Sebastian Saá

Luis Razeto MEl cuento que les dejo hoy es éste:

“La Presidenta estaba desconcertada. Las cosas no se estaban dando como lo había imaginado. Los nuevos Ministros entraban en conflicto entre ellos, y no le obedecían tan fielmente como esperaba que hicieran quienes no eran más que subalternos, a los que había nombrado con el preciso fin de que ejecuten las políticas establecidas por ella, y ejecutando fielmente sus instrucciones. Es cierto que, aconsejado por las ‘lumbreras’ que la asesoraron en su nombramiento por consejo de sus tres estelares Marías, les había dicho que era conveniente que dialogaran y buscaran acuerdos y consensos en la medida de lo posible. Pero los Ministros se estaban sobrepasando en sus atribuciones, y parecía que no entendían bien, o no querían aplicar derechamente el Programa de Gobierno que ella había comprometido con el pueblo.

Pero más aún le preocupaba el hecho de que los Ministros no fueran capacez de parar la creciente demanda ciudadana contra la corrupción, ni de llegar a un arreglo en la clase política, tan necesario porque, si la fiscalía seguía impertérrita la persecución de todos los que habían emitido boletas y facturas falsas, tendrían que irse todos para la casa, estando hasta ella misma en veremos.

Su primer impulso fue que debía dirigirse directamente al pueblo, y plantear con trasparencia el problema que tenía y los peligros que acechaban al país. Se lo decía su intuición; pero hace tiempo que había empezado a desconfiar de su intuición. Además, el problema era que la gente, incluso de su mismo sector político, ya no le creía como antes. Decidió consultar a las lumbreras. Porque, si no confiaba en las estrechas que los habían recomendado, ¿en quien podía confiar?
– Aló, Ottone?
– Sí, su excelencia, soy yo, para servirla.
– Estoy preocupada, Ottone, porque parece que no hay modo de parar esto de los juicios contra las boletas truchas, y los ministros que me aconsejaron ustedes tres, no son capaces de lograr un acuerdo político para superar de una vez por todas este asunto que nos tiene paralizados, y de calmar a la gente que está más desconfiada y exigente que nunca.

La Presidenta sintió que su interlocutor suspiraba, dándose tiempo para pensar lo que habría de decir. Finalmente escuchó la voz pausada y extrañamente ronca de Ottone.
– Presidenta, mi consejo es siempre el mismo, dejar que las instituciones funcionen.
– Eso es lo que repito y hago; pero si las instituciones hacen lo que deben, estamos en problemas.
– Déles tiempo, Presidenta, no se preocupe, que no son las instituciones las que actúan, sino las personas que están en ellas y quienes las mandan. Ud. sabe, Presidenta, que yo he estudiado a Gramsci. Cuando yo era joven e ingenuo creía todo cuando me decían: “El Partido piensa…”, “El Partido decidió esto”, “Los interses del Partido son …” Hasta que me topé con Gramsci, que me enseñó que no son las organizaciones las que hacen que las personas actúen de cierto modo, sino las personas las que hacen actuar a las instituciones según sus propios intereses. Y aquí, en nuestro caso Presidenta, esas personas, bueno, en el Parlamento, son los parlamentarios, que siguen las instrucciones de los dirigentes de los partidos En el SII, son los funcionarios, que siguen las instrucciones de sus jefes. En la Justicia son los jueces y al final los magistrados de la Corte Suprema. Mi consejo, Presidenta, es que los deje actuar, que solitos irán arreglando las cosas, porque ninguno de ellos querrá perder lo que tanto les ha costado obtener y que tantos beneficios les proporciona a ellos, a sus parejas y a sus hijos.
– Ajá! Gracias Ottone, me quedo más tranquila.

La Presidenta volvió a marcar un número en su teléfono.
– Aló, ¿Tironi?
– Sí, su Excelencia, a su disposición.
– Mire Tironi, estoy preocupada, porque no veo que esté mejorando mi imagen, y como sabes, las encuestas del gobierno indican que nos mantenemos bajito bajito. Hice todo como me aconsejaste, no me expongo, estoy hablando lo mínimo posible, y evito que se piense que estoy haciendo propaganda a nuestro proyecto. He seguido al pié de la letra tu consejo del ’bajo perfil’.

– Permítame Presidenta, pero hay una cosa que le aconsejé y en la que no me ha hecho caso.
– No recuerdo que me haya dicho nada más…
– Con todo respeto, Presidenta, le dije que era indispensable que dijera toda la verdad, que sólo con la verdad se podía restaurar la imagen y la credibilidad.
– Pero Tironi, ¿cómo voy a decir que …? ¡No puedo! Y tu debieras entender que una Presidenta debe lavarse las manos. Y ¿qué es la verdad?
– Parece que no me he explicado bien, su Excelencia. Usted sabe que yo he estudiado mucho al gran McLuhan, el que nos enseñó que “el medio es el mensaje”. Lo primero es que quién decide sobre qué decir la verdad es Ud. misma, nadie más. Lo segundo es que el mensaje sea creíble, y por cierto, verdadero; pero no tiene que dejar lugar a dudas.. Mi maestro McLuhan decía que es necesario distinguir entre los medios fríos y los medios cálidos. Los medios fríos, como el habla, son de baja definición, y dejan mucho espacio a la interpretación del que escucha, que puede creer o no creer lo que se dice. Por eso le recomiendo usar los medios fríos lo menos posible. Además, el problema con las ideas es que hacen pensar a la gente. Y no olvidemos tampoco eso que decían los antiguos, que “por la boca muere el pez”. Hay que usar los medios cálidos, que dicen mucho y dejan poco espacio a las dudas, al pensamiento, a la interpretación. Los gestos, Presidenta, ¡gestos! es lo que se necesita.
– Y ¿qué me recomienda para el 21 de Mayo?
– Gestos, Presidenta, muchos gestos, usar los medios cálidos, y un buen bono, por cierto, un muy buen bono.
– Haré lo que me dice, Tironi, le agradezco su consejo, ya sabré recompensarlo.
– Muchas Gracias a Usted, su Excelencia, y ¡mucha suerte!
La Presidente ya estaba casi enteramente tranquila. Pero pensó que todavía tenía que hablar con Correa.
– Aló, ¿Correa?
– Si Presidenta, a sus órdenes, como siempre.
– Iré al grano sin preámbulos. Los Ministros que me recomendó no son tan buenos como me hizo creer, Correa.
– ¿Cómo así, Presidenta?
– Pues, que ya discuten entre ellos, se dan demasiado tiempo para enfrentar los problemas, y no parecen tener las ideas claras.
– Déjeme, querida Presidenta, que le explique. Como Usted sabe, mi libro de cabecera, que leo todos los días al levantarme, a la hora de la siesta y antes de dormirme en la noche, es El Príncipe de Maquiavelo. ¡Ah Presidenta! Un gran pensador político, un verdadero Maestro. Y no por aquello que le atribuyen, que “el fin justifica los medios”. Esa frase nunca la dijo Maquiavelo, se la atribuyeron los jesuitas para desprestigiarlo. Lo que él decía es que para el Príncipe, lo que importa son los resultados, y que el ejercicio del Poder no puede estar guiado por la ética de los gobernados, sino por la ciencia del buen Gobierno, que como toda ciencia, no hace juicios de valor, no hace juicios éticos, sino que analiza la realidad y transforma la realidad usando la realidad.                                                                      – Oiga Correa, está bien, pero mis problemas son muy concretos y prácticos, y usted me habla de filosofía política.
– Querida Presidenta, lo que quiero decirle es esto: ¿No ha pensado que el hecho de que los Ministros discutan entre ellos y den a entender que no están de acuerdo en todo, es para dejar en suspenso y mantener cierta indispensable ambiguedad sobre lo que se propone el Gobierno? ¿Y que dejar pasar el tiempo sin enfrentar los problemas, no es por dejación sino porque así se aplacan las expectativas y se distensiona el ambiente? Tenga confianza, Presidenta, que los Ministros que le recomendamos han estudiado bien al Maestro Maquiavelo…
– ¡Más les valga!, Correa. Adios!.

La Presidenta salió al jardín, buscando a sus tres Marias; pero estaba nublado, y esa noche no pudo platicar con sus estrellas”.

Por Luis Razeto Migliaro

uvirtual.net

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