“La transición política comenzó con el símbolo de un puente que unía dos momentos: el dictatorial y el democrático. Debíamos transitar de un lado a otro. La campaña de la franja televisiva del No, en el plebiscito de 1988, enfatizó la idea del puente. Si tomamos al joven que lo cruzaba, él tendría hoy unos cincuenta años. Y deberíamos preguntarle hacia donde nos llevó ese puente. La respuesta es dudosa. Todo parece indicar que nos quedamos a vivir en el puente mismo, que nunca salimos de la transición, que la hicimos permanente”.
Alberto Mayol, “No al lucro: De la crisis del modelo a la nueva era política”
Han sido días tristes para nuestro país. Dos estudiantes fueron asesinados de manera cobarde mientras ejercían su derecho a manifestarse de manera pacífica. Diego y Ezequiel, en conjunto con miles que marchaban en diversas regiones de nuestro adolorido, atormentado y ensangrentado territorio, exigían su derecho de participar de las decisiones de la autoridad política, respecto a la necesaria, e inminente, reforma al sistema educacional. En definitiva, fueron asesinados, sin razón, motivo ni justificación posible, mientras exigían el reconocimiento a un derecho fundamental: participación política efectiva.
En 2011 fuimos testigos de las manifestaciones estudiantiles más masivas desde la vuelta a la democracia en marzo de 1990. Éstas, acompañadas con la batería de reivindicaciones mejor agrupadas de este período, que adquirían sentido en la consigna del “No al lucro”, lograron poner en jaque al gobierno de Sebastían Piñera. La interpretación sobre estos hechos que caló hondo en los círculos políticos y sociales, fue la que inteligentemente construyó Alberto Mayol. En ella, anunciaba la crisis del modelo que se había impuesto en dictadura y que había sobrevivido, aunque con modificaciones, durante toda la transición a la democracia, haciendo énfasis en que esa transición constituía un período del cual nunca se había logrado salir, no pudiendo hablar durante este período propiamente de “democracia” (Ver referencia en: Alberto Mayol, “No al lucro: De la crisis del modelo a la nueva era política”, año 2012”).
Esa crisis del modelo auguraba raudamente la posibilidad de que nos encontrábamos ante la apertura de una nueva era política. Aquella en que se dejaba atrás una de las mayores operaciones políticas de los últimos cincuenta años de nuestra historia republicana: la despolitización del pueblo chileno. Despolitización, satanización de la política o desmantelamiento de la intención política del pueblo, que venía aparejado de un secuestro de la esfera de lo público y que durante la dictadura además se reforzó con el intento de aniquilamiento real de la izquierda.
Esta despolitización, tenía como telón de fondo el desarrollo de una perspectiva tecnócrata que venía imponiéndose adentrado el siglo XX, que en 2009 Tomás Moulian identificaba de manera clara al señalar que “el desapego ante lo público en la sociedad chilena actual tiene que ver sin duda, con el desarrollo de un ethos ahistórico que ha remplazado al ethos historicista, cuyo derrumbe está asociado, entre otros aspectos, a la naturaleza minimalista de la transición y también a la derrota de las revoluciones de Europa”. Ese ethos, señala el autor, constituye esa sensación de que “los hombres no hacen historia” (Ver referencia en Tomás Moulian, “Contradicciones del desarrollo político chileno 1920 – 1990”, año 2009)
La nueva era de Mayol, abierta en las movilizaciones estudiantiles de 2011, puede contextualizarse perfectamente en el giro hacía el ethos historicista de Moulian, por el cual los hombres sí hacen historia. Pero este giro no es simple en el sentido de que nos encontramos en un escenario en que existe contradicción entre ambos ethos que se disputan su rol hegemónico en la sociedad en busca de la síntesis que nos otorga el proceso dialéctico del marxismo.
Dentro de esas contradicciones del proceso señalado previamente, si fuese dable considerarlo como una interpretación válida, se expresan manifestaciones claras en diversas esferas. Un ejemplo de aquello lo podemos encontrar en el desarrollo de las últimas elecciones presidenciales, en las que por una parte este cambio tuvo su correlato de manera importante en términos de la presentación, inédita, de 9 candidatos a la presidencia de la república, pero que, y como se hizo evidente al momento de la elección, no logró congregar una participación que permitiera considerar que la balanza se inclina hacía este nuevo orden o ethos.
Socialmente estas contradicciones, justamente en este momento en que transitamos y convivimos con estos dos ethos, se expresan con consecuencias trágicas. Diego y Ezequiel, ambos estudiantes comprometidos con la sociedad en la que deseaban desarrollar sus vidas, que exigían su posición de ser sujetos políticos, de ser considerados de aquellos que hacen historia, fueron víctimas de esta contradicción basal de nuestros tiempos. Los valores sociales de estos héroes (y sí, ese es el calificativo que merecen) no alcanzaron a iluminar a un sujeto permeado por esos valores sociales impuestos desde la a-historicidad, en que el egoísmo individualista y el materialismo capitalista, que tomó la decisión consciente, libre y premeditada, de asesinarlos.
Por ustedes Diego y Ezequiel, la política y lo político deben ser reivindicados. Su lucha por la participación política efectiva para realizar los cambios profundos que nuestra sociedad necesita, es nuestra lucha también. Moulian dice en el libro que antes ya referenciamos que “la primera tarea que debemos enfrentar para mejorar nuestra democracia política es convocar a una Asamblea Constituyente, la cual debe ser precedida de una deliberación extensa que tenga como punto de partida los barrios para “subir” hacia los municipios” y no tengo duda que el mejor homenaje a ustedes, jóvenes valientes, es demostrar que “los hombres sí hacemos historia”.
Por Santiago Trincado M. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales. Presidente del Centro de Estudios y Análisis Jurídicos (CEAJ).