El Tribunal Supremo de Nueva Delhi (India) emitió el pasado mes de julio un fallo histórico, al despenalizar la homosexualidad en India. El Alto Tribunal dio la razón a la Fundación Naz, que ocho años antes interpuso una demanda contra la norma colonial (de hace 148 años) que consideraba las relaciones homosexuales una «ofensa anti natura». El fallo rechazaba, de esa manera, el artículo 377 del Código Penal, que incluía penas de hasta 10 años de cárcel.
«Hemos avanzado de tal manera que no hay marcha atrás», dice Anjali Gopalan, directora de la Fundación Naz. «Se trata de un fallo muy sólido basado en nuestra Constitución», asegura. Incluso el organismo gubernamental del sida, Naco, abogó por legalizar la homosexualidad.
Los medios de comunicación también reaccionaron a favor del fallo judicial. La homosexualidad salió del armario en India. Hasta Bollywood se ha atrevido con películas como Mi hermano Nikhil o Dostana. «Hay una nueva generación de periodistas que ha ayudado mucho», cuenta el pintor Sunil Gupta, uno de los organizadores del Orgullo Gay en Delhi desde hace dos años.
En los hogares indios se ha hablado mucho sobre la despenalización de la homosexualidad, pero no siempre para bien, ya que es tabú. «Sólo un juez de casta baja podía haber emitido ese tipo de sentencia en contra de nuestra tradición», acusa Praveen Singh, asesor legal en Vrindaban.
Los activistas no se cansan de señalar que la tradición hindú no condena la homosexualidad. Algo que atestiguan esculturas y relieves de templos antiguos o el propio Kama Sutra, donde se describe el sexo gay con profusión. «En la complejidad del hinduismo tenemos hasta un dios, Shiva, representado por un pene. No hay que olvidar nuestros siglos de islam ni la mentalidad victoriana de los colonizadores británicos», explica Gupta.
DOBLE VIDA
En Nueva Delhi la mayoría de los homosexuales lleva una doble vida. Hasta el fallo, la policía se amparaba en la ley para sobornarles o apalearles. «Se convencen de que no pasa nada con la doble vida, pero creo que puede tener un impacto muy negativo, sobre todo en lo que respecta a la autoestima. Lo primero que el movimiento gay tiene que hacer es reconstruir a las personas», reflexiona Gupta.
En Tamil Nadu, al sur del país, puede que la documentación de sus ciudadanos no señale a su portador como hombre o mujer, sino perteneciente al tercer sexo. En India existe una tradición similar a los eunucos de China que todavía pervive. Se llaman hijras (impotentes) y las cifras hablan de entre 500.000 y un millón de personas. Son hombres vestidos con saris y muy maquillados que, si todavía conservan el pene, pueden someterse a un tratamiento hormonal.
Se sienten mujeres y la tradición los acepta como tal. «Tienen un reconocimiento religioso, lo que no significa que no estén discriminados», señala Gopalan. Con el paso del tiempo, hijras o transexuales también se dedican a la mendicidad y a la prostitución, al ser casi imposible que les permitan ejercer una profesión.
Los padres venden a los niños de sexualidad ambigua a esta casta o los mismos jóvenes afeminados deciden abandonar a su familia, que normalmente les desprecia, y sumarse a esa comunidad. «Como licenciada en Filología Inglesa y con un máster en Turismo busqué empleo en un hotel. El director me tiró el currículo al suelo y amenazó con llamar a la policía», afirma Pinaki, una hijra de 35 años. «No nos permiten ni limpiar las casas», añade.
Las hijras viven en comunidades aisladas de la sociedad, lideradas por una gurú, a quien dan el dinero que reúnen con sus actividades. «En general son muy agresivas pidiendo dinero y a la gente no le gustan», admite Pinaki.
Por Elisa Reche
Foto cabecera: El colectivo gay ha ganado visibilidad social en India gracias a un fallo judicial. – AFP
Fuente: www.publico.es