Analistas de la inteligencia estadounidenses han identificado siete edificios en el centro de Raqqa, en el este de Siria, como las sedes principales del Estado Islámico. Sin embargo, estos edificios siguen intactos tras diez meses de campaña aérea internacional en el país, escribe ‘The New York Times‘, y añade que en Irak la situación es muy similar.
La semana pasada, convoyes del Estado Islámico fuertemente armados desfilaron solemnemente por las calles de Ramadi, la capital de la provincia iraquí de Al Anbar, a unos 100 kilómetros al oeste de Bagdad. De este modo celebraban la huida de las tropas gubernamentales. Marchaban con plena tranquilidad, sin que los cazabombarderos de la coalición —equipados con el arsenal aéreo más preciso del mundo— les molestasen, destaca el diario.
La campaña aérea suele realizar un promedio de 15 ataques al día en Siria e Irak: 14.000 bombas y misiles desde que empezó. Pero hay unos blancos evidentes que la campaña aérea no ataca, admiten oficiales estadounidenses.
Es por el temor de perjudicar a los civiles, explican. Matar inocentes regalaría a los yihadistas una enorme ventaja propagandística y provocaría que las fuerzas de la coalición perdiesen el apoyo de los Estados suníes que la integran actualmente. También apartaría a las tribus suníes locales, cuya ayuda es fundamental en la lucha contra los extremistas.
El Estado Islámico sabe sacar provecho de esta situación y cada vez con más frecuencia recurre a escudos humanos eligiendo áreas densamente pobladas para lanzar sus ataques, subraya el rotativo. Las autoridades iraquíes, por su parte, no dejan de lamentar lo «ineficaz» de los bombardeos, mientras la ONU da escasos informes puntuales sobre los daños colaterales de la campaña.