Emergencia de la cultura queer: ¿Adiós al gay con gel?

Si bien se podría decir que la identidad gay se ganó su espacio social, quedaron fuera una serie de diversidades más allá del prototipo gay blanco, de clase media y profesional ¿Qué pasa entonces con las lesbianas de raza negra o los travestis latinos? Surge así una nueva vanguardia en las representaciones sexuales que no […]


Autor: Mauricio Becerra

Si bien se podría decir que la identidad gay se ganó su espacio social, quedaron fuera una serie de diversidades más allá del prototipo gay blanco, de clase media y profesional ¿Qué pasa entonces con las lesbianas de raza negra o los travestis latinos? Surge así una nueva vanguardia en las representaciones sexuales que no se contentan con el sillón en la tele ni ser incluidos en los discursos. De lo que se trata ahora es cambiar la sociedad, un planeta queer rezan sus consignas.

Cuando en 1994 en España se discutía sobre la normalización legal de las parejas lésbicas una consigna del colectivo L.S.D sintetizó un sentimiento hace rato latente en la comunidad gay: ‘Mantened vuestras leyes fuera de nuestros coños’. Mordaz y radical, era la emergencia del movimiento queer, instancia que vino a retomar la lucha que el movimiento gay, ya integrado y complaciente, había iniciado décadas antes.

Años 80, plena época del sida, el discurso del movimiento gay luego de los sucesos de Stonewall ha terminado integrándose en la sociedad de los países occidentales. El autor de Teoría Torcida, Ricardo Llamas, señala que ‘el movimiento gay y lésbico parece haber alcanzado cierta estabilidad. Las veleidades revolucionarias de sus orígenes han dado paso a determinados niveles de integración y acomodación’. Del homosexual definido por los terapeutas del siglo XIX como una anomalía sexual pasamos al gay como identidad cerrada y localizable. Lo gay remite entonces a un corset de manierismos, vestimentas y prácticas que jamás alcanzan a cuestionar el régimen de la sexualidad imperante, sino que la reproducen en cuanto exclusión. Los gay tienen gran poder económico en Estados Unidos, el régimen de tolerancia permite que frecuenten bares y discoteques y hay debate sobre su inclusión en el ejército, la policía y el seminario.

Pero hay quienes no están conformes. En 1995 ante el debate en Madrid por la inclusión de gays en el ejército, el colectivo Radical Gai  llamaba a la insumisión al servicio militar al ser el ejército una institución que mantiene la segregación de hombres y mujeres, que consolida roles de género precisos y opresivos. Con el juicio a sus voceros por insumisión en una protesta frente a tribunales colgaron la pancarta  ‘Amor Insumiso’. El activista José Decadi se preguntaba ‘¿Qué papel juegan instituciones como el ejército y el servicio militar, instancias superiores de homologación de sujetos, en la formación de la figura-hombre, idea-hombre, en cuyo pecho ruge el latido de la guerra y la potestad de engrandecerse sobre la violación y la aniquilación de los otras?’.

Frente a la participación electoral donde la izquierda española promocionaba un ‘voto rosa’, la Radical Gai planteaba ‘casi fuera de la escala cromática se halla el voto fucsia estampado con lunares amarillo canario y elefantitos azul eléctricos. Este es el de maricones, petardas, lederonas, fetichistas, chaperos… que, o se fugan con un interventor del Partido Humanista o el cierre del colegio electoral les pilla en un afterhours’. Con ironía y desparpajo los colectivos queer cierran filas contra el esencialismo de la visión tradicional que separa a los sujetos entre homos y héteros. La igualdad es rechazada no sólo como ficticia sino como indeseable y con ello hay un fuerte rechazo a la heterosexualidad obligatoria. El movimiento queer vino a instalar que los maricones ya no dialogan con instancias de represión ni negocian cuotas de libertad.

‘Nuestra identidad sexual no la entendemos como una aséptica preferencia sexual, sino como una opción política tal como las queer las definen: Yo soy queer. Yo no soy heterosexual y no quiero que mis relaciones estén legitimadas por el mundo heterosexual. Yo soy queer, yo soy diferente’, como lo plantea el movimiento lésbico L.S.D. Frente a la integración de los gays en Estados Unidos y su reciclaje por la cultura de masas lo queer apunta ya no a hablar de identidades cerradas, sino asumirlas en despliegues y mutaciones constantes, no localizables con lo que retoman su opción política.

Ante la vocación de respetabilidad e integración social de los movimientos gay, lo queer se apropia del lenguaje, lo subvierte y redefine su contenido. Si el gay le molesta que le digan maricón, el queer dice ‘sí y qué’. El proceso de subversión terminológica apunta desmantelar el arma de quien lo usa, y redefine el concepto. Ricardo Llamas dice que ‘los insultos recuperados pasan a constituir símbolos del desafío a las concepciones socialmente imperantes’. Ello implica una búsqueda de todos los términos anteriormente usados despectivamente como maricón, bolleros, putos o locas.

Los movimientos marica bollero tienen sus referentes en el activismo radical en la lucha contra el sida del colectivo Act Up de New York surgido en 1987. Luego surgen en Estados Unidos Queer Nation y Lesbian Avenger; en Inglaterra Outrage y en España los ya descritos, constituyendo procesos de contestación política de minorías de gays, lesbianas y transgéneros a los mecanismos sociales de normalización de la identidad sexual, opuestos a la globalización normativa de las categorías de género y sexo.

RELATIVIZANDO EL GÉNERO

Un concepto clave en el orden sexual es el género: Nacemos hombres o mujeres y eso nos define desde que la matrona lo dice a la madre y esto es estampado en un certificado. En palabras de la norteamericana Judith Butler ‘de este modo el «¡Ha sido niña!» pronunciado por una autoridad médica y confirmado por una institución familiar tras un parto, no sólo es la constatación de una estructura anatómica del bebé, sino la reiteración de un proyecto de existencia que le será dictado cotidianamente a partir de ese momento. Si se exclamara con igual autoridad y trascendencia «¡Ha sido lesbiana!» las implicancias de ese proyecto se harían clamorosamente patentes’.

En ruptura con la tradición feminista, la teoría queer supone un giro performativo en la interpretación de la identidad. Autoras, como Butler o Sedgwick, proponen una definición del género en términos de performance en reacción tanto a la afirmación del feminismo esencialista de una verdad natural o pre-discursiva de la diferencia sexual como a la imposición normativa de ciertas formas de masculinidad y de feminidad. Butler también han contribuido a cuestionar que la relación entre sexo y género es algo natural,  como lo ha establecido históricamente el discurso médico; para ella la relación entre sexo y género es performativa, y normalizada de acuerdo a reglas heterosexuales.

De visita en Chile el año pasado, Beatriz Preciado, señaló que mejor que definir el género performativamente es hacerlo según la noción de prótesis. La autora de el Manifiesto Contrasexual parte de un análisis de la historia de la sexualidad desde las ciencias y tecnologías de control y transformación del cuerpo, usando la idea de prótesis (que tiene que ver con lo monstruoso, lo feo, lo inasimilable, lo abyecto) para re-pensar el cuerpo como tecnología. Es decir, como producción social en un momento histórico determinado y constreñido por los poderes y saberes en vigencia.

LA PARODIA COMO ARMA

Un aporte en este sentido lo hacen l@s drag king, que son mujeres que se apropian de la indumentaria y la gestualidad masculina. Sus performances al no tener la audiencia heterosexual que han alcanzado los espectáculos de drag queens (transformistas)  dan cuenta, según Judith Halbertsam, de la resistencia cultural a parodiar e ironizar la masculinidad blanca. ‘Parece que las mujeres existen – dice Judith Halberstam – para burlarse y reírse de ellas, sin embargo no se admite que se haga lo mismo con los hombres’.

Otro concepto, el camp, que significa afeminado en inglés clásico, se comenzó a utilizar a partir de los años 60 para referirse a la teatralización hiperbólica de la feminidad en la cultura gay; prácticas performativas que adquirieron un carácter colectivo y político surgiendo así l@s drag queens.  Estas prácticas tenían un enorme potencial subversivo al poner de manifiesto la artificiosidad de las diferencias de género y romper la frontera entre el ámbito  cerrado de la representación escénica (o de la recreación doméstica) y el espacio público de la reivindicación política. Tanto el king como el queens terminan entendiendo la masculinidad y la feminidad como una convención de estilos que se pueden manipular, descontextualizar y deformar para provocar efectos no previstos.

David Hutcheon concibe el camp como un complejo proceso de resignificación que a través de un mecanismo paródico transforma los códigos de género en el momento de su recepción (no en su producción).

En un régimen heterosexual que produce los códigos dominantes de la masculinidad y la feminidad asignándole su estatuto de identidad sexual original (mientras el resto de las variantes sexuales como la homosexualidad serían consideradas sólo una imitación, una «mala copia»), la resignificación paródica que realiza la cultura camp supone el acceso a un cierto dispositivo de poder. Según Hutcheon, las prácticas camp pueden entenderse como un camino a través del cual los márgenes de la cultura sexual en un sistema heterocentrado (gays, lesbianas, transexuales, deformes, trabajadores del sexo) intervienen en los procesos de construcción y significación de las convenciones e identidades de género, introduciendo sus propios códigos en el momento de la recepción, que para Preciado ‘tienen un enorme potencial subversivo’.

HACIENDO CULTURA

Pero lo queer no es sólo teoría, también se despliega en la cultura, generando toda una cultura homocore que aspira a rescatar la rebeldía original del movimiento punk. En los 50, un punky era lo que una jerga carcelaria ya en desuso definía como un carolo, o sea, el jovencito que los presos usaban como amante. Un término que servía para insultar, para definir lo despreciado y despreciable. Por ello los punks neoyorquinos de los 70 decidieron tomar ese término para nombrarse, asumiendo su doble carga de ambigüedad y sinónimo de marginalidad.

Fue la época del movimiento punk: Patti Smith escribía poesía junto a las fotos de Robert Mapplethorpe queriendo parecerse a Keith Richards; los New York Dolls tocaban vestidos de mujer; una de las bandas más famosas de la escena era Wayne County & The Backstreet Boys (no confundir con los actuales). Wayne se convirtió en Jayne en los 80 y fue una de las primeras transexuales en liderar una banda de rock. Dee Dee Ramone escribía canciones en las que recordaba sus noches como taxi boy.

Inglaterra era otro escenario : Malcolm McLaren,  manager de los Sex Pistols (y antes manager de los New York Dolls) era dueño de una boutique sadomasoquista, «Sex», junto a su entonces esposa la diseñadora Vivienne Westwood, y los primeros punks de Londres usaban su ropa: Sid Vicious solía usar una remera con dibujos de Tom de Finlandia, cortesía de su manager. Buzzcocks tenía canciones tituladas «Homosapien». Iggy Pop tocaba con el cuerpo bañado en brillantina plateada.

En Estado Unidos surge Pansy Division, en el cine Greg Araki, en la literatura Sarah Schulman y en el arte Guerrilla Girls y Gran Fury. Quien hace historia es el cineasta canadiense Bruce LaBruce, quien partió rodando  cortos eróticos en Súper 8 con protagonistas punks, chicos hardcore, skinheads para luego proyectarlos en shows hardcore/punk. El primer largo fue No Skin Off My Ass, en el que su compañero skinhead Klaus von Brucker interpretaba a un taxi boy mudo. Pero lo que inaugura el contramovimiento fue el fanzine queercore de LaBruce editado en 1988 en San Francisco, Homocore.

El editor de Homocore entre 1988 y 1991, Tom Jennings cuenta su experiencia : ‘Aunque estábamos instalados en San Francisco, HOMOCORE se distribuía bastante ampliamente… Deke Nihilson y yo medio que diseñamos y experimentamos con un híbrido queer-punk de principios anarquistas, en cierta discordia ridícula, en un gran disgusto por la cultura gay de-facto separatista, y un deseo quemante de acostarnos con otros chicos’.

Otra cosa sería la autogestión en producción musical. En 1992 abrió Homocore Chicago, donde surgió el primer sello queerpunk, Outpunk Records, que editó a la banda inglesa Sister George. La canción que llevaba el nombre de la banda decía «Nunca conocí a un hombre como vos, nena».

Paralelamente surgían bandas lésbicas como Team Dresch, liderada por Donna Dresch, creadora del sello Chainsaw, uno de los más importantes de la escena, y las escandalosas Tribe 8, mujeres que tocan con el torso desnudo, ejecutan una castración ritual sobre el escenario con un pene de plástico.

Otras bandas exploraban en otros ritmos cultivando una suerte de homopop. Homomilitia, banda polaca, es una de ellas, lo que abría posibilidades de expansión y infinitas. Así como Tribe 8 es la banda más famosa de punk lésbico, los referentes de punk gay masculino más importantes son Pansy Division (con seis discos a su haber) y Los Crudos, liderados por Martín, un uruguayo radicado en Chicago, editados en la Argentina por Ugly Records, el mismo sello de Fun People. La banda ya no existe, pero Martín acaba de formar otra, Limp Wrist (Muñeca Quebrada) y su primer álbum, Hot Ass Pink (Culo caliente rosa) también se editó por Ugly.

En Argentina el movimiento queerpunk ha echado raíces con distintas bandas y con el fanzine Homoxidal que a partir del 2001 abrió toda una corriente expresada en festivales homocore, y la promoción de bandas de punk rock gay. Hasta el periódico Página 12 se hizo eco del movimiento publicando un reportaje donde se decía: ‘Chicos a quienes les gustan otros chicos pero que, a la vez, se resisten a ingresar al sistema de clubes y discotecas para hombres. Prefieren, a cambio, el circuito punk rock, uno que admite lo impensable hace dos décadas. El objetivo debiera ser alcanzar un lugar donde la orientación sexual no signifique nada. Donde todo sea fluido. Saber que tenes un lugar donde la gente puede hacer lo que quiera y no haya reglas sobre la sexualidad.’

Rafael, editor de Homoxidal cuenta porque surgieron: ‘Los homosexuales lentamente empezaron a querer adoptar todos los códigos de la sociedad que los rechazó. La sociedad es heterosexual per se. Vos no vas a ver una propaganda de Coca–Cola con una pareja gay corriendo por el prado, ni las galletitas jamás van a usar a una pareja de chicas dándose un beso. La integración no ocurrió con el homosexual integrado como parte de la diversidad de la trama. Hay una cosa camaleónica absurda. El problema viene cuando se confía en la pasividad que esto genera. No se sabe políticamente qué implica ser gay, sobre todo en una sociedad latina. El queerpunk plantea volver a politizar nuestra sexualidad’.

Hace algunos años, She–Devils editó un vinilo que se llamaba El Aborto Ilegal Asesina mi Libertad. Fue uno de los primeros gestos hacia adentro de la escena punk intentando instalar un tema y crear discusión. El vinilo se editó por Ugly Records. La misma de Fun People, la otra banda que pone en escena la ambigüedad en canciones como “Jamás lo sabrás” del disco The Art of Romance donde dicen: “Me encantaba jugar siempre a ser mujer a pesar de que insististe hacerme un varón/ Mujer de noche, hombre de día/ Sin género, ésta es mi historia”.

M. B. R.

El Ciudadano


Reels

Ver Más »
Busca en El Ciudadano