Según informa el periódico ‘ABC‘, en su libro ‘Secret Weapons: Technology, Science and the Race to Win World War II’ (Armas secretas: tecnología, ciencia y la carrera para ganar la Segunda Guerra Mundial) el profesor de la Universidad de Cardiff, Brian Ford, cuenta los extraños experimentos que el departamento de Servicios Estratégicos del Reino Unido llevaba a cabo en los laboratorios privados de Churchill.
El autor señala que tras descartar la posibilidad de envenenar al Führer, pues contaba con una legión de personas que probaban la comida antes que él, la Inteligencia británica tuvo que inventar un plan más sutil y en cierta manera absurdo: intoxicarlo con estrógenos (hormonas sexuales esteroideas) con el fin de suavizar la personalidad impulsiva del líder nazi para que aceptara la derrota del Tercer Reich.
De acuerdo con los documentos desclasificados citados en el libro, los espías de la coalición podrían haber mantenido contactos con el jardinero de Hitler, que debía inyectar esas hormonas a las zanahorias. No obstante, el plan nunca llegó a realizarse por motivos que se desconocen.