Lucila, Marca Registrada es un texto que encuentra su desarrollo escritural en la figura del autor, específicamente, de manera recurrente en todo el libro, en torno a Gabriela Mistral. Y, a su vez, aquel desarrollo textual adquiere su mayor condición poética cuando esa figura de la literatura chilena, esa imagen e imaginario, ese texto, pues, se vuelve Lucila. Se vuelve la otra.
Entonces pienso, al leer este libro, en Gabriela Mistral y sus locas mujeres. Esa sección, en Lagar, que en cierta medida es también su espejo: “La otra”, “La abandonada”, “La bailarina”, “La fugitiva”, “La fervorosa”. Su espejo, pero también su exceso: el arrojo poético que convierte la voz personal en una colectiva. En ese sentido, podríamos decir que el libro de San Páris toma del agua de esa fuente, pero también se hunde en sus ciénagas pantanosas, asume cierta condición oscura de dislocación.
Así encontramos en el libro ciertos fantasmas. Este libro está rodeado de voces de fantasmas que cantan. Es en parte esa dimensión otra de Mistral, que en este texto viene, justamente, marcada por el significante deliberado de Lucila. Y ello es, como dice el título mismo, una marca, un desgarro, una huella. En la sección “Recados de las Reinas de otros mundos” encontramos un registro fragmentario, múltiple: la voz de la puta, la madre, la viajera, la enferma, etc. Lucila es una voz a la vez contemporánea e intimista:
{destacado-1}
“Porque he estado en las esquinas que has estado/ Y tuve violación, y tuve fornicio, y tuve nombre entre mis piernas/ Y no me viste la cara, porque deseabas tanto al ídolo de cruces/ Tanto al calco de la reina de España/ Tanto a los estandartes, que un bocinazo ahora/ es el sonido de la cal sobre los marfiles duros”, así como también es una voz colectiva, en cuanto no nos refiere constantemente a ese espacio mistraliano del Elqui, así como a Latinoamérica.
Quizás lo que Lucila, Marca Registrada nos propone, en ese juego de espejos, más que una visión unívoca –de Mistral, Lucila, o lo que sea– son desgarros, jirones de voces que cantan con la palabra atragantada, fantasmas, donde quizá también cabe esa sombra, que es la voz de un muerto, porque como nos dice “El Autor” (otro espectro): “Es difícil escribir, cuando el verbo MATAR está conjugado en todos los tiempo”.
Por Guillermo Mondaca