Todos las reconocemos a la perfección; cuando el director decide encerrar a una pareja en un close-up en compañía de besos apasionados y caricias que nos hacen adelantarnos en el ilimitado mundo de la imaginación es porque la escena de sexo está a unos segundos de metraje.
Si de sacar variedades se trata, la lista es interminable. Las escenas de cama han sido filmadas desde varios puntos de vista, con enfoques diferentes y con muchos significados distintos. Las interpretaciones, y el lente que las captura, siempre dicen algo más de lo que al acto se refiere, y es ahí cuando el cine hace su infinita magia.
La pregunta es: ¿Cómo sabemos cuando una escena de sexo es buena o es mala? ¿Son los ángulos que el director elige? ¿Es la música que la acompaña? ¿Son las gotas de sudor o los labios de las actrices? Pues sí, todas estas determinan la calidad, de alguna manera, de las escenas de sexo, mas no su profundidad. Al ser entrevistado acerca de su papel en Breaking the Waves (1998) de Lars von Trier, Stellan Skarsgård dio su punto de vista acerca del retrato del sexo en la pantalla grande: “el amor también es sexo y el sexo le interesa a Lars como le interesa a mucha gente. El sexo puede ser extremadamente aburrido porque, en el cine, no se ve como realmente se siente, se ve ridículo, así que las escenas de sexo tienen que ser acerca de algo más”.
El actor de origen sueco no lo pudo haber puesto mejor: una buena escena de sexo no se trata del sexo, sino de su significado dentro de la historia que cuenta la película. Los ejemplos sobran. El séptimo arte ha ilustrado muchísimas veces el poder del contexto que cubre la escena, como en las siguientes ocasiones:
Quisiera ser grande (Big, 1998)
Cuando Josh, un niño de 12 años atrapado en su cuerpo de 30, está a punto de perder su virginidad con Susane (Elizabeth Perkins), su compañera de trabajo, nos convertimos en testigos de una de las representaciones de la inocencia más pura que hayamos visto en pantalla. Se trata de un adulto desvistiendo y seduciendo a un niño en el cuerpo de un adulto, pero un niño que como cualquier otro ha fantaseado infinidad de veces en el misterio de la sexualidad. La manera en que Josh reacciona (interpretado a flor de piel por un Tom Hanks novato) ante el hechizo de Susane. Exquisita en curiosidad, nos transporta al miedo de lo desconocido, a los nervios del que no ha tocado aún una mujer y a la excitación del que descubre un mundo nuevo.
Irreversible (Irréversible, 2002)
No todas las escenas de sexo son necesariamente placenteras y felices, y Gaspar Noé nos lo dejó más que claro en el Festival de Cannes cuando estrenó su segundo largometraje, Irreversible. Además de ser demasiado perturbadora por otras tantas razones, Irreversible cuenta con una de las escenas sexuales más incómodas y difíciles de sostener en una película de ficción, simulando una violación muy cruda. Dos personajes: el violador y la víctima (Monica Bellucci), solos en el túnel de una estación de metro en París y capturados en una sola toma fija, fue lo único que el realizador argentino necesitó para causar en el espectador un sentimiento de malestar y repugnancia tan fuerte que seguramente no olvidaremos nunca. No me refiero solamente a lo visualmente desgarradora que es la escena, sino también a su contexto: el final de la escena nos ata un nudo en la garganta y nos hace sentirnos impotentes, y al final del filme la magnitud aumenta al descubrir los secretos de la historia como conjunto. Irreversible es un filme muy difícil de ver, pero importante en muchos aspectos. Se trata de un cine no apto para la sensibilidad de todos.
Ninfomanía, vol. 1 (Nymphomaniac, Vol. 1; 2013)
Puede parecer absurdamente obvio; una película acerca de una ninfómana, tan larga que se dividió en dos volúmenes, tiene que contar con una escena de sexo digna de ser comentada en este artículo. Y la verdad es que sí, pero entre todas las escenas que Lars von Trier filmó para educarnos en el arte del sexo, hay una en específico que encontré muy distinta de las otras y por ende muy interesante, todo gracias a la yuxtaposición de tres escenarios al mismo tiempo. La escena en la que Joe (Stacy Martin) nos narra esa etapa en su vida en la que finalmente encontró el balance perfecto en la sexualidad mediante tres hombres diferentes: uno dulce y tierno, uno comprensible y consciente, y el último salvaje y pasional. El ello, el yo y el superyó en bandeja de plata servido entre sábanas y gemidos. La pantalla se divide en tres y en cada pedazo vemos a Joe haciendo el amor con cada uno de sus tres amantes. Al final, Selligman (Stellan Skarsgård) añade una metáfora al relato de Joe: el equilibrio en el sexo ligado a manera de psicoanálisis a la polifonía en la música de Bach; el tres es el número perfecto para alcanzar la máxima armonía.
Y así como estas tres, hay millones de escenas que nos cuentan historias por debajo de los roces y los besos. Se necesita más que cuerpos desnudos y decididos para realizar una escena de cama que profundice y trascienda en nuestras cabezas. ¿Qué me dicen de Bergman cuando en su obra maestra Persona (Persona, 1966) logró filmar una de las escena más eróticas en el cine sin necesidad de mostrarnos la imagen en esencia? Sólo necesitó de un diálogo penetrante y de la magnífica actuación de Bibi Andersson para lograr que el relato hablado de un encuentro sexual nos hipnotice y transporte por completo. El sexo es poder, pero hay que saber utilizarlo bien.