Los escritores (de izquierda) y la política (de izquierda)

«Siempre quise ser un escritor político, de izquierdas, claro está, pero los escritores políticos de la izquierda me parecían infames


Autor: Wari

«Siempre quise ser un escritor político, de izquierdas, claro está, pero los escritores políticos de la izquierda me parecían infames. Si yo hubiera sido Robespierre, o no, mejor Danton, en una de esas los envío a la guillotina. Latinoamérica, entre sus muchas desgracias, también ha contado con un plantel de escritores de izquierda verdaderamente miserables. Quiero decir, miserables como escritores. Y yo ahora tiendo a pensar que también fueron miserables como hombres. Y probablemente miserables como amantes y como esposos y como padres. Una desgracia. Trozos de mierda esparcidos por el destino para probar nuestro temple, supongo, porque si podíamos vivir y resistir esos libros seguramente éramos capaces de resistirlo todo. En fin, no exageremos. El siglo 20 fue pródigo en escritores de izquierda más que malos, perversos». Roberto Bolaño

(de entrevista de Demian Orosz para La Voz del Interior, Córdoba, Argentina, Miércoles 26 de diciembre de 2001).

Qué tema, no? Estoy seguro que este tema y no otro más abstracto, como el ya tan manido de la relación entre el escritor y su compromiso social y político en general, es el que verdaderamente importa hoy. El problema, a mi juicio, viene con todas su descarga de emociones, en esta segunda vuelta electoral o balotage, como se le viene a llamar en estos tiempos, en nuestro Chile del siglo XXI en nuestro Chile bicentenario, binominal y bicéfalo.

A mí no me interesa mayormente si durante 20 años la Concertación ha tenido o no una política cultural, o un fomento más o menos profundo de la industria cultural, de la literatura nacional, del libro, o para los creadores literarios, etc., etc., etc. Me parece tema de sociólogos de la cultura y de funcionarios públicos. O de actores.

A mí me preocupan los escritores y escritoras, me preocupa el modo de ser escritor o escritora en el país bicéfalo. Por ejemplo tomemos el caso de la Sociedad de Escritores de Chile, una casa que sea cae de muerta, como la de Usher, muy fría en invierno, relativamente agradable en verano, donde pululan ciertos personajes más bien desconocidos. Algunos muy pobres, pero no sólo económicamente pobres. Andan con su único librito bajo el brazo mostrando así que son escritores. Pero realmente pasan tantas horas en esa sede, que no sé de dónde sacan tiempo para sentarse frente a un computador, a una máquina de escribir o lisa y llanamente frente a un papel en blanco, con un lápiz bic en la mano. No se puede generalizar, pero que existen esos personajes, existen, y le dan una cierta vida bohemia al lugar. Se meten a la cocina, piden cafecito, caminan por los pasillos y escaleras. Son las nuevas y viejas víctimas de las casas editoriales, del mercado y del neo liberalismo. Pero víctimas que no escriben o escriben poco. Que son, digámoslo así, escritores por definición, pero por definición propia. Sin obras o con escasa producción.

Los que los dirigen o representan, puesto que la SECH es una organización gremial, son también escritores, pero que se dedican más bien a organizar al gremio, a establecer relaciones con las instituciones culturales del estado, con los municipios, para obtener recursos que sirvan al desarrollo y existencia sobretodo del gremio mismo. Para financiar sus reuniones, sus actividades de extensión, talleres, etc., etc.,etc. Llegan incluso a invitar antiguos esbirros de la DINA para invertir en su noble obra. Probablemente algunos, no todos, también con escasa producción literaria. Por supuesto todos auto definidos como de izquierda o progresistas, que terminan sus reuniones de la sala plenaria en algún bar cercano, discutiendo de las regularidades e irregularidades de la Dirección del gremio. Poco y nada de literatura hay en esas conversaciones.

O tomemos a los escritores que fueron reconocidos por el estado democrático, y a los cuales se les entregaron recursos para sacar sus obras o para viajar a congresos y encuentros latinoamericanos y mundiales, de escritores. Los que se repitieron más de dos o tres veces el plato de los premios del Fondart primero y del Fondo del Libro después. Siempre muy preocupados y atentos a cada llamado a concurso, para obtener así recursos frescos para su actividad profesional. De este grupo, nacen los desencantados, que obtuvieron prebendas pero las dejaron de obtener y entonces comienzan a criticar pero en gran medida, y tampoco se puede generalizar, por la herida. Porque ya no obtienen los recursos y el reconocimiento, especialmente en dinero, que les permita continuar con su carrera de escritores.

Ando disgregado hace días, y entre que deseo continuar escribiendo este artículo y que deseo pararme lo más raudamente posible y salir de él con asco, se me viene a la mente, Ezra Pound, metido en una caja de metal de 1x 2, encerrado en un campo de concentración norteamericano por haber tenido un programa de radio en la Italia fascista, y pienso además en las conversaciones que tuvo con T. S. Eliot, sobre la Tierra Baldía y las innumerables correcciones que le realizó Pound al texto.

O pienso en Boris Pasternak, y en su retiro obligado a una pequeña dasha a las afueras de Moscú, tratando de sobrevivir con orgullo en pleno período estalinista. O pienso en Padilla y en su mujer defenestrados ambos de la UNEAC y luego exiliados por escribir un texto que hoy parecería menos que un lamento, sobre la tremenda probabilidad de la construcción del totalitarismo y no del paraíso terrenal. O en Reinaldo Arenas que tuvo que escapar, para no ser encarcelado y que murió de SIDA también en el exilio.

¿Muchos ejemplos del mundo socialista? Bueno, podemos hablar de la vida o de la muerte de los escritores bajo las dictaduras anticomunistas de América Latina. De Argentina por ejemplo, he aquí un texto ejemplar que nos da una pincelada:

«A Rodolfo Walsh lo esperaron una mañana en una calle de Buenos Aires y nada más se sabe de él; Francisco Urondo murió en un enfrentamiento (supo morir con la valentía con que vivió toda su vida); de Haroldo Conti no se sabe nada con certeza, a veces alguien afirma que murió durante la tortura, otras se dice que alguien lo vio hecho un espectro o escuchó su voz en algún vago campo de concentración; hace un año ya que Antonio Di Benedetto está en una cárcel, no sé cual, con uniforme a rayas, con las visitas prohibidas; (…) Miguel Angel Bustos, delicado y tembloroso el frágil niño poeta que teníamos y queríamos, fue asesinado; (…) Emilio de Ippola fue apresado junto con el periodista Eduardo Molina y nadie habla más de su libertad así como tampoco se sabe por qué pudo haber sido detenido; el editor Carlos Pérez desaparecido de su casa hace como diez meses, en una trémula madrugada, y es como si nunca hubiera existido, no figura en ninguna lista, no ha sido reconocido entre los muertos, no está en ninguna prisión. Alberto Burnichón, el «Barbas», que llevaba en su Citroen 2 CV sus plaquetas de poesía por todo el país, fue secuestrado una noche, el 23 de marzo de 1976, junto con su hijo, en presencia de su mujer y otra hija, eso fue en Córdoba: a los dos días lo encontraron flotando en un pozo de una casa de la vecindad: su hijo nunca apareció.» (1)

No quiero ser injusto, pero de escritores chilenos asesinados no tengo realmente datos, sí de periodistas, como el Perro Olivares, que se suicidó en La Moneda atormentado por el humo, las metrallas y los bombardeos de los Hawker Haunter sobre el Palacio presidencial. Y a propósito de homicidios con armas químicas, se presume que Eugenio Lira Massi, no se suicidó, sino que fue asesinado por esbirros de la DINA en su pieza de París, al igual que lo fue el Presidente Frei Montalva, pero ninguna investigación se ha realizado al respecto. Otro triste ejemplo es José Pepe Carrasco, acribillado en un paredón de un cementerio de Santiago y botado como una bolsa de basura en sus márgenes.

Eso si, que en el Chile democrático han muerto poetas por falta de atención médica, como el caso de Rolando Cárdenas, o se han suicidado, producto de la miseria y el olvido y la falta de apoyo estatal en días aciagos, al menos una pensión de gracia, como fue el caso de nuestro gran poeta nacional Alfonso Alcalde.

En estos días, no sale el sol, ni tampoco vuestros nombres. Durante 20 años bajo el dominio concertacionista, uno levanta una piedra y sale un escritor, una escritora, un poeta. Bueno, Chile siempre ha sido un país de palabras y de palabras bellas, de fuertes imágenes y metáforas. Pero Chile no sólo está lleno de palabras al viento, sino de hombres y mujeres que han hecho de esa palabra su vida. Hombres y mujeres que no andan merodeando las sedes derrumbadas de los palabreros y corruptos de media tinta, ni ministerios, ni escondrijos burocráticos, ni recibiendo esbirros en sus casas, ni haciendo reuniones donde se homenajean entre ellos, ni recibiendo premios, ni fondos estatales.

Escritores que de alguna forma y de todas, cumplen la misión real encomendada. La de ser conciencia crítica de una época, que parafraseando a D. H Lawrence, se nos cae encima de las cabezas como pedazos de cielo muerto. Por eso que dije que no quería ser injusto, puede que muchos de ellos y de ellas hayan sido asesinados bajo la dictadura y no sepamos sus nombres, porque sus vidas no fueron inscritas en la gran comedia del reconocimiento institucional y del poder político. Y acaso hayan sido hombres y mujeres de izquierda realmente, porque pertenecieron al pueblo pobre o a una clase media que creía y aún cree en el poder verdadero, el poder del conocimiento y la enseñanza, el poder de la cultura cotidiana y el de los libros leídos una y otra vez, hasta dejarlos arrugados y en el poder de la escritura anónima y de la obra hecha a machetazos, noche a noche, donde se habla y se conversa de la existencia profunda del ser humano, en este mundo ancho y ajeno.

Me da la impresión que a lo que se refiere Roberto Bolaño en su entrevista, sobre los escritores de izquierdas, es a aquellos que nombro en un comienzo, esos que escriben obras insufribles, pocas y malas, y que además recorren los pasillos del dominio, como única forma de ser reconocidos por algunos, y de obtener las monedas necesarias para no morirse de hambre y a la vez no trabajarle un peso a nadie, y escribir lo menos posible, mientras culpan al mundo de su mediocridad humana y literaria. O a aquellos que prefirieron quedarse con sus primerísimos libros y repetirlos ad infinitum, y dar grandes, fastuosas y egocéntricas lecturas en los patios de fundaciones y en los salones de la pequeña burguesía decadente y victimizada.

Hay otros y otras que en esta coyuntura y en todas, no andan pensando en votar por los mismos pelafustanes que les han dado meras migajas en la mesa del pellejo del poder estatal y partidocrático y no dignidad y reconocimiento profundo, no son aquellos y aquellas pseudo izquierdistas de bares y oficinas, de vidas miserables consigo mismos y los otros, sobretodo con sus pares y compañeros de oficio, sino hombres y mujeres de un Chile profundo, que recorren los laberintos sagrados de un fauno, que se comerá indefectiblemente a esos» trozos de mierda esparcidos por el destino para probar nuestro temple».

(1) Noé Jitrik, escritor, director del Instituto de Literatura Hispanoamericana de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Este artículo, del cual publicamos un extracto, fue escrito desde el exilio en México en el año 1977. Posteriormente fue incluido como un capítulo del libro «Las armas y la razón», Editorial Sudamericana, 1984.

Por Fesal Chain

Poeta, narrador y sociólogo

Especial para G80


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