Un experimento demuestra que nuestro recuerdo de los colores tiene un sesgo sistemático y que tendemos a agruparlos en las categorías más sencillas o conocidas.
A pesar de que vemos millones de colores, nuestra memoria los almacena en categorías – Foto Royce Faddis/JHU
Imagina que estás mirando un cuadro abstracto y alguien te pide diferenciar los colores. Sobre el lienzo distingues un tono cobalto, un azul cielo o un púrpura. Pero cuando lo memorices y trates de recordar la escena lo más probable es que todos esos matices se almacenen con una sola etiqueta y solo visualices el color azul.
El cerebro almacena los datos conforme a categorías reconocibles.
Es parte del descubrimiento que el investigador Jonathan Flombaumy su equipo de la Universidad Johns Hopkins presentan esta semana en la revista Journal of Experimental Psychology y que puede ser clave para entender cómo funciona nuestra memoria de trabajo visual. Para el estudio, los investigadores prepararon un doble experimento: por un lado pidieron a un grupo de voluntarios que observaran un panel con 180 tonos de color y que definieran cuáles eran los mejores ejemplos de azul, rosa, verde, púrpura, naranja y amarillo. Al día siguiente, con otro grupo de voluntarios, mostraron a los sujetos un cuadrado de color durante una décima de segundo y les pidieron que recordaran el tono. Y a continuación, con el panel de 180 tonos del día anterior, les pidieron que identificaran cuál era el color que les acababan de mostrar.
El resultado mostró que las personas tendían a señalar un color básico en lugar del tono que habían visto, como si el cerebro fuera capaz de percibir el matiz pero se quedara con una idea muy general de lo que acababa de ver. «Podemos diferenciar millones de colores», asegura Flombaum, «pero para almacenar esta información nuestro cerebro tiene un truco. Clasificamos el color con la etiqueta más general. Eso hace que nuestra memoria esté más sesgada pero sigue siendo muy útil».
“Nuestra memoria del color tiene un sesgo, pero sigue siendo muy útil”
Lo que demuestra el trabajo, argumentan sus autores, es que el cerebro parece memorizar los colores después de un proceso de categorización. Las personas recuerdan mejor los tonos cuando estos son buenos ejemplos de sus respectivas categorías, señalan. No se trata, dice Flombaum, de que el cerebro no tenga espacio para almacenar esa información, sino que la almacena conforme a categorías reconocibles condicionadas por el lenguaje. «Tenemos una percepción muy precisa del color en el cerebro», concluye, «pero cuando nos fijamos en un color en el mundo exterior hay una voz que nos dice “es azul» y eso afecta a lo que terminamos pensando que vimos».