“Esperé paciente frente a la reja y noté la niebla dispersarse en el bosque. Se sentía una pequeña brisa matutina cuyo rocío anunciaba el nuevo día. Un hombre mayor, con una gran calva y barba recortada llegó hasta la puerta. Me presenté y comenzó a abrir la gran puerta para dejarme pasar. Llevaba conmigo todo el equipo de mi cámara y aunque el hombre se ofreció a ayudarme, insistiendo en la delicadeza del equipo, me negué. Subimos por la colina que llevaba al edificio central y comenté la belleza de los jardines. El hombre comenzó a platicarme que los jardines y los cultivos del asilo eran una de las principales actividades de los internos pero pronto dejé de escucharlo cuando noté que me observaban desde las ventanas del gran edificio. Seis ojos que se hacían notar, por pares, entre las rejas que los aislaban.
Al entrar a la nave principal, penetré una atmósfera sombría de silencio inquietante. El hombre me pidió que esperara la llegada de Sir Crichton-Browne, el director del manicomio. Observé cada detalle a mi alrededor, la pulcritud del piso, la decoración victoriana de los espacios pero sobretodo la tensa calma que se sentía. Voces retumbaban por los pasillos, algunos pasos que hacían rechinar la madera y una constante tos que se quejaba en algún rincón. Sir Browne llegó a mi encuentro. Un hombre mayor, con canas en lo poco que tenía de pelo y en las largas barbas y patillas que se prolongaban fuera de su rostro. Charlamos un poco y me invitó a pasar a su oficina. En medio de inmensos libreros, expedientes y cartas, tuvimos una pequeña entrevista donde me dejo entrever la forma en la que él concibe el trato a los pacientes. Me preguntó sí estaba listo para las fotografías y me sugirió que, pasara lo que pasara en ellas, mantuviera el temple. Le hice ver que la experiencia hablaría por mí.
Sir Browne me acompañó por unos largos pasillos que llevaban hasta un pequeño consultorío adaptado para la ocasión. Monté mi equipo y quedé listo. Los pacientes comenzaron a pasar frente a mi lente. Algunos se maravillaron por la oportunidad de tener una fotografía suya, otros más se mostraron indiferentes a la situación. Sin embargo, hubo algunos casos de pacientes que se rehusaban a ser fotografiados, por lo que un ayudante tuvo que sujetarlos a la silla, o en un caso extremo amarrarlo a una estructura para mantener su cabeza levantada. Conforme cada paciente posaba, tomaba registro de su nombre, la enfermedad que padecía o la razón por la que había sido internado. Ciertos pacientes podían pasar por personas normales, provocando que me preguntara ¿qué les había sucedido? ¿quién los había abandonado aquí?
Uno de los últimos pacientes captó mi atención desde el momento en que entró al consultorio. No dejaba de mirarme intrigado, como si quisiera reconocer en mí algún tipo de familiaridad. Quizás pudimos habernos cruzado alguna vez en la calle antes de su internamiento pero mi mente calló cuando se sentó frente a mí. Su expresión se enturbió, sus ojos me miraron en lugares que creí inexistentes. El hombre me preguntó “¿Por qué no había visitado, hijo mío?” Tomé la fotografía y evite mirarlo mientras se lo llevaban”.
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A principios del Siglo XIX, la psiquiatra se instauraba como una especialidad médica cuyos métodos y tratamientos comenzaban a tener un trato mucho más humanos. Después de que la locura y las enfermedades mentales fueran por tanto tiempo malentendidas producto de la ignorancia humana, las cosas parecían cambiar. Tal es el caso de The West Riding Pauper Lunatic Asylum, una institución mental victoriana diseñada no sólo para recibir a las personas pobres o enfermos mentales, sino una de las primeras en comenzar a “recolectar” pacientes que no podían ser cuidados en otros ambientes. A partir de las investigaciones de Sir Crichton-Browne, director de la institución, se trazó el camino para entender el tratamiento de las enfermedades mentales, incluyendo el hecho de que algunas enfermedades son natas mientras que otras dependen de factores externos.
El Asilo estaba diseñado para aislar a los pacientes del resto de la sociedad y contaba con su propia panadería, carnicería, tienda y lavandería. Los jardines y los cultivos del terreno eran cuidados tanto por los empleados como por los pacientes, esperando que estas actividades pudieran ayudar en el tratamiento de las enfermedades a la par de que servía como una actividad de recreación. En dicha institución, se reducían la medidas de fuerza contra los pacientes salvo que fueran necesarias, los sedantes eran mínimos y todas las actividades eran complemento de la vida de los pacientes. Una mentalidad tan “progresista” se basa en la filosofía del creador del asilo, William Tuke, un cuáquero que creía que todos los seres humanos tenían un chispazo de divinidad en ellos.
Sir Browne realizó un proyecto donde busco que todos los pacientes posaran para la cámara, imágenes que acompañaría con notas de los pacientes, de sus apariencias y los males que los aquejaban para tres años después, colaborar en el libro “The expression of the emotions in man and animals” de Charles Darwin. El fotógrafo fue H. Clarke y las imágenes datan de 1869. Se trata pues de fotografías que sirven como reflejo de una época donde la locura era menos comprendida que hoy en día pero donde los destellos de humanidad comenzaban a brillar en los rincones más oscuros de nuestra historia.
Referencia: Mashable