El siguiente fragmento forma parte de un ensayo titulado ‘Las mujeres y la subversión de la comunidad’, de Mariarosa Dalla Costa. Escrito entre junio y diciembre de 1971 y publicado originalmente en 1972, en el libro ‘El poder de la mujer y la subversión de la comunidad’. Dicho libro constituye una obra fundamental del feminismo libertario y crítico del marxismo de las últimas décadas. Prueba de ello es que ha servido como sustento teórico para el desarrollo del libro ‘Calibán y la Bruja’ de Silvia Federici. El título del artículo no corresponde al original. Para revisar el documento completo pueden hacer clic aquí. ¡Salud y anarcofeminismo! (N&A)
Manifestación del 1º de Mayo en Nápoles. De izquierda a derecha, Mariarosa Dalla Costa, Leopoldina Fortunati.
En la sociedad precapitalista patriarcal, la casa y la familia eran centrales para la producción agrícola y artesanal. Con el advenimiento del capitalismo, la socialización de la producción se organizó con la fábrica como centro. Los que trabajaban en los nuevos centros productivos recibían un salario. Los que eran excluidos, no. Las mujeres, los niños y los ancianos perdieron el poder relativo que se derivaba de que la familia dependiera del trabajo de ellos, el cual se consideraba social y necesario. El capital, al destruir la familia, la comunidad y la producción como un todo, ha concentrado, por un lado, la producción social básica en la fábrica y la oficina, y, por otro, ha separado al hombre de la familia y lo ha convertido en un trabajador asalariado. Ha descargado en las espaldas de los hombres el peso de la responsabilidad económica de mujeres, niños, ancianos y enfermos: en una palabra, de todos los que no perciben salarios. A partir de este momento comenzó a expulsarse de la casa a todos los que no procreaban ni atendían a los que trabajaban por un salario. Los primeros en ser excluidos de la casa, después de los hombres, fueron los niños: se les mandó a la escuela. La familia dejó de ser no sólo el centro productivo sino también el centro educativo.
Esto implica reconocer todo un nuevo significado a la «educación», y el trabajo que se está llevando a cabo ahora sobre la historia de la educación obligatoria -aprendizaje forzoso- lo prueba. En Inglaterra, se concebía a los maestros como una «policía moral» que podía: 1) condicionar a los niños en contra del «crimen» -contener la reapropiación de la clase obrera en la comunidad; 2) destruir a «la chusma», organización de clase obrera basada en una familia que era todavía una unidad productiva o, por lo menos, una unidad de organización viable; 3) hacer de la asistencia regular y habitual y de la puntualidad algo tan necesario para los futuros puestos de trabajo de los niños, y 4) estratificar la clase mediante la clasificación y la selección. [Al igual que con la familia, la transición a esta nueva forma de control social no fue fácil y directa sino el resultado de fuerzas contradictorias tanto de la clase como del capital, lo mismo que en cualquier fase de la historia del capitalismo.]
En la medida en que los hombres han sido las cabezas despóticas de la familia patriarcal, basada en una estricta división del trabajo, la experiencia de las mujeres, los niños y los hombres fue una experiencia contradictoria que nosotros heredamos. Pero, en la sociedad precapitalista, el trabajo de cada uno de los miembros de la comunidad de siervos se consideraba dirigido a un objetivo: o bien la prosperidad del señor feudal o nuestra supervivencia. En esta medida, toda la comunidad de siervos se veía forzada a cooperar en una unidad de los no libres que involucraba en el mismo grado a mujeres, niños y hombres y que el capitalismo tuvo que romper1. En este sentido, el individuo no libre, la democracia de la sujeción2, entró en crisis. El paso de la esclavitud a la fuerza de trabajo libre separó al hombre proletario de la mujer proletaria, y a ambos de sus hijos. El patriarca no libre se transformó en el asalariado «libre», y sobre la experiencia contradictoria de los sexos y las generaciones se alzó un extrañamiento más profundo pero también, por lo tanto, una relación más subversiva.
Tenemos que acentuar que esta separación de niños y adultos es esencial para comprender el pleno significado de la separación de mujeres y hombres, para captar plenamente cómo la organización de la lucha por parte del movimiento de las mujeres, aun cuando adopta la forma de un rechazo violento de cualquier posibilidad de relación con los hombres, puede únicamente estar dirigida a superar esta separación basada en la «libertad» del trabajo asalariado.
La lucha de clases en la educación
El análisis de la escuela que ha surgido en los últimos años -especialmente con la aparición del movimiento estudiantil- ha identificado claramente a la escuela como un centro de disciplina ideológica y de formación de la fuerza de trabajo y de sus amos. Lo que quizás no se ha dicho, o al menos con suficiente profundidad, es precisamente lo que precede a todo esto; es decir, la desesperación habitual de los niños el primer día de escuela maternal cuando ven que los dejan metidos en una clase y sus padres de repente los abandonan. Pero precisamente en ese momento empieza toda la historia de la escuela.
[No tratamos aquí de la estrechez de la familia nuclear que impide que los niños tengan una transición fácil hacia la formación de relaciones con otras personas; tampoco de lo que se desprende de esto: el argumento esgrimido por los psicólogos de que un condicionamiento adecuado hubiese podido evitar esta crisis. Tratamos de la organización total de la sociedad en la que la familia, la escuela y la fábrica son, cada una de ellas, un compartimiento tipo gueto. Tanto es así, que el paso de uno a otro de estos compartimentos es doloroso. Este dolor no puede eliminarse remendando las relaciones entre un gueto y otro sino únicamente destruyendo cada uno de ellos.]
Vistos de esta manera, los niños de escuela primaria no son esos apéndices que, únicamente por las demandas de «desayunos gratuitos, transporte gratuito y libros gratuitos» -todo esto aprendido de los mayores-, pueden estar unidos de alguna manera con los alumnos de escuelas secundarias3. En los niños de escuela primaria, los que son hijos e hijas de obreros, hay siempre una conciencia de que la escuela, de algún modo, los está poniendo en contra de sus padres y de sus iguales y, en consecuencia, hay una resistencia instintiva a estudiar y a ser «educado». Esta resistencia es la razón de que en Inglaterra se haya confinado a los niños negros en escuelas de educación subnormal4. El niño europeo de clase obrera, al igual que el niño negro de clase obrera, ve en el maestro a alguien que le está enseñando algo contra su madre y su padre, no como una defensa para el niño, sino como un ataque a la clase a la que pertenece. El capitalismo es el primer sistema productivo en el que los niños de los explotados son disciplinados y educados en instituciones organizadas y controladas por la clase gobernante.
[A pesar del hecho de que el capital dirige las escuelas, el control no se concede nunca de una vez por todas. La clase obrera se enfrenta continua y crecientemente al contenido de la escolarización capitalista y no admite sus costos. La respuesta del sistema capitalista consiste en restablecer el control que tiende a reglamentar cada vez más en términos tipo fábrica.
Sin embargo, la nueva política educativa que se nos está machacando -aun mientras escribimos esto- es más compleja que todo eso. Aquí, únicamente podemos dejar indicado el impulso de esta nueva política:
Los jóvenes de clase obrera no admiten que la educación les prepare sólo para una fábrica, aun cuando sea para llevar cuellos blancos y usar máquinas de escribir y tableros de dibujo en vez de máquinas remachadoras.
Los jóvenes de clase media rechazan el papel de mediadores entre las clases y la personalidad reprimida que este papel de mediación requiere.
Se pide fuerza de trabajo nueva, más salarios y diferenciación de status. La actual tendencia igualitaria debe revertirse.
Debe crearse un nuevo tipo de proceso laboral que intente interesar al obrero en la «participación» para que no rechace la monotonía y fragmentación de la actual línea de ensamble.
Si los jóvenes se niegan a aceptar el tradicional «camino al éxito», e incluso el «éxito», han de encontrar nuevas metas a las que puedan aspirar, es decir, por las que vayan a la escuela y al trabajo. Diariamente surgen nuevos «experimentos» de educación «libre», en los que se alienta a los niños a participar en la planeación de su educación y existe una mayor democracia entre maestros y alumnos. Es tan ilusorio creer que esto es una derrota del capital como creer que la regimentación será una victoria. En la creación de una fuerza de trabajo manipulada más creativamente, el capital no perderá en el proceso ni un 0,1% del beneficio. «De hecho», dicen en realidad, «puedes resultarnos mucho más eficiente si tomas tu propio camino, siempre que pase por nuestro territorio.» En algunos lugares de la fábrica y en la fábrica social, el eslogan del capital es cada vez más semejante al siguiente: «Libertad y fraternidad para garantizar la igualdad e incluso extenderla».]
La prueba definitiva de que esta indoctrinación ajena, que comienza en la escuela maternal, está basada en la separación de la familia, es que aquellos niños de clase obrera que llegan a la universidad (los pocos que llegan) tienen tan lavado el cerebro que son incapaces de hablar ya con su comunidad.
Los niños de clase obrera son pues los primeros que instintivamente se rebelan contra las escuelas y la educación que en ellas se proporciona. Sus padres los encierran en las escuelas porque les preocupa que sus hijos «tengan una educación», es decir, que estén equipados para escapar de la línea de ensamble o de la cocina en las que ellos, sus padres, están aprisionados. Si un niño de clase obrera muestra dotes especiales, toda la familia se concentra inmediatamente en él, le da las mejores condiciones, sacrificando con frecuencia a los demás, con la esperanza de que los sacará a todos de la clase obrera. Esto se convierte, en efecto, en la forma en que funciona el capital a través de las aspiraciones de los padres para incorporar su ayuda al disciplinamiento de la fuerza de trabajo nueva.
En Italia, los padres cada vez tienen menos éxito en mandar a sus hijos a la escuela. La resistencia de los niños a la escuela va en aumento, aun cuando no está todavía organizada.
Al mismo tiempo que crece esta resistencia de los niños a ser educados en escuelas, también aumenta su rechazo a aceptar la definición que ha dado el capital de su edad. Los niños quieren todo lo que ven; no entienden que para tener cosas se haya de pagar por ellas y que para pagarlas se deba tener un salario y, por lo tanto, se tenga que ser adulto. No es extraño que resulte difícil explicar a los niños que no pueden tener lo que la televisión le ha dicho que es imprescindible.
Pero algo está sucediendo con la nueva generación de niños y con la juventud que está haciendo constantemente más difícil explicarles cuál es el momento arbitrario en que se llega a la edad adulta. Lo que sucede es más bien que la generación joven nos está demostrando su edad: en los sesenta, los niños de seis años ya se sublevaron contra los perros de la policía en el sur de los Estados Unidos. Encontramos el mismo fenómeno hoy en Italia y en Irlanda del Norte donde los niños han sido tan activos en la rebelión como los adultos. Cuando se reconozca a los niños (y a las mujeres) como parte integrante de la historia, aparecerán sin duda otros ejemplos de participación de menores (y de mujeres) en luchas revolucionarias. Lo nuevo es la autonomía de su participacióna pesar y en razón de su exclusión de la producción directa. En las fábricas, la juventud rechaza el liderazgo de los obreros mayores, y en las revueltas en las ciudades es la punta de diamante. En las metrópolis las generaciones de la familia nuclear han producido movimientos de jóvenes y estudiantes que han iniciado el proceso de sacudimiento del marco de poder constituido; en el Tercer Mundo, los jóvenes sin empleo salen frecuentemente a la calle antes de que la clase obrera se organice en sindicatos.
Vale la pena hacer constar lo que dijo The Times de Londres (1 de junio de 1971) refiriéndose a una reunión de maestros convocada porque uno de ellos había sido amonestado por golpear a un alumno: «Elementos perturbadores e irresponsables acechan por todos los rincones con la intención aparentemente planeada de erosionar todas las fuerzas de autoridad». Esto «es una conspiración para destruir los valores en que se basa nuestra civilización y de los cuales nuestras escuelas son uno de los mejores bastiones».
La explotación de los no asalariados
Hemos querido hacer estos comentarios sobre la actitud de rebelión que se está extendiendo constantemente entre los niños y la juventud, especialmente en los de clase obrera y particularmente entre los negros, porque creemos que está íntimamente vinculada con la explosión del movimiento de mujeres y es algo que este movimiento debe tomar en cuenta. Nos ocupamos aquí de la revuelta de los que han sido excluidos, de los que han sido apartados por el sistema de producción, y que expresan con acciones su necesidad de destruir las fuerzas que obstaculizan el camino de su existencia social, pero que esta vez se están juntando como individuos.
Las mujeres y los niños han sido excluidos. La revuelta de unos contra la explotación a través de la exclusión es un índice de la rebelión de los otros.
En la medida en que el capital ha reclutado al hombre y lo ha convertido en un trabajador asalariado, ha creado una brecha entre él y todos los demás proletarios sin salario a quienes, al no participar directamente en la producción social, se suponía por lo tanto incapaces de ser los sujetos de una revuelta social.
Desde Marx, ha sido claro que el capital domina y se desarrolla a través del salario, esto es, que el fundamento de la sociedad capitalista era el trabajador asalariado y, hombre o mujer, la explotación directa de éste. Lo que no ha estado claro, ni lo han supuesto las organizaciones del movimiento de clase obrera, es que precisamente a través del salario se ha organizado la explotación del trabajador no asalariado. Esta explotación ha sido aún más efectiva porque la falta de un salario la ocultaba. Es decir, el salario controlaba una cantidad de trabajo mayor que la que aparecía en el convenio de la fábrica. En lo que respecta a las mujeres, su trabajo parece un servicio personal fuera del capital. La mujer parecía sufrir únicamente el chauvinismo masculino y era mal tratada porque el capitalismo significaba «injusticia» general y «conductas malas e irrazonables»; los pocos (hombres) que lo advirtieron nos convencieron de que esto era «opresión» pero no explotación. Pero la «opresión» ocultaba otro aspecto más penetrante de la sociedad capitalista. El capital excluyó a los niños y los mandó a la escuela no sólo porque obstaculizaban el trabajo más «productivo» de otros o para indoctrinarlos. El dominio del capital a través del salario obliga a toda persona físicamente capaz a funcionar bajo la ley de la división del trabajo, y a funcionar en formas que, si no inmediatamente, son en definitiva provechosas para la expansión y extensión del dominio del capital. Este es, fundamentalmente, el significado de la escuela. En lo que respecta a los niños, su trabajo parece consistir en aprender para su propio bien.
Los niños proletarios han sido forzados a pasar por la misma educación en las escuelas: esta es la igualdad capitalista frente a las infinitas posibilidades de la enseñanza. La mujer, por otro lado, ha sido aislada en la casa, forzada a llevar a cabo trabajo que se considera no calificado: el trabajo de dar a luz, criar, disciplinar, y servir al obrero para la producción. Su papel en el ciclo de la producción social ha permanecido invisible porque sólo el producto de su trabajo, el trabajador, era visible. Con lo cual quedó atrapada dentro de las condiciones precapitalistas de trabajo y nunca se le pagó un salario.
Y cuando decimos «condiciones precapitalistas de trabajo» no nos referimos únicamente a las mujeres que usan escobas para barrer. Ni siquiera las cocinas norteamericanas mejor equipadas reflejan el nivel actual de desarrollo tecnológico; reflejan, a lo sumo, la tecnología del siglo XIX. Cuando no se cobra por hora, dentro de ciertos límites, a nadie le importa el tiempo que alguien se tarde en hacer el trabajo.
Esta no es sólo una diferencia cuantitativa sino cualitativa respecto a cualquier otro trabajo y emana precisamente de la clase de mercancía que este trabajo está destinado a producir. Generalmente, dentro del sistema capitalista, la productividad del trabajo no aumenta a menos que haya una confrontación entre el capital y la clase: las innovaciones tecnológicas y la cooperación son al mismo tiempo momentos de ataque para la clase obrera y momentos de respuesta capitalista. Pero si esto es cierto de la producción de mercancías en general, no lo ha sido de la producción de esta clase especial de mercancía: la fuerza de trabajo. Si la innovación tecnológica puede reducir el límite de trabajo necesario, y si la lucha de la clase obrera en la industria puede utilizar esta innovación para ganar horas libres, no puede decirse lo mismo del trabajo doméstico; en la medida en que la mujer debe procrear, criar y responsabilizarse de los niños en aislamiento, la alta mecanización de las labores domésticas no le deja más tiempo libre. La mujer está siempre en servicio porque no existe la máquina que haga niños y se preocupe de ellos5. La mayor productividad del trabajo doméstico mediante la mecanización únicamente puede relacionarse con servicios específicos como, por ejemplo, lavar y limpiar. La jornada de trabajo de la mujer es interminable no porque carezca de máquinas sino porque está aislada.
[En la medida en que ninguna innovación tecnológica puede educar niños, sino solamente el «cuidado humano», la liberación efectiva del tiempo dedicado al trabajo doméstico, el cambio cualitativo del trabajo doméstico, sólo puede provenir de un movimiento de las mujeres, de una lucha de las mujeres: cuanto más crezca el movimiento, menos podrán contar los hombres -y en primer lugar los militantes políticos- en que las mujeres cuiden a los niños. Al mismo tiempo, la nueva atmósfera social que crea el movimiento ofrece a los niños un espacio, con hombres y mujeres, que no tiene nada que ver con las guarderías organizadas por el Estado. Estas son ya victorias de la lucha. Precisamente porque son los resultados de un movimiento que es por naturaleza una lucha, no pretenden sustituir la lucha por cualquier tipo de cooperación.]
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1 El trabajo asalariado se basa en la subordinación de todas las relaciones a la relación de salario. El obrero debe contratar como «individuo» con el capital, despojado de la protección de sus parientes.
2 Karl Marx, Crítica de la Filosofía del Estado de Hegel.
3 «Transporte gratuito, desayunos gratuitos, libros gratuitos» fue uno de los lemas de una sección del movimiento estudiantil en Italia que pretendía conectar la lucha de los estudiantes más jóvenes con los obreros y los universitarios.
4 En Inglaterra y Estados Unidos, los psicólogos Eysenck y Jensen, quienes están convencidos «científicamente» de que los negros tienen una «inteligencia» inferior a los blancos y educadores progresistas como Iván lllich aparecen como si sus posiciones fueran diametralmente opuestas. Los une lo que pretenden lograr. Los divide el método. En cualquier caso, los psicólogos no son más racistas que los demás, sino sólo más directos. La «inteligencia» es la capacidad de reconocer que el argumento del adversario es el correcto y formar la lógica propia con base en esto. Allí en donde toda la sociedad opera institucionalmente a partir del supuesto de la superioridad racial blanca, estos psicólogos proponen un «condicionamiento» más completo y total, de manera que los niños que no aprenden a leer, no aprendan en vez de esto a hacer cócteles molotov. Un punto de vista sensato con el que Iván lllich, a quien le preocupa el «subaprovechamiento» de los niños (es decir, que rechacen la «inteligencia»), estaría de acuerdo.
5 No ignoramos en absoluto los intentos que se llevan a cabo en la actualidad para hacer niños de laboratorio. Pero estos mecanismos ahora pertenecen completamente a la ciencia y al control capitalistas. Se utilizarían completamente en contra de nosotras y de la clase. No nos interesa abdicar de la procreación para ponerla en manos del enemigo. Nos interesa conquistar la libertad para procrear por la que no pagaremos ni el precio del salario ni el precio de la exclusión social.