Mortandad de Claveles Sucedáneos

No hay peor desgracia de aquellos que heredan a los suyos el llanto, y no la fuerza para cambiar ese llanto


Autor: Director

No hay peor desgracia de aquellos que heredan a los suyos el llanto, y no la fuerza para cambiar ese llanto. (Anorak Emutiaa)

Ha ganado la derecha, aquella que ha corrido con dos jamelgos, provenientes del mismo establo. Por lo tanto, desfile de faisanes y escopetas escondidas, danzan.

Todo sucede como en cámara lenta, como en un acorde de crepúsculo que mece despacio la algarabía y los gritos contra los árboles. Las banderas flamean manoseadas en el centro de la calle, no entiendo las voces, no reconozco las facciones, los puntos suspensivos suspenden el ambiente.

Se me viene el humo que emana desde el palacio de La Moneda a los ojos, se me viene el último suspiro de tanto hermano asesinado. Entre chillidos de celebración, puedo escuchar los gritos de los torturados. Se me viene el conteo balotaje desconocido, desvalorizado de, ¿Cuántos muertos adosan las arterias rotas? Y los muertos de hambre, los que terminaron su propia existencia de carencias. Y olvido el análisis riguroso preciso,  y dialéctico de este acontecimiento, especialmente porque no lo conozco y en ello, una ingenuidad e ignorancia de campesino de la palabra, me brota muerta en los labios al ver como tanto sacrificio, fue canjeado por un par de sillones y engañitos varios.

Que miserables e inútiles parecen ahora, esos diecisiete años de desgracias. Volver a los diecisiete, después de vivir un siglo de promesas inconclusas.

Y esta vez, no a la fuerza, no por la fuerza se instala el patrón sobre el capataz. Orgullo quizás, soberbia tal vez o llanamente honestidad de abrir las luces y presentarse tal cual frente a los espectadores electores.

Lo que empieza mal, termina peor.

Recuerdo. Poco a poco, de entre las tumbas, de entre los cementerios, calles y plazas comienzan a levantarse las manos, esta vez, armadas, galvanizadas en decisión contra los que nos oprimen. Se levanta un pueblo contra la injusticia. Y es ahí donde los más vivos, los más astutos, los más viejos, permutan el pellejo de cientos, por acomodos que sean muy del modo de todos, excepto de las grandes mayorías.

¿Cuántas generaciones rompieron? ¿Cuántos muertos hay detrás de cada verso, de cada palabra? ¿Cuánta sangre va cayendo por entremedio de los renglones de estas líneas adosadas a la espalda del tiempo? ¿Cuánta piel de fantasma prestada para escribir estas líneas infinitas?*

Una sensación de asco me ronda el pensamiento, como si hubiese sido víctima de una violación y me sintiera sucio por dentro y por fuera, muy a pesar de no tener culpa de aquello. Y como que me duele la nacionalidad que me impusieron, o que me tocó por azar, como que siento vergüenza de ser chileno. No es que los otros fueran mejores, pero había cierto sabor a que por último eran sinvergüenzas que vendían sus cuentos hasta niveles casi risibles y sus caras eran conocidas desde las épocas duras contra la carnicería instalada en el país. Traidores, apóstatas, renegados, pero, mentían tan bien, que uno hasta les creía, a medida que iban mintiendo. Muy acorde con los verdaderos, también renovados fascistas de siglo XXI. «Para que asaltar con un garrote, sí se puede hurtar elegantemente y evitar gastar en detergente, para sacarse las manchas de sangre del smoking»

Tengo la leve sensación de que perdimos, hace mucho tiempo atrás, esto es la crónica de una derrota anunciada.

Dispénseme la edad, pero ¿Cuándo perdimos? ¿El 73, con las hienas sobre los techos del país?

¿O fue el 70? ¿Mucho antes de eso?

La concertación perdió el poder que ostentaba 20 años en el gobierno, poder, asentamientos, posiciones, dineros, nepotismos infinitos, esto, eso y lo otro perdió. Pero no perdió de ninguna manera en lo ideológico, incluso se dio el lujo de llevarse a varios de los nuestros a sus aposentos, somos otros, los que hemos perdido hace rato ya en esos campos, que desde donde bastante no germina nada bueno o duradero. Entonces, ¿Cuándo es que perdimos realmente? ¿Seguimos perdiendo?

Pésima terapia abarcar culpas ajenas y que a uno no le corresponden. Pero sería bastante sano, otorgarse un momento de reflexión al respecto y proponer, el cómo, no repetir esos errores.

En lo personal, yo siento que perdimos vergonzosamente en los 80, cuando se nos desmanteló no lo sólo la esperanza y las ganas, sino también algunas armas, no sólo las de fuego, sino otras más poderosas, como la consecuencia, la claridad y honestidad para con nuestro Pueblo.

Y nosotros, siendo los más numerosos, los de mayor contingente, dejamos solos a muchos otros que quizás también negociarían una salida pacífica y mesurada al asunto, pero mirando a los ojos, de tú a tú contra cualquiera, otras hubiesen sido las condiciones.

No pidiendo disculpas por haber reaccionado “tan mal” y defenderse, por ejemplo, ante las torturas y asesinatos varios.

Unidades de Combates completas, entregando municiones y pertrechos a ciertos encargados del Partido, que nos habían vendido hace rato ya, en inofensivo paquete simpático-civil como ofrenda y elegante señal de seres civilizados, que comerían el caviar con servicio y no con las manos.

Si sólo hubiésemos podido vislumbrar que en la entrega simple y sencilla de aquellos abastecimientos, hipotecaríamos, ahora, casi 25 años de promesas incumplidas.

¿Cómo diablos no haber intuido la traición en ciernes?

El pueblo convertido en un guiñapo sanguinolento, con el cual los ricos limpiaron sus zapatos y después de aquello, el pueblo convertido en estropajo de la nueva naciente casta, los nuevos ricos y su Transacción a la Democracia.

Y la Concertación es responsable de la llegada de la derecha y su cardumen de pirañas siempre famélicas de ganancias al gobierno. ¿Y quiénes son los responsables de la llegada de La Concertación?

El éxito es medido, de la misma manera, tanto por gentes de derecha o de izquierdas. He ahí el triunfo gigantesco de nuestros enemigos. El materialismo, al final de cuentas, es lo mismo que Consumismo. Dime cuánto tienes y te diré dónde militas.

Escribo en forma pausada, una docena de trazos sobre un papel que servirá de carta para una tarea bastante ingrata.
Cavo silencioso un hoyo sobre algún lugar poco concurrido, tomo el escrito y lo entierro hasta que sea imposible poder verlo. Ahí van algunas palabras envueltas para que puedan leerlas los que aún no han sido encontrados, por aquellos que dejaron sus dientes, su carne y sangre mezclada con las napas y capas que cubren no sólo el subsuelo, sino la memoria que nos falla tanto, y que tanta falta nos hace.

¿Es permitido que los ignorantes comentemos nuestros dolores sin ser profesionales de la eterna ecuación no resuelta, del cómo terminar con la desigualdad social?

Sentado sobre la cuneta que delimita la vereda de la calle, un niño me mira con rostro desconfiado e inquisitivo, al verme sentado de la misma manera que él. Adivina quizás todas las derrotas que me surcan la mirada. Me sonríe en forma pícara y, con malicia de cómplice me dice, ¿Tú tampoco hiciste tus deberes, te portaste mal, por eso te echaron a la calle? Me rompe letal, mis complicados acertijos y enigmas políticos. Pienso.
¿Y si me preguntara cada cuatro años lo mismo, cada 17 años, cada 20 años?

¿Cuál sería mi respuesta?

Después de la Guerra somos todos Generales.

Por Andrés Bianque


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