Alejandra Pizarnik, es la creadora que llena de belleza el sitio del dolor, con sus poemas, nos invita a sumergirnos en la escena blanco y negro permanente que dibujan sus ojos.
Pizarnik nació en Buenos Aires, escribió poesía, escribió prosa, y se encantó con la muerte. Fue una maldita.
Los ascendencia rusa de sus padres, marcaría su vida desde el principio; su apellido original, Pozharnik, se perdió como tantos otros al entrar en el nuevo país, al cual llegaron sin hablar una palabra de castellano.
Desde pequeña, la muerte la tocó de cerca y más tarde sería protagonista de sus obras, junto con el inconsciente; casi todos los familiares que permanecieron en su tierra natal fallecieron en manos del fascismo y el estalinismo.
Algunos biógrafos declaran que su autoestima se vio minada por su fuerte acento al hablar, tartamudez y problemas de peso, entre otros dolores que se dejan ver a lo largo de su creación literaria.
En su juventud cursó algunas materias de la carrera de Letras y también estudió pintura. Dados sus reincidentes cuadros de depresión, comenzó a hacer terapia, donde descubrió que padecía de Trastorno Límite de la Personalidad, lo cual vuelve más admirable su dedicación a la escritura y puede apreciarse en obras como «La Jaula«.
Su primer libro, «La Tierra Más Ajena«, fue publicado en 1955 con el apoyo económico de su padre. Alejandra se suicidió el 25 de septiembre de 1972, escribió cerca de 10 poemarios y comenzó a abordar la prosa.
Aquí el poema «La Jaula»
No es más que un sol
pero los hombres lo miran
y después cantan.Yo no sé del sol.
Yo sé la melodía del ángel
y el sermón caliente
del último viento.
Sé gritar hasta el alba
cuando la muerte se posa desnuda
en mi sombra.
Yo lloro debajo de mi nombre.
Yo agito pañuelos en la noche
y barcos sedientos de realidad
bailan conmigo.
Yo oculto clavos
para escarnecer a mis sueños enfermos.
Afuera hay sol.
Yo me visto de cenizas.