El movimiento altermundista, que se ha expresado en innumerables movilizaciones y en los foros sociales mundiales, regionales y temáticos, está siendo evaluado al cumplirse 10 años del primer encuentro realizado en Porto Alegre. Los análisis difieren, como es lógico en un movimiento tan abarcativo y diverso, que contiene diferentes tradiciones y modos de ver el mundo asentados a menudo en culturas políticas con trayectorias con muy poco en común, más allá de una vaga tensión emancipatoria.
En estos 10 años se ha producido un cambio notable a escala mundial que se puede resumir en la crisis sistémica, por un lado, y en la expansión de los movimientos antisistémicos a cada rincón del mundo, por otro. De algún modo, son dos caras del mismo fenómeno: el fin de algo, que podemos llamar capitalismo, y el comienzo titubeante de algo diferente, que por ahora llamamos otro mundo. Así y todo, no pocos manifiestan insatisfacción con los logros alcanzados y creen que sería necesario marchar más rápido, más unidos y dotados de una organización más eficiente, o sea, más centralizada. Sin pretender realizar un balance del movimiento, parece conveniente diferenciar los distintos modos de entender el papel y los objetivos de los movimientos.
El lema Otro mundo es posible, como expresión de las aspiraciones de los movimientos y de los deseos de sus miembros, contribuyó a fortalecer las resistencias al neoliberalismo, que hasta hace poco tiempo parecía un modelo imbatible. La creciente deslegitimación del proceso de acumulación asentado en la especulación financiera, y del modelo extractivista que es una de sus expresiones, ha comenzado mucho antes de la presente crisis y contribuye a profundizarla. Desde el punto de vista de las resistencias al capital y a los estados, la década altermundista ha sido por demás exitosa.
Por lo menos en América Latina, la deslegitimación del modelo neoliberal ha modificado la relación de fuerzas en muchos países, permitiendo la llegada al gobierno de partidos, fuerzas políticas y presidentes que se proclaman distantes con el Consenso de Washington. Aunque la mayor parte de estos gobiernos, llamados progresistas, no ha superado el neoliberalismo y algunos ni siquiera pretenden hacerlo, son de todos modos la expresión de una voluntad popular, difusa o explícita, de ir más allá del modelo hegemónico. Desde esta perspectiva, la década altermundista fue relativamente exitosa ya que permitió barrer gobiernos conservadores y antipopulares.
En tercer lugar, el movimiento aceleró la transición de la hegemonía estadounidense a un mundo multipolar. La lista de los 10 mayores bancos del mundo en 2009, o de las principales grandes multinacionales energéticas, donde aparecen en lugar destacado empresas de China y Brasil, son apenas una muestra del cambio en curso. El movimiento altermundista es también un movimiento contra el imperialismo, no tanto por las intenciones de las ONG, sino por las reiteradas posiciones de los activistas de base. Mirado desde la erosión de la supremacía de Estados Unidos, estos 10 años han sido positivos.
En cuarto lugar, debe considerarse la evolución en la construcción de un sistema alternativo al capitalista, más allá del nombre que cada uno quiera darle. Es muy probable que en este punto las divergencias sean mayores. Por un lado, porque no existe una realidad poscapitalista con la suficiente implantación y extensión como para considerar que ya hay un campo alternativo formado o en formación. Pero, sobre todo, porque muchos activistas y movimientos siguen apostando a una construcción a escala nacional y por diseño estatal del mundo nuevo, pese a toda la evidencia histórica en contra.
En este punto es más útil observar las transiciones histórica habidas que apelar a la literatura socialista. Las transiciones han sido siempre procesos mucho más largos y con resultados imposibles de prever a priori. Pretender que ya sabemos cuál es el lugar exacto de llegada de la transición al poscapitalismo, sería una soberbia imperdonable para quienes debemos aprender a movernos en situaciones de gran incertidumbre. Por supuesto que es posible, y necesario, influir en el curso de los acontecimientos para que el resultado sea mejor que el punto de partida.
En estos 10 años la construcción de una sociedad alternativa ha avanzado de modo local y parcial. En su comunicación al seminario «Diez Años Después», realizado en Porto Alegre del 25 al 29 de enero, Immanuel Wallerstein sostuvo que en los próximos 15 a 25 años las fuerzas de izquierda reconocerán que la cuestión central no es poner fin al capitalismo, sino organizar un sistema sucesor que estará en proceso de construcción. En efecto, si la profundización de la crisis del capitalismo no encuentra porciones importantes de la sociedad organizada en movimientos antisistémicos, creando algo diferente, la natural inercia llevará a la reproducción del sistema actual, probablemente empeorado.
Desde este lado, los avances de la última década son importantes, pero insuficientes. Los espacios fuera del control del capital, desde las fábricas recuperadas por sus trabajadores hasta los asentamientos sin tierra y las comunidades indígenas, atraviesan enormes dificultades. Construir poderes no estatales, o sea rotativos, de base asamblearia y no burocráticos, y además garantizar la sobrevivencia por haber recuperado los medios de producción, es un desafío mayor que no es fácil encontrar en la geografía de los movimientos antisistémicos.
Allí donde se ha revelado posible, donde los de abajo logran ejercer su poder y además logran la autosuficiencia, total o parcial, en alimentos, salud y educación, suelen ser sistemáticamente atacados por los estados. Los de arriba saben que no deben permitir que florezcan territorios que puedan, en los momentos de crisis terminal, servir de inspiración y ejemplo a los otros abajos.
Por Raúl Zibechi
Fuente: G80