Chilevisión: ¿El fin de la apertura editorial?

La salida de Pablo Morales de Chilevisión no sólo marca el término de una administración, también podría traducirse en el forzoso receso de una forma de ver y hacer televisión que permitió, hace una década, una impensada apertura editorial de la pantalla chica.

Chilevisión: ¿El fin de la apertura editorial?

Autor: Francisco

Foto Laura (2)

Cuando los canales se miraban el ombligo de manera aspiracional y hasta majadera, Chilevisión se atrevió a tocar temas que hasta ese entonces eran vetados por esa conservadora forma de concebir la pantalla chilena.

Logró llegar a los espectadores, a sus intereses e inquietudes como hasta ese entonces nadie lo había hecho.

El merito de Chilevisión y su administración, el mismo  que lo llevó a ser número uno el 2011 y permanecer hasta hoy en el segundo puesto de las preferencias, es que interpretó las necesidades de la audiencia, y abrió el debate con una tevé que habló de de sexo, política, turbiedades, farándula y diversidad sexual en forma directa, sin doble estándar y con un discurso claro.

Cómo olvidar, por ejemplo, episodios tan memorables como la pelea del artista trasandino Luizo Vega con el alcalde de Ñuñoa Pedro Sabat en el Termómetro o las primeras apariciones del Movilh en debates televisivos.

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Y es cierto, a ratos hubo excesos y sensacionalismo a destajo, pero también mucho atrevimiento. Finalmente, y aunque en el área de prensa redunda esta destemplada y caricaturezca conducta hasta hoy, el resto de la pantalla se fue autocalibrando con mucho profesionalismo y sensatez.

Por eso,  ese paso del quinto al primer lugar de audiencia significó, entre muchos análisis que podrían hacerse, la caída de los canales conocidos hasta entonces como “grandes”.

El éxito de Chilevisión demostró que la tevé conservadora ya no era competitiva y generó cambios trascendentes en la industria.

Chilevisión no le tuvo miedo a la censura. Transmitió la campaña del SIDA el 2003, cuando nadie se atrevía a mostrar un comercial que hablaba de uso de condón, reconociendo con ello a una sociedad que no era, en su totalidad, monógama y que muchos se negaban a aceptar.

Pablo Morales llegó a Chilevisión como una promesa. Hace 12 años, Jaime de Aguirre alentado por su exitoso desempeño en Canal 13 como ejecutivo de Rodrigo Jordan, consideró que había algo en él que podía concretar un buen proyecto en un canal que se caía a pedazos y que figuraba en el quinto lugar de la audiencia.

Dos años después, su nombre no tenía cuestionamiento alguno. El crecimiento de Chilevisión  fue sostenido, tanto en sintonía como en ganancias comerciales. Posicionó marcas tan reconocidas como El Termómetro, El Diario de Eva e Infieles. Ganó la licitación de los partidos de la selección para las eliminatorias mundialeras y armó un área deportiva.

También le dio cabida a Yingo y a una seguidilla de estelares, algunos con más éxito que otros, pero siempre con la impronta  tan característica que prevalece hasta hoy.

A poco andar el joven Morales se convirtió en una especie de referente televisivo, en un rey Midas de la pantalla chica capaz no sólo de transformar en oro lo que toca, sino además de interpretar muy bien a la audiencia. Chilevisión se perfiló como un canal de masas, cercano y ciudadano.

Pero su estilo no era del gusto de muchos, sabido es que hubo momentos complejos en su relación con De Aguirre que lo tuvieron al borde del precipicio y más de una vez fue desautorizado no sólo en privado sino también en público. De Aguirre siempre decía “¿Qué hizo Pablito?” pero al final lo mantenía a su lado, porque mal que mal y pese a los vaivenes de su relación, Morales tenía un evidente don interpretativo que hizo crecer a Chilevisión pese a su evidente deficiencia en infraestructura.

De pocos amigos en la televisión, con una  formula de trabajo muy individualista y con un estado emocional que durante algunos lapsos de tiempo fue marcado por los vaivenes sentimentales con su entonces esposa, Eva Gómez. Morales tuvo momentos de mucha lucidez y algunos muy criticables.

Sin embargo, siempre conseguía salir bien parado debido, dicen quienes lo conocen, a su enorme capacidad de programar y tomar, al final del día, las decisiones correctas.

Los años y los golpes además lo hicieron resiliente. Dejó de poner sus confianzas a ciegas en quienes le provocaban más empatía, se comió silencioso algunas feas traiciones y luego de un par de caídas fuertes, la principal de ellas el reality  millonario que dejó en manos de un inexperto productor en esta área, Morales aprendió lo necesario que es convivir con profesionales capaces, incluso cuando estos no son tus amigos.

Recuerdo un momento en el cual autorizó un programa juvenil irreverente y rupturista que rompía con los moldes tradicionales y que reemplazaría al desgastado Yingo. Estaba entusiasmado como cabro chico con el proyecto pero, una semana antes de su debut, con escenografía comprada y elenco negociando, Jaime de Aguirre y Caldichoury lo encontraron malo y poco periodístico por estar conducido por jóvenes.

Era una apuesta enorme, de esas que Morales suele hacer, una tan grande como lo fue por ejemplo, programar Infieles a comienzos de siglo, comprar el Festival de Viña cuando nadie lo quería o competirle a la exitosa teleserie Machos con El Termómetro y ganar lucas en el intento.

Morales fue el gestor de proyectos exitosos que pasaron sin mucha gloria a nivel de industria televisiva, pero que la rompieron en la audiencia. Como Umbrales, un espacio paranormal conducido por Iván Núñez, que fue lo más visto del 2007 y que sacaba semanalmente sintonías de 20 puntos en una época en la que era impensada esa audiencia para Chilevisión.

También tuvo la visión de ofertar por la licitación del Festival de Viña el 2011, cuando Canal 13 tiraba la esponja por el alto costo y la poca utilidad que reflejaba. Y consiguió volverlo competitivo y rentable, invirtiendo incluso mucho más dinero del que un canal pequeño como CHV se atrevería a apostar.

Abrió espacios no solo para el sexo sino también para las minorías que hasta ese entonces eran ignoradas por la pantalla. Generó cambios que obligaron a Mega y Canal 13 a dejar el doble standard y abrirse incluso a la entrada de nuevos actores, inversionistas osados que refrescaron su pantalla para así competirle a Chilevisión.

Es quizás por todo esto que resulta curiosa la decisión de Turner de concretar un acuerdo de salida. Él se reconoce “muy feliz” y aliviado con la decisión y así se lo hizo saber a sus amigos. Pero sin duda es un duro golpe, no sólo a él sino también a la industria. Morales es uno de los pocos ejecutivos que ha sabido levantar con muy poco dinero un canal desde el piso. No lo hacen en Mega Hernández y compañía y tampoco lo ha hecho en el 13 Bofill, quienes han contado con un envidiable piso de dinero para llevar a cabo contrataciones millonarias y proyectos de muy alto costo.

Con una forma de trabajo que dejó heridos en el camino pero que se empinó hacia el éxito sostenido, Morales creó una televisión populista, de crónica roja, de crítica social, orientada a la clase media y sin pudor de ser tildada de amarillista o liviana. Un espejo de nuestra sociedad con lo bueno y lo malo de ella.

Le dio cabida a SQP y volvió a Primer Plano mucho más mordaz. Hizo que Chile comenzara a hablar de farándula sin tapujos y le importó un comino parecer un ejecutivo docto de alto nivel y que busca a toda costa el modelo de televisión cultural. Por el contrario, se reía de los estereotipos y repetía incansable “¿Y esto le importa a la gente?”

Pero tampoco dejó de lado los temas peliagudos ni la línea editorial más ligada a la izquierda antipinochetista. Imágenes Prohibidas, Ecos del Desierto y Sudamerican Rockers fueron, de sus últimas apuestas, las más claras muestras del histrionismo de un tipo con matices muy marcados.

Por eso quizás ganó muchos detractores. Pero es innegable incluso para ellos que su salida de Chilevisión marca a todas luces el fin de una era. Una era atrevida, de excesos, apertura, sensacionalismo, investigación, morbo, política descarada, crítica aguda y un montón de otros componentes que hacían a Chilevisión gozar de una picardía y una identidad irrepetible.

Pero claro, sumando Chilevisión más de siete mil millones de pesos en pérdidas el 2014 y con una televisión abierta que sólo en los últimos cinco años ha perdido un 22% de su audiencia frente al cable, la industria no está para grandes gastos y los más puristas le temen incluso a las apuestas de alto riesgo. Basta ver la realidad de La Red para constatarlo.

Sin embargo, y reconociendo el trabajo y la trayectoria de este ejecutivo, y pese a que aceptaron un acuerdo de salida propuesto por él, los dueños de Chilevisión estudian hacerle una oferta para que continúe a cargo del Festival de Viña y así se lo hicieron saber.

Los nuevos tiempos del canal de Turner requieren medidas extremas y de austeridad absoluta. Por eso despidieron a 14 trabajadores del área dramática, la cual dejará de funcionar definitivamente y no emitirá la telenovela que estaba preparando.

También se esperan algunos despidos más en los próximos días y sólo se podrá apreciar la impronta que sus nuevos ejecutivos quieren darle al canal, mucho más cerca del fin de año.

Sin embargo, todo apunta a convertirlo en una estación con más utilidades, bajos costos y mucho más envasado. Con poco riesgo por el producto nacional y con un fuerte cambio en el área de prensa que se anticipa día tras día.

Al señor Mandiola (el nuevo mandamás de CHV) no le gusta el sensacionalismo ni la crónica roja y así lo ha hecho saber en varias reuniones. Algunos hablan de una venta de la estación el 2016, ideal para cualquier candidato presidencial que quiera repetir la fórmula de Piñera el 2010 o incluso ideal para él mismo.

Lo cierto es que, más allá de lo que depare el futuro para la estación privada, el hecho de que un ejecutivo como Pablo Morales haya recibido un canal tazado en 13 millones de dólares y lo haya dejado con un valor superior a los 160 millones de dólares, cifra en la cual fue vendida por Piñera a Turner, demuestra que en la actual situación de crisis de los canales de señal abierta como TVN y el 13, una figura como él no debería pasar mucho tiempo sin encontrar un nuevo desafío televisivo de envergadura, más aún considerando el tremendo aporte que significó su estilo de hacer tevé al fin del conservadurismo y la pantalla aspiracional.

Dejar pasar esta visión sería un error, una muestra clara de que a los canales no les importa estar nuevamente bajo la lupa del espectador, que exige una pantalla más juagada, crítica del poder, atrevida en contenidos y representativa de toda la sociedad.


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