Así mueren los libros que no se venden

Las novelas que no se venden, mueren tres veces. Duran menos de un mes en líbrerías; deambulan a precio de saldo; y luego sufren un nuevo efecto 'Fahrenheit': acaban recicladas como un tetrabrick

Así mueren los libros que no se venden

Autor: Andrea Peña

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Las novelas que no se venden, mueren tres veces. Duran menos de un mes en líbrerías; deambulan a precio de saldo; y luego sufren un nuevo efecto ‘Fahrenheit’: acaban recicladas como un tetrabrick.

El infierno para un libro ya no es acabar calcinado por el lanzallamas de un bombero censor, como en Fahrenheit 451, de Ray Bradbury. No. La condena de una novela que no se vende llega tras descansar en un tanatorio y vagar como un alma en pena.

“Antes se veía como una suerte de horror para un escritor estar un mes en la mesa de novedades de una librería. Ahora, hay libros que solo están una semana”, afirma Juan Jacinto Muñoz Rengel, autor de la novela El asesino hipocondríaco. Porque no todos los escritores son Ken Follett o E. L. James. Existen otros autores que se pasan media vida escribiendo una novela, se la publican y antes de recibir una buena o mala crítica ya han perdido toda oportunidad. Incluso los superventas tienen títulos invendidos.

Las grandes editoriales funcionan inundando las librerías de novedades y siempre producen mucho más de lo que van a vender, porque “la pila de libros era lo que vendía libros”, añade Muñoz Rengel.

Así, el mencionado tanatorio de los libros es alguno de esos inmensos almacenes de las editoriales. Allí acaban apilados o en altas estanterías los ejemplares que ni las librerías ni los grandes centros comerciales logran despachar. Es su primera muerte; descanse en paz.

“Cuando las librerías devolvemos esos títulos, esos libros acabarían en esos almacenes si el editor no decidiese bajar el precio y volverlo a sacar para el mercado de saldo”, asegura Ruth González, directora de Marketing de Top Books.

No en vano, este tipo de establecimientos de saldo, los mercadillos o las ferias ambulantes dan esa segunda vida a un libro que muere al mes de su publicación; pero también se convierte en un terrible purgatorio. Morir es triste; resucitar como un fantasma debe ser espantoso.

“Si el libro tiene un coste alto en almacén, el editor lo lleva a pérdidas e intenta colocarlo entre los saldos, a precios de regalo. Sin embargo, en ocasiones, el mercado de saldo también está colapsado y no se vende ni siquiera a esos precios”, añade Manuel Gil, autor de El paradigma digital y sostenible del libro.

Cuando le preguntamos a Juan Jacinto Muñoz Rengel si él sabe dónde acaban las novelas muertas que no sobreviven tampoco al circuito de saldo, niega con la cabeza y nos devuelve una pregunta.

¿Los destruyen?

Sí. Sufren un nuevo ‘efecto Fahrenheit’. Sin embargo, en lugar de arder bajo las llamas, acaban triturados, aplastados, apilados y convertidos en una masa amorfa. Esperan una última resurrección. “Cuando todas las editoriales están saldando títulos a cuchillo y los saldistas ni siquiera pueden colocar libros a uno, dos o tres euros, la última opción es venderlos como pasta de papel”, confirma Manuel Gil.

Las fábricas que reciclan cartones o papel gráfico pagan precios a la baja por la tonelada de libros, periódicos o revistas, debido a la gran oferta. Este mercado también está saturado. E incluso las partes -editor y fábrica de papel- discuten en ver quién paga el transporte de los libros hacia su destrucción. A menudo, el editor no gana dinero en efectivo en esta entrega. Si su editorial le compra papel para nuevas ediciones a la misma fábrica de reciclaje, los libros muertos le reportan un saldo a su favor, a modo de descuento.

Esta tercera muerte del libro lo reencarnará en papel para próximos ejemplares, aunque no siempre es así.


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