En 1985, un grupo de cineastas y documentalistas montó el I Festival Latinoamericano de Cine y Vídeo de los Pueblos Indígenas en México. Su objetivo era visibilizar una realidad silenciada en todo el continente por parte de gobiernos, instituciones y medios de comunicación: la situación de los pueblos indígenas. Fruto de este encuentro nació la Coordinadora Latinoamericano de Cine y Comunicación de los Pueblos Indígenas (CLACPI), que 30 años después aglutina a diferentes organizaciones y redes de documentalistas que buscan apoyar los procesos de afirmación cultural, el reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas originarios, usando el vídeo como herramienta.
Hablamos de comunicación, de la situación de los pueblos indígenas en Latinoamérica, de los gobiernos de Chile y Ecuador, con la coordinadora de CLACPI, la documentalista chilena y mapuche Jeannette Paillan, y la comunicadora ecuatoriana quechua Eliana Champutiz.
-Los primeros documentales hace más de 30 años estaban hechos por personas que no eran indígenas. ¿Cómo se pasa de esa mirada que cuenta desde fuera a una mirada más situada que se apropia de los medios de producción del conocimiento, en este caso audiovisuales?
Jeannette Paillan: -Efectivamente, nuestra forma de trabajo ha cambiado mucho, pero ha sido de manera muy espontánea. Primero llego la práctica y luego se teorizó. En los 90, coincidiendo con la conmemoración de los 500 años de la invasión de América, se generó una discusión muy fuerte en el mundo indígena. Frente al discurso dominante en Occidente que hablaba de un encuentro entre culturas, nosotras hablábamos de invasión y de los efectos tan negativos para los pueblos indígenas en términos de pérdida de derechos, de tierras. No se reconocían los pueblos indígenas.
En aquel momento, que además coincidió con diferentes dictaduras militares, los pueblos indígenas empezamos a tomar las cámaras y nos dimos cuenta de cómo el cine y el vídeo eran importantes herramientas de testimonio y de lucha frente a un sistema que buscaba aniquilarnos y transformarnos en trabajadores precarios dispuestos a instalarnos en las grandes urbes. Uno de nuestros grandes referentes de aquel momento fue el cine latinoamericano y las cosas que se hacían en Chile, como los teleanálisis que se hicieron en las universidades contra la dictadura de Pinochet.
-En el marco de los 500 años, ¿uno de los grandes hitos sería la marcha indígena en Ecuador en 1990?
Eliana Champutiz: -En 2012, cuando hicimos la marcha por el agua en Ecuador, teníamos un lema que decía: “Somos los hijos del primer levantamiento”. El primer levantamiento se refería a los años 90. Sabíamos que sin esa movilización, sin los abuelos y las abuelas, no hubiera sido posible mostrar al indígena como un sujeto político dentro de la sociedad ecuatoriana. Esta marcha permitió mostrar la presencia indígena y las demandas que posteriormente se plasmarían en la construcción de la sociedad del Estado intercultural y del Estado plurinacional de Ecuador.
Además, encendió la llama en el resto de Latinoamérica para decir “allá también hay indígenas y son bravos”. Fue así como Ecuador se transformó en un referente de lucha y organización. La campaña continental en contra del ALCA tenía la sede en Ecuador, se logró armar toda una plataforma social que canalizaría el derrocamiento contra Jamil Mahuad, contra Abdalá Bucaram y Lucio Gutiérrez. Gracias a estas luchas se crea ese imaginario de que los indios tumban gobiernos. Eso está muy bien y es muy necesario. Fue así como Ecuador se transformó en un referente de lucha y organización.
J.P.: -La herencia del 90 ha sido poder exigir y mostrar la presencia indígena. El movimiento de los 500 años generó todo un cuestionamiento del término indígena, replanteando las diferencias entre indigenismo e indígena. En definitiva, una reflexión de autorreafirmación como pueblos y naciones indígenas y no como inditos, aborí¬genes o personas aisladas. Unos términos que refuerzan la idea de organización política y social que se mantiene hasta hoy día.
¿Qué trabajo habéis hecho para deconstruir esa mirada folclorizada y sesgada de los medios de comunicación y de la antropología occidental?
J.P.: Los primeros trabajos audiovisuales de la gente que nos apoyaba tenían aún esa mirada reducida y folclórica hacia lo indígena, pero poco a poco fue cambiando.
E.C.: En Ecuador empezamos a hablar de la autorrepresentación para deconstruir los imaginarios con los que los medios de comunicación han estado tratándonos. Mostrar nuestra realidad fuera del folclore, de la satanización e incluso de esa visión peyorativa y de legitimación de clase que se tiene dentro de los medios de comunicación. En Ecuador, el imaginario del indígena es el de la servidumbre, el trabajador informal, el más explotado. Una imagen que se legitima a través de los medios de comunicación. Por eso para mí el derecho a la comunicación es como el derecho a la vida, al agua, y por eso entendemos la comunicación no desde la visión antropológica, sino como un proyecto político. La comunicación es una cosa que no se trata en las organizaciones indígenas, por eso pedimos políticas públicas de comunicación a los Estados para hacer frente a esa dinámica de representación que ha habido de los pueblos indígenas.
-En Chile, a pesar de los diferentes cambios de gobierno y de haber salido de la dictadura, las luchas mapuches por la tierra continúan muy criminalizadas.
J.P.: -Efectivamente, los medios de comunicación sitúan constantemente al pueblo mapuche en un contexto de violencia. Las reivindicaciones se reducen a lo que ves en la prensa y la televisión: portadas con barricadas, encapuchados y desmanes en la carretera. Eso hace que el público general repudie dichos movimientos. Los medios de comunicación de Chile no tienen ningún interés en contextualizar las luchas. Son privados, están controlados por empresarios y políticos. Así la imagen que refuerzan es la de que son sectores marginales, vándalos que sólo quieren molestar. Por esta razón, queremos mostrar trabajos que ayuden a entender lo que está pasando, dentro y fuera de Chile, buscando alianzas y apoyo mutuo. Por ejemplo, visibilizar cómo hay muchos proyectos que tienen lugar por la incursión de empresariado español en territorio indígena, así que necesitamos que otra gente conozca la realidad para visibilizar lo que ocurre.
-El caso de Ecuador, sin embargo, tras el proceso constituyente de 2008 y la construcción de un Estado intercultural y plurinacional, se reconoce a los pueblos indígenas y hay una entrada de diferentes activistas en las instituciones. ¿Ha habido un efecto de desmovilización entre la sociedad civil? ¿La cuestión indígena ha quedado como una mera coletilla?
E.C: -En la constituyente de 2008 se recogieron todas las propuestas sociales de las organizaciones y se reflejaron en la Constitución: Ecuador libre de transgénicos, el derecho de las mujeres o la plurinacionalidad. Y desde esa misma fecha se ha ido cooptando a diferentes dirigentes indígenas. Se ofrecieron ministerios, se crearon instituciones, como la Secretaría de Pueblos y Movimientos Sociales, y se puso a indígenas para adornar dichas instituciones. Hubo toda una campaña desde la cancillería ecuatoriana del Ministerio de Asuntos Exteriores de asignar puestos a población indígena, afroecuatoriana y montubia. De esta forma había siempre un indiecito que acompañaba al canciller, vendiendo al exterior una imagen de país intercultural. Por eso en el caso de Ecuador se habla del vaciamiento simbólico por parte del Gobierno de Rafael Correa, un Gobierno que te canta las canciones más revolucionarias del mundo, que pone las banderas más rojas, pero que en la práctica se queda en nada.
En el caso indígena, está la plurinacionalidad, en la que tenemos indios, mulatos, negros o mestizos, pero en la que los blancos siguen imponiendo su cultura. La interculturalidad propone un diálogo entre iguales; en cambio las condiciones de igualdad para que ésta se produzca no se dan en Ecuador.
-Otro de los grandes hitos del Gobierno de Correa es la incorporación del buen vivir en la Constitución.
E.C.: -En el caso de los recursos naturales, sufrimos una política gubernamental de tipo extractivista. Entonces, ¿dónde está tu derecho a la pachamama?, ¿dónde está el “buen vivir”? Las lecturas que se hacen de la población indígena todavía siguen siendo irreales. El hecho de vivir con tus animales y con siete miembros de tu familia es sinónimo de pobreza, y no es que seamos pobres, es que nuestro “buen vivir” es distinto al buen vivir de la ciudad, del no indígena. El principal problema ahí es no poder construir un diálogo entre estas diferencias simbólicas y conceptuales que hay en el Ecuador. Porque en definitiva, cuando hablamos de la pachachama o de ayala o de los derechos indígenas, lo que estamos defendiendo es otro planteamiento de vida frente al modelo del colonizador, capitalista, machista, patriarcal. Una alternativa de vida. Por eso lo difícil es cuando tienes un sistema en el que estamos todos que lo impide. Lo que peleamos es otro paradigma de vida.
J.P.: -Los pueblos indígenas, en el momento en que entran en diálogo político, empiezan a cuestionarlo todo, se ve cómo el modelo no se sostiene y ha surgido un movimiento fuerte, no sólo en Latinoamérica, sino que está traspasando las fronteras, porque el asunto ya no es el cambio de un político a otro, no es pasar de la derecha a la socialdemocracia. Tiene que ver con un modelo económico neoliberal que no funciona. Los políticos, como en el caso de Chile, piensan que es genial que existan indígenas, con todas esas cosas bonitas con las que se visten y bailan, pero bien lejitos.