El caso más temprano documentado de la extraña enfermedad de Kawasaki se remonta a 1871, cuando el médico británico Samuel Gee descubrió alteraciones en el corazón del cadáver de un niño de siete años. Gee detectó que los principales vasos sanguíneos del órgano se habían expandido ‘como globos’ debido a sus debilitadas paredes. El médico conservó en formol el corazón para sus posteriores estudios, pero a día de hoy y a pesar de las investigaciones aún se desconocen las causas de esta enfermedad, informa ‘The Independent‘.
La enfermedad de Kawasaki es una de las principales causas de cardiopatía adquirida en los niños pequeños de los países desarrollados, y aparece generalmente en menores de cinco años de sexo masculino. Se presenta como un cuadro febril que no responde a antibióticos y su complicación más temida es la aparición de aneurismas coronarios.
En EE.UU. los niños de origen asiático tienen las tasas más altas de esta afección. «Cuando sufrí la enfermedad de Kawasaki yo era un niño de ocho años que vivía en Cleveland, Ohio. Un niño de origen asiático con orígenes en Taiwán y China, que se ajustaba al perfil típico de paciente», narra Jeremy Hsu, quien logró sobrevivir a la enfermedad gracias a un rápido diagnóstico y a un tratamiento con inmunoglobulina intravenosa.
Actualmente, Japón tiene la tasa más alta de esta afección en el mundo, con una incidencia anual por encima de los 200 casos por cada 100.000 niños. El segundo y tercer puesto lo ocupan Corea del Sur y Taiwán.
Aunque su causa continúa siendo un misterio, algunos expertos sostienen que la enfermedad puede tener origen en la propagación a través de los vientos estacionales, que crean un fenómeno conocido como ‘arena amarilla’ o ‘polvo de Asia’, procedente del noreste de China y que transporta un hongo conocido como ‘Candida’.
Asimismo, otros expertos, como la doctora Anne Rowley, de Chicago, sostienen que se trata de una enfermedad vírica respiratoria que afecta a las personas que lo inhalan y que además cuentan con ciertas vulnerabilidades genéticas, razón que explicaría que los niños sean las víctimas más propicias, ya que sus sistemas inmunes todavía no han desarrollado totalmente los anticuerpos protectores. Además, otros científicos apuntan que la causa podría ser una toxina bacteriana o micótica.
Hsu sostiene que sobrevivió a su encuentro con la enfermedad porque tuvo «suerte». «Enfermé en el momento en el que más médicos estadounidenses reconocían y diagnosticaban la enfermedad y, no menos importante, cuando ya habían aprendido de sus colegas japoneses cómo tratarla», sentencia.