A diferencia de dispositivos “mágicos” como el Tarot o la proverbial bola de cristal, la tabla ouija tiene algunos atributos propios de la era industrial capitalista que la diferencian de otros métodos esotéricos de conocimiento. Sin reivindicar el prestigio del Tarot, por ejemplo, y de origen incierto y brumoso, la construcción colectiva de la ouija es equiparable al funcionamiento de la lógica de consumo: la necesidad de creer no se satisface con las opciones teológicas ni científicas al uso, así que la “fe” es la invención de una forma de aceptar psicológicamente –pero también socialmente– la realidad. Yendo un poco más allá, incluso algunos experimentos realizados a partir de las tablas de ouija nos permiten realizar un boceto ilustrativo (casi panfletario, podría decir incluso) de ciertos aspectos básicos del capitalismo, pensando que la lógica electoral y la del consumo se benefician ampliamente de aquello que sabemos pero no sabemos que sabemos.
Yo vi una ouija a los 15 años, y como todo adolescente tengo mi historia y mis teorías al respecto. Se las ahorro: son las mismas (escépticas, banales, psicológicas, etc.) que las de cualquiera. Antes de que estuviera disponible en apps, uno tenía que buscarla y “llevarla a bendecir”; fue una de mis primeras incursiones en el mercado de Sonora. Iba con amigos, terminamos aterrorizados por dentro y escépticos por fuera, como cualquiera. Las supersticiones y los saberes inexactos comenzaron a aflorar. Ciertas preguntas están prohibidas, y el “espíritu” con el que contactamos puede ser agradable y amistoso o iracundo y amenazador. Pero en los años 50 y 60 se le veía en el mismo nivel del Turista Mundial y otros juegos de mesa, y podía encontrársele (como aún hoy, por otro lado) en la sección de juguetes de las tiendas.
Robert Murch es uno de los pocos expertos en la historia y funcionamiento de la ouija. Los presupuestos de investigación nunca son cuantiosos en cuanto a temas paranormales, pero como historiador ha tenido que ingeniárselas e incluso financiar partes de la investigación por sí mismo. Para comprender su surgimiento y el lugar que ocupa en el imaginario colectivo debemos remontarnos al auge del espiritismo en círculos ilustrados y burgueses durante el siglo XIX. El hombre decimonónico no ha sido completamente entendido más que por algunos fuera de serie, como Nietszche o Schopenhauer, pero tiene algo de científico, algo de escéptico y algo de racista. Las tradiciones ocultas y el contacto con el más allá constituyeron tanto un entretenimiento como una fascinación socialmente aceptable, e incluso prestigiosa. Es la época de las sociedades exploradoras (como la sociedad National Geographic) y de las inmersiones en la psique. Otro producto de la época es la hipnosis, que al conjuntarse con la etiología de la histeria de Charcot dará nacimiento al psicoanálisis durante la última década del siglo. Por las mismas fechas, la Kennard Novelty Company con domicilio en Baltimore adquiere una patente para un juego de mesa llamado “ouija”.
Magic in the moonlight (Woody Allen, 2014) trata sobre una médium (Emma Stone) y un reputado pero escéptico mago profesional (Colin Firth) que deberá descubrir la estafa de la estadounidense; pronto, el vínculo afectivo lo hace creer en la autenticidad de los “poderes” de su amiga –los espíritus de los difuntos se presentan en las sesiones mediúmnicas, la poseen y comunican a los contactantes/clientes con mensajes, visiones o respuestas desde el más allá. El telégrafo había estado por ahí desde hacía mucho tiempo, y la noción de un médium como decodificador de un tipo de señales y su traducción en otras precede la invención de los modernos módems. Los médiums eran una señal de Wi-Fi que decodificaba las señales del inframundo como si fueran páginas web. O eso decían. Después de todo no era ilegal establecer líneas de comunicación con el más allá, nadie salía lastimado y les daba a las parejas aburridas algo en qué entretenerse. No iba ni siquiera en contra del dogma religioso, el cual contempla episodios de transmisión de mensajes divinos. No era una blasfemia, solamente un juego de mesa, tan inofensivo como una caja de ajedrez. Lo único que hizo Charles Kennard fue demostrarle al oficial de patentes que la ouija hacía lo mismo que un médium –aunque no pudiera explicarle cómo.
Algunos mitos en torno a la tabla ouija afirman que su nombre proviene de la unión de “sí” en francés (oui) y un segundo sí en alemán (ja). El 10 de febrero de 1891, la tabla de Kennard deletreó correctamente el apellido del oficial de patentes. Sin embargo, la condición se cumplía: un oficial del Estado podía, pues, certificar a través de un documento legal que la ouija decía lo que el señor Kennard afirmaba. Nadie pensaba que se tratara de un portal con espíritus malignos o infernales: dicha construcción depende de la inclusión casi sistemática de la ouija en películas de terror como El exorcista (William Friedkin, 1973). Pero llegaremos ahí en un futuro no muy distante.
Para 1892, la compañía de Kennard tenía seis fábricas en Estados Unidos y una más en Londres. Los derechos de los socios fueron vendidos entre 1893 y 1919. Hasbro posee la patente actualmente, y existen rumores sobre una película basada específicamente en la ouija. Sin embargo existen películas como Jumanji (Joe Johnston, 1995) que guardan referencias directas tanto al funcionamiento semiautómata del tablero y su vínculo con lo reprimido, lo ajeno, lo exótico, lo místico o simplemente lo inconsciente.
Incluso durante la gran depresión económica y durante la Segunda Guerra Mundial, vaya, incluso durante la contracultura y las protestas por la guerra de Vietnam, la ouija siguió vendiéndose ininterrumpidamente en cualquier parte. Es cierto que desde los 20 y 30 los periódicos amarillistas se deleitaban en notas sobre mujeres que matan a su madre después de haber jugado ouija, o sobre millonarios excéntricos que dilapidan herencias a nombres de personas muertas del pasado, pero la conexión siniestra es una construcción cinematográfica y de los medios. La misma prensa que sataniza diversas expresiones de consumo en los días posteriores a hechos sangrientos que involucran a jóvenes (no una población, sino unaaudiencia); tiroteos como los de Columbine tuvieron como autores intelectuales, según estos medios, a gente como Marilyn Manson y Rob Zombie. Los videojuegos son otro sospechoso común. Luego de la muerte de algunos miembros del público, los Rolling Stones fueron acusados de todo tipo de pactos con el Diablo, y la tradición del blues reivindica incluso las uniones fáusticas entre un músico y el Diablo, a través de la cual el alma del bluesman pasa a ser propiedad (de explotación) para el Enemigo. La tabla ouija no se presentaba como una solución final en el trato con el más allá, sino como una respuesta de consumo a una necesidad no satisfecha de creer: las religiones y fundamentalismos de nuestros días están apoyados en dispositivos de entretenimiento, desde un video viral de ISIS hasta los pastores de ultraderecha de Pare de Sufrir.
La poeta Pearl Curran hizo una temprana pieza conceptualista (mezcla de apropiación, remix y charlatanería) en 1916, cuando afirmó haber escrito bajo el influjo de una mujer inglesa del siglo XVII, “Patience Worth” (que puede traducirse como “vale la pena” o “hay que ser pacientes con esto”). En 1982 el poeta James Merrill ganó el prestigioso National Book Critics Circle Award con el texto The Changing Light at Sandover, utilizando la ouija como medio para canalizar su propia imaginación. Pero podemos pensar que la relación entre Sócrates y su daimon (que es una metáfora de la función mediúmnica entre Platón y su maestro muerto) se deja pensar como una canalización de un “adentro exterior”, como los dioses; en su caso, la superstición consiste en tomar al pie de la letra las leyes atenienses y condenar a un hombre justo, no tanto en la probable “inspiración” de un susurro celestial. No conozco casos de ello en español, y si existen no soy consciente de ellos. Se me ocurre el caso de Salvador Elizondo utilizando el oráculo chino, el I Ching, pero en él interviene una búsqueda formal de procedimientos azarosos inspirados en la música dodecafónica, y en un contexto lúdico más que esotérico. Después de todo, la “inspiración” es explicada en los círculos literarios con la misma jerga y reverencia que los conversos de cualquier otra fe.
Pero algunos estudios afirman que la fe, sin importar cuál, de hecho sí es ciega. Por desgracia la ciencia ofrece explicaciones sobre lo que podemos hacer, pero no sobre lo que no podemos hacer, o mejor dicho, sobre lo que no sabemos que podemos hacer. La expresión física de esta función se conoce desde 1852 como “efecto ideomotor”. Fue descrito por el médico William Benjamin Carpente por primera vez, aunque era una línea de investigación para la que incluso Michael Faraday tenía hipótesis. El psicólogo Chris French de la Universidad de Londres explica que este efecto “puede generar una fuerte impresión de que el movimiento proviene de una agencia externa, pero no es así. El asunto con este tipo de mecanismos como las varas detectoras de agua, las tablas ouija, los péndulos, las mesitas, es que son dispositivos donde un pequeño movimiento puede tener un enorme efecto”.
Agencias de seguridad en Holanda y México, entre otros países, fueron estafadas en 2013 con la venta de falsos detectores de bombas, pero podemos pensar también en detectores de OVNIscreados con un fin más bien comercial y de entretenimiento. Incluso los atrapasueños, en tanto dispositivos de codificación interdimensional (en este caso, entre la vigilia y el sueño), guardan cierto parecido con las ouijas. Los juguetes malditos son todo un capítulo en la noción freudiana de lo siniestro (Unheimlich), y constituyen toda una división de las películas de terror. Pero con la ouija, afirma el doctor French, “está además el contexto social. Usualmente se trata de un grupo de personas, y todos tienen una pequeña influencia”.
La siempre brumosa “influencia” puede entenderse también como una suerte de narrativa o relato que venda la idea dentro de una comunidad de sentido (tus amigos en una fiesta escuchando tus historias de terror). Este consenso condicionado narrativamente es una contraparte simbólica del reflejo condicionado que Pávlov estudió en sus famosos experimentos sobre la salivación como resultado de un impulso primario de alimentación en perros. Es el mismo principio que nos hace sentir miedo cuando van a aplicarnos una inyección: se supone que duele, así que debe ser cierto.
Un estudio del psicólogo Ron Rensink de 2013 no trató de probar la existencia de un pasaje paranormal en la tabla ouija, sino meramente la expresión física del efecto ideomotor (sin formularse en modo concluyente sobre los aspectos inconscientes o preconscientes) de los participantes. Para ello, una serie de voluntarios fueron convencidos de que jugarían a la ouija con otra persona en otra habitación a través de una teleconferencia. Aquí entra en escena un pequeño robot que traduce los supuestos movimientos de la persona en el otro cuarto y los reproduce frente al participante, con unos sensores ubicados en el indicador con forma de gota. Con esto buscaban hacer creer a los participantes que el resultado del experimento no dependía completamente de ellos. Está de más decir que no había nadie en la otra habitación, y que el robot fue reemplazado en posteriores experimentos por un muy terrenal ser humano, aunque incluyendo una adecuación: los participantes eran vendados para que no observaran cuando su contraparte dejaba de tocar el accesorio indicador. Así, a través de sencillas preguntas de sí y no (“¿Buenos Aires es la capital de Brasil?”), los investigadores demostraron que una persona acierta 50% de las veces cuando se le pregunta algo directamente, pero el porcentaje aumenta a 65% cuando la persona cree que la respuesta obedece a un factor externo a él o ella (el efecto “inspiración”). Rensink y su equipo concluyeron que la gente en realidad se sabotea para no decir lo que sabe, pero que en ciertos contextos es posible demostrar que la gente no sabe que sabe, y actúa por el efecto ideomotor.
Pero este efecto psicosomático no es sólo una curiosidad psicológica encarnada en versión mística en la ouija y en versión judicial en el detector de mentiras: también es un recurso sumamente efectivo para desfalcar imbéciles tan bueno hoy como hace 150 años. La compañía inglesa Global Technical Ltd. desfalcó al gobierno mexicano en 2013 con la venta de mil 112 “detectores moleculares” utilizados por dependencias federales y estatales en la llamada “guerra contra el narco” desde el calderonato. El fraude costó 450 millones de pesos al gobierno. La compañía se dedicaba a negociar con gobiernos como el de Irak, de quienes obtuvieron el equivalente a mil 200 millones de dólares. Las pérdidas totales se calculan en miles de millones, y las víctimas humanas (en el caso de fraudulentos detectores de bombas, que operan bajo un principio parecido al de las máquinas caza-tesoros) son incontables. El gobierno mexicano se reservó publicar la información concerniente a las partidas presupuestales bajo las que se realizaron las operaciones por un periodo de 12 años.
Lo curioso de los “gobiernos transparentes” como este es que esas evidencias y documentos probatorios serían tan inofensivos como una historia de terror contada al calor de una fogata durante un campamento en las montañas: al final todos decidimos qué verdad asumir como propia, y el juicio de los expertos asume hoy el papel que hace 150 años tuvieron las médiums: el sujeto se mueve bajo el auspicio de un gran Otro y actúa de conformidad con su propia verdad (una verdad latente, no siempre manifiesta), lo que delimita el ámbito de responsabilidad sobre la propia acción a una mera implicación. Una complicidad inofensiva, como en el caso de los psicópatas exonerados de penas capitales por demostrarse que actuaron bajo el influjo de drogas o enfermedades mentales. El capitalismo no inventa propiamente las modas, las creencias ni los usos de las comunidades de sentido, sino que simplemente las convierte en objeto de consumo; en nuestro papel de consumidores, nuestras elecciones obedecen a la mirada del gran Otro del exitismo social y las aspiraciones de clase, de manera que invocamos en nuestro atuendo y nuestras ideas las versiones normadas de la verdad que el mercado pone a nuestra disposición. El espíritu de la Navidad se apodera de nosotros, Cupido nos flecha, el dinero apenas ganado sale de nuestros bolsillos como guiado por una mano invisible. Parece como si los sujetos actuaran el papel de sí mismos para un ojo externo que los observa con ausente atención (un investigador, un ser querido fallecido, Dios, Santa Claus, la publicidad, las expectativas del contexto social, etc.) a pesar de que él mismo no podría reivindicar como suyos ciertos comportamientos presentes en dicha representación. El diagnóstico de esquizofrenia no ha curado nunca a un esquizofrénico. La lady de Polanco no ignora que es racista. La fe es ciega y es capaz no sólo de mover montañas, sino también pequeños indicadores de madera sobre letras y números impresos en tablas de cartón.
La ouija ofrece un buen ejemplo de aquellas cosas que sustentan nuestra fe, pero que en realidad parecen producirla; la magia sólo dice (de otra forma) lo que ya sabemos.
Twitter del autor: @javier_raya