Reflexionar y opinar sobre Chile
exige un ejercicio previo: reconocer
que el país está bien y todo indica que
seguirá estando bien e, incluso, mejor.
Enrique Correa
A pocas semanas de la celebración de la quinta elección presidencial pos dictadura, y mientras la derecha pinochetista festeja orgullosa la última guinda de la torta que le faltaba, ya que unido al poder económico, los medios de comunicación, el poder ejecutivo es la pieza restante en la brutal concentración de poder que manifiesta la derecha en Chile. En tanto, en el bando contrario, una gota de sudor frío empieza a recorrer la faz de una generación que se inició en política en la década del sesenta, y hoy aún perpleja empieza a mirar ya no tanto el futuro, pues siente que se les escapa inexorablemente, sino su pasado… eso por el cual, inexorablemente también será juzgada y recordada.
Es tan fuerte la impronta de la huella que dejaron aquellos que antaño llamaban a “avanzar sin tranzar”, y después, devenidos en pro hombres de gobierno terminaron en “tranzar sin parar”, que sólo puede ser comparada con las traiciones de Alessandri Palma y González Videla respectivamente. Efectivamente, los agentes de la Concertación han sido de todo, izquierdistas en los sesentas, neoliberales en los ochenta noventa, incluso algunos, con un desparpajo increíble hoy vuelven a la izquierda haciendo del ejercicio público la escena dantesca del travestismo sin límites.
Los ejemplos abundan y han sido debidamente documentados por historiadores del más diverso signo ideológico, pero, para fundamentar el punto, permítanme dos ejemplos: el primero, el reciente candidato de la “izquierda” Jorge Arrate, ministro de Minería de Allende, en el exilio lideró el ala socialdemócrata del Partido Socialista, ministro de Educación con Aylwin, ministro del Trabajo con Frei Ruiz-Tagle, y por último, devenido en flamante candidato de la izquierda en las últimas elecciones; el otro caso, Sergio Bitar, jefe de planificación de la CORFO con Frei Montalva, ministro de Minería con Allende, Senador por Tarapacá y presidente del PPD, ministro de Educación con Lagos, y por último, ministro de Obras Públicas con Bachelet…¡uf, que grandes hombres!
Pero, cómo se logra hacer del travestismo una forma de vida “respetable”, sin llamar la atención, haciéndolo parecer normal; no es fácil, se requiere hacer uso de la ingeniería social más espuria, de una articulación gubernamental perversa que ha llevado a este país a un verdadero genocidio histórico.
La parábola del rey tuerto, que elimina un ojo a todos los miembros de la comarca para que nadie vea mejor que él, e incluso los dos ojos, para que sólo él pueda ver, bien se podría aplicar a esta historia. En efecto, los héroes de la Concertación, para poder pasar desapercibidos, para ocultar la ruin condición acomodaticia y camaleónica tenían que generar una cultura que les permitiera sobrevivir, y más aún, que le diera prestigio a esa sobrevivencia. No es acaso esta generación la que decide pactar con la dictadura, en torno a una Constitución ilegítima y a un modelo económico inhumano mediante un compromiso bien documentado y demagógicamente plasmado en lo que se llamó: Programa de Gobierno de la Concertación de Partidos por la Democracia, de 1989.
Después en el gobierno, con el beneplácito de dirigentes sociales de temple tan dudoso como ellos, crearon una suerte de “pacto social” que pudiera mantener a raya los anhelos de mayor justicia social; implementaron a plenitud el modelo de educación de mercado, basado en un curriculum blando, donde se quitan y minimizan todas las áreas que aportan al pensamiento crítico. Todo esto para qué, para borrar o mejor dicho hipotecar la memoria histórica de todo un pueblo.
Los seres humanos no somos meros consumidores, cargamos con recuerdos, tradiciones, en definitiva con historia, que violenta o no se constituye en el ethos referencial de un pueblo. Los concertados del sesenta, quisieron borrar la historia de una generación que, a pesar de cualquier consideración y costo, fue capaz rebelarse ante un régimen brutal y asesino, una generación que fue capaz de articular 22 protestas nacionales, crear un potente movimiento cultural; en definitiva, que fue capaz de vencer el temor, el mismo temor que paralizó a los Concertados el año 73 y que dejó a un presidente con un solo camino, el suicidio.
Para ocultar la historia hay que maquillarla con algo que sea factible, plausible, se debe mostrar el todo pero incompleto, para después dejar que los intelectuales orgánicos la interpreten; por eso se creó la cultura de la derrota, que no es otra que la derrota de la generación del sesenta. De aquí se desprende la cultura del dolor, la de mostrar las osamentas de las víctimas, los procedimientos de la tortura, pero sin saber la historia del cuerpo o la laceración, significa travestir la rebelión en dolor y miedo; por eso las comisiones blandas que acumulan cuerpos y torturas sin historia, los museos donde esconden su propio miedo, sus sobornos para comprar la conciencia de los que sufrieron la actitud criminal de la dictadura.
La Concertación logró mantener el maquillaje obsceno del miedo por 20 años, pero la cultura de la sublevación, de la dignidad, corre soterradamente plena de historicidad, la que se plasma en lo íntimo, en la conversación de los padres con sus hijos, en el carrete, en los símbolos, en las vivencias cotidianas, y que ahora empieza a develarse lentamente. Una manifestación evidente de esto, es la apatía de la mayoría de los jóvenes a participar o legitimar el sistema político actual; en la actualidad, más del 40%, de los 12 millones que tienen más de 18 años no está inscrito en los registros electorales, Piñera salió electo con cerca de 3,5 millones de votos, eso es cerca del 28% de la población votante, claramente una minoría.
Cuándo uno lee las declaraciones de los Concertados, en las que intentan explicar por qué perdieron la última elección, se siente un dejo de perplejidad, asombro, como si el pueblo los hubiera traicionado. Cuál es el legado de la Concertación, la consolidación de un modelo neoliberal que deja como saldo trágico un 68% de chilenos sin un contrato laboral permanente, que otro 68% gane menos de $ 180.000 mensuales, que el 46% de la población padezca de neurosis o depresión, hacer la segunda pacificación de la Araucanía en favor del empresariado, gastar obscenamente en armar a unas fuerzas armadas que encubren asesinos y torturadores, que la mayoría de las familias tengan que vivir endeudadas para llegar a final de mes; que, en definitiva, terminas trabajando para pagar las usuras de los bancos, casas comerciales y financieras. Qué movimiento cultural dejó la Concertación, ninguno, sólo miedo y oportunismo.
Muchos de estos prohombres están empezando a entrar en los cuarteles de invierno, otros como es su costumbres, seguirán pasando a la vereda de al frente, pero lo que no podrán cambiar, en definitiva, es el juicio de la historia, el que lentamente se está empezando a construir.
Por Horacio Viscontti H.
Ex Director Revista Pretextoss
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