Decía el refrán popular que “de lo que se come se cría” y, aunque de refranes sin consistencia científica, está el mundo lleno, en este caso no podría ser más acertada ésta afirmación que desvela uno de los pilares de una vida longeva y de calidad.
Numerosos estudios avalan este hecho que se ha popularizado recientemente gracias a los avances en el ámbito genético, especialmente a raíz de un estudio que se realizó en la Universidad de Nankín en 2011 según el cual se descubriría que los alimentos ingeridos llegan, mediante el torrente sanguíneo, a regular los genes.
Este hallazgo, ampliado en los últimos tiempos mediante otros similares, ha hecho que numerosas escuelas científicas pongan su atención en los beneficios que puede tener la alimentación en el individuo y por ende, de los perjuicios de determinados hábitos alimenticios.
Epigenética: unos genes muy marchosos
Frente a los principios deterministas que aseguraban que el código genético permanecía intacto desde el nacimiento de un individuo hasta su muerte, surge la epigenética para dar constancia de que ésta es una falacia como muchas otras que relacionan ciencias como la física o la química, con estructuras rígidas y lineales. Nada más alejado de la realidad.
Los genes van transmitiendo información de nosotros, pero no son determinantes puesto que el entorno juega un papel muy importante en el desarrollo del ser humano. Este hallazgo no es tan solo un hecho anecdótico sino que puede suponer una revolución conocer lo que los alimentos adecuados pueden hacer frente a las enfermedades e infecciones sin tener que recurrir a psicofármacos o antibióticos.