Cuba es un país que no deja de asombrar a nadie, y desde siempre… siempre.
Desde los tiempos de Maceo y Martí, desde que era colonia española y se libera. Esa otra historia de cómo los Estados Unidos la fueron convirtiendo en su pequeño paraíso y lugar de vacaciones, con todos los placeres, caprichos y privilegios de la clase norteamericana adinerada y que pagaban en servicios los sectores más pobres del pueblo cubano. No es cosa de películas, que incluso los mafiosos intentaran colocar sus garitos en La Habana, a la entrada del Hotel Nacional – desde donde en noches despejadas se pueden ver las luces de Miami- hay una placa que recuerda a sus “antiguos propietarios”.
Muy poca diferencia existe entre los cubanos y sus recorridos históricos con otros pueblos de América Latina, con sus partidos políticos de izquierda, sus dirigentes, sus organizaciones sociales y populares, sus huelgas obreras, sus pliegos reivindicativos, sus muertos en las calles, eso sí, los cubanos iniciaron un proceso revolucionario… y lo ganaron.
Todos los países latinoamericanos tienen también similitudes entre sus sectores ricos, entre las que hay que destacar la conducta servil, entreguista, vendida y lame culo de las clases dominantes.
Las burguesías, los adinerados, los ricos, los pitucos, han entonado de memoria aquellos cánticos universales: que lo “mejor” viene de los Estados Unidos, y eso incluye a los americanos sacando dólares de sus cajones en la Casa Blanca para comprarlos a bajo precio, porque la derecha no cobra caro, cobra poco, está siempre a precio de rebajas para vender riquezas básicas y a los militares para que ejecuten golpes de Estado, y para hacer negocios de armas… su oficio, digamos.
A Estados Unidos siempre le va bien en todo, y en gran parte se debe que casi todos los gobiernos latinoamericanos son serviles. Sus políticas exteriores han estado al servicio de los americanos, se han alineado detrás de los agresores y acusado a los agredidos, encontrando a los culpables de todos los males entre los más pobres, que en ese loco afán de ser más libres, suelen intentar hacer avanzar las ruedas de la historia.
Se debe dejar siempre muy claro: Estados Unidos y sus lacayos no hacen concesiones, son los otros países los que se las hacen y en ese intercambio tan desigual, ellos casi siempre ganan, y se dice casi siempre, porque allí está Vietnam que les ganó una guerra para reafirmar que los yanquis eran un “tigre de papel”..
A Cuba se le quiere o se le odia, y esta alternativa se hace más clara y evidente con la llegada de los barbudos a La Habana hace cincuenta años, cuando sostienen que es para colocar las cosas en orden y en su lugar, para levantar la dignidad del pueblo cubano pisoteada por los norteamericanos. Y las otras izquierdas del continente quedan asombradas ante lo que pareció una victoria tan fácil, con unos cuantos años de lucha se puede hacer que los pueblos se levanten y lleguen a los palacios presidenciales, para distribuir de mejor manera los panes y los peces.
A la revolución cubana se le quiere porque colocó los derechos fundamentales del hombre por sobre todas las cosas, como debe ser, con una generosidad y solidaridad muy profunda, nunca antes conocida entre los pueblos. Por colocar la foto del socialismo en el calendario de los tiempos. Por ir; justamente, dos pasos más adelante de lo alcanzado que en la patria de Lenin.
Y está el bloqueo contra Cuba, ratificado presidente tras presidente por los EEUU, con sus continuas leyes y amenazas. Ese bloqueo que está presente desde el 6 de abril de 1960, existe y es tan real como una condena que debe pagar el pueblo cubano. Un bloqueo que se mantiene como señal para que si otros pueblos tuvieran la misma idea de levantarse y alterar el injusto orden que le interesa al imperio, conocerán de lo mismo. Y claro que han existido otros intentos de liberación, está el caso de Salvador Allende y también las bombas lanzadas en la selva de Nicaragua por la aviación norteamericana, que hacía que los niños nacieran antes de tiempo.
Pero aquí y ahora, y en estos tiempos, no nos vale eso de “que fácil es protestar por la bomba que cayó a mil kilómetros del ropero y el refrigerador…”
La revolución cubana nos fortaleció en principios que son indispensables para vivir, para hacer avanzar el mundo hacia mejores rumbos, la dignidad, el hacer de la libertad del hombre el centro y motivo de todas las causas, de batirse siempre ante una injusticia, de no perder nunca la capacidad de asombro, que en suma no es otra cosa que una extensión del amor.
Y nadie nunca intentará condicionar o cuestionar los procedimientos que tienen las altas autoridades cubanas para aplicar medidas que tiene su preocupación en el bien común, el repartir los frutos de la revolución, muchos o pocos, entre la grandes mayorías, pueden equivocarse como ha sucedido en muchas veces, pero es de los cubanos la forma de administrar su país.
La muerte de Orlando Zapata, cubano, que se negó a comer, nos asombra, nos deja perplejos, porque el mal manejo de la verdad, con la experiencia que poseen los responsables políticos cubanos no es aceptable. No nos vale que digan lo uno o lo otro del muerto, la vida es extremadamente bella para que se vaya de esa manera, eso es, sin duda, un mensaje demasiado potente y fuerte, tardarán mucho tiempo en sobreponerlo.
Pero duele mucho, porque se le entregan razones a los enconados enemigos del socialismo, no solo del socialismo que bajó desde Sierra Maestra, hablamos de los pasos que dan todos los pueblos latinoamericanos para construir rumbos más justos, contra la explotación abusiva del hombre por el hombre, para buscar generar beneficios sociales para millones de desamparados y pobres, lo que también es una manera más fiel al concepto de socialismo.
Cuando se les proporcionan motivos a los enemigos de siempre, estos ganan espacios no teniendo la razón, se fortalecen sus miserables posiciones de ambición, usura, riqueza y masacre de la naturaleza. Debilitan a todos los que andan justamente sosteniendo que el pueblo es más capaz de construir su propio destino, que un fuerte creador.
Comprobado está que el modelo neoliberal no es el paraíso de la libertad. Eso nos da mucha razón cuando colocamos frente a frente los proyectos de sociedad, los del mundo capitalista, y el otro, que hay que construir día a día desde abajo. La sociedad perfecta no existe, no es sacarla de un libro como si de una fórmula se tratara, pero se intentan levantar proyectos que den más posibilidades, que sean aguas para mover nuestros molinos.
Y la muerte de Osvaldo Zapata en nada nos ayuda, tampoco los balseros, eso nos duele tanto como los tanques soviéticos destruyendo la Primavera de Praga, o la invasión de Afganistán en los años ochenta. Por el contrario lo que se impone es reconocer los errores y debilidades, para no legitimar la demagogia de los de siempre: los carroñeros que esperan para lanzarse en picada gritando que son ellos los más fuertes, los paladines de una mezquina libertad o esos renovados que olvidaron hasta el concepto, que resume una sociedad nueva y más solidaria.
El socialismo como proyecto no es privilegio de los cubanos porque hayan ganado una revolución, es el derecho ganado que tienen todos los hombres -todos los pueblos- aún en las peores condiciones, para levantarse una y otra vez en ese intento de construir SU propio socialismo, o como quiera que se llame, su camino piedra a piedra, para recorrer las grandes alamedas, para los dos o tres Vietnam, que se perfilan por estos tiempos.
Lo que sucedió a Osvaldo Zapata, cubano, nos duele, y deben saberlo: nos duele mucho.
Por Pablo Varas