No es común que un disco de folclor chileno logre la exposición pública que Todas íbamos a ser Violeta alcanzó el pasado 2014. El álbum, compuesto por diez canciones, transita fundamentalmente entre la tonada, la cueca y el Canto a lo Poeta, integrando los elementos más sobresalientes de la música tradicional del Valle Central. Líricamente, nos canta de amor, nos enumera sus “Centésimas”, habla de la historia nacional reciente, de la educación y de la crianza. Acá se encuentran la guitarra traspuesta con el guitarrón chileno y los arreglos de cuerdas. Fabiola González, como queda claro con este disco, cultiva un perfil moderno, contemporáneo, en perfecta armonía con la faceta tradicional, equilibrio del cual resulta un gran talento compositivo que, con fórmulas sencillas, consigue ajustar cabalmente los patrones de la tradición a criterios de producción musical que resultan en un disco pulcro y ambicioso.
En Fabiola González conviven la cantora campesina con la cantautora y la cuequera urbana –de ahí su apodo, La Chinganera-. Da la impresión de que la artista ha orientado su carrera exitosamente hacia la consecución de dicho balance. Pudiendo ser considerada la más tradicional de las cantautoras chilenas del presente, actualiza el modelo propuesto por Violeta Parra entre los años ’50 y los ’60: desde un conocimiento al dedillo de la música y la poesía tradicional chilenas, la artista femenina debe entregarse a una composición más creativa, que nutra la tradición con la innovación, ahora orientada a completar las temáticas convencionales del folclor con la crítica social contingente. Todas íbamos a ser Violeta, a través de su título, sugiere, precisamente, que la influencia parriana, presentada aquí con la canónica frase de la poeta del Elqui, persiste entre las cantautoras nacionales que, como la Chinganera, Carola Guttmann y Natalia Contesse, afrontan la música tradicional como punto de partida para hacerse un espacio en la música popular chilena.
Por Ignacio Ramos Rodillo (ASEMPCh)