Crónica de un voluntario en Concepción

Finalmente al avión despega


Autor: Sebastian Saá

Finalmente al avión despega. Atrás queda Santiago y su tensa calma. Las pequeñas instalaciones del grupo 10 de la FACH, lugar desde donde despegó el Hércules que me transporta aún quedan fuerzas de rescate sin embarcar: bomberos, militares, policías y médicos. Se mezclan con un amplio contingente de civiles, en su mayoría peruanos, que intenta salir del país para retornar con sus más cercanos.

El vuelo es corto, no alcanzo a pestañar cuando mi compañero de butaca, un comisario de investigaciones asignado a una misión cuyos detalles  «no pueden ser revelados por motivos de seguridad», salta de su asiento para mirar por la pequeñisima ventanilla del avión de carga. La recepción no puede ser más ad-hoc, grandes extensiones de tierra claramente utilizadas para el agro, se encuentran completamente anegadas y la única vivienda que alcanzo a divisar, no es vivienda tal, sino un techo tirado por ahí. Sin paredes, sin habitantes.

Concepción esta vacío, son las 10 am y el toque de queda continúa. Los militares apostados cada dos esquinas, no se cansan de pedir a cada vehículo el salvo conducto que nos autoriza recorrer la semi destruida urbe. Las pocas personas que se aventuran en la calle no despegan sus ojos de nuestro vehículo, claramente esperan algún tipo de distribución de alimentos o combustible. Esta misma carencia los ha llevado ha abrir directamente los pozos de las bencineras introduciendo mangueras para abastecerse. El riesgo es alto, pero el frío y el hambre también.

Mi destino es la llamada «zona cero», lugar donde se han concentrado (una vez más) los medios de comunicación para despachar en directo los avances de rescate en el edificio Alto Río. Bomberos y miltares trabajan incesantemente, siempre atentos a cualquier señal de vida, pero solo hayan muerte. Un bombero recién llegado de Haití explica que en el caribe su misión era recuperar cuerpos de personas desconocidas, pero aquí las emociones juegan un mal rato, lo dan todo por rescatar sobrevivientes chilenos, como ellos, pero no lo consiguen y eso los frustra aún más.

Todo se mantiene en calma. Un supermercado abre sus puertas, otro par de bombas de bencinas hacen lo mismo, los periodistas «rostros» lanzan pequeñas bromas que relajan a sus colegas, pero la tierra nuevamente alza la voz y un remezón obliga a los rescatistas a salir rápidamente del edificio destruido para correr fuera de la «zona cero», el riesgo de un colapso mayor es real. La réplica de 5,9 en la escala de Richter provoca sicosis, bomberos nos pide que nos retiremos del lugar porque se ha dado una alarma de maremoto, advertencia que nos confirman los militares apostados a un costado «esta confirmado, vayan a un lugar seguro ahora ya». Caos, todos corren, las cosas se caen de las manos, seguimos corriendo hasta llegar al auto que nos espera un poco más allá. Los teléfonos comienzan a sonar, la información es cruzada, la radio desmiente la información, pero en la esquina siguiente un piquete militar continúa dando la alarma a través de altavoces, la gente no para de correr. Finalmente los llamados desde Santiago nos tranquilizan, todo es una falsa alarma.

Las labores de rescate continúan y comienza el uso de maquinaria pesada, las paredes del edificio son destruidas y poco a poco comienzan a llegar los habitantes del Alto Río para ver si pueden recuperar alguna de sus pertenencias, pero por seguridad no se les permite acercarse, solo se les pueden observar lo que alguna vez fue su hogar. Entre los escombros en altura una guitarra eléctrica, el bombero duda un segundo, parece en buen estado, quizás aun sirva, pero el tiempo apremia y el instrumento cae hecho añicos en el suelo. Ya no hay mucho que hacer.

La espera angustia, en esta zona de la catástrofe las cosas están dichas, la mezquindad de una constructora arrasó no solo con la vida de chilenos y chilenas, sino que también con los sueños de sus sobrevivientes. El panorama no es muy alentador aquí, la prensa con sus tiendas de campaña, antenas satelitales y contactos en directo lo hacen parecer más un show en vivo que una ciudad que necesita ponerse en pie lo más pronto posible. Creo que el verdadero dolor y la esperanza por resurgir a la adversidad no la encontrare aquí, no sé lo que me espera los próximos días pero espero encontrarme con aquellos que a falta de gobierno responsable han decidido tomar las riendas de su destino sin esperar la autorización para ello.

Por Nicolás Tapia

Desde Concepción


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