Cuando el Edén se transforma en un infierno

Por estos días la televisión chilena se ha dado un festín captando el momento justo de los “saqueos”, de los “pillajes”, de los “rapiñas” o en términos directos, de esos robos colectivos a manos de ese “lumpen” irracional y descarado que habita Concepción


Autor: Sebastian Saá

Por estos días la televisión chilena se ha dado un festín captando el momento justo de los “saqueos”, de los “pillajes”, de los “rapiñas” o en términos directos, de esos robos colectivos a manos de ese “lumpen” irracional y descarado que habita Concepción.

Sus conductores no lograban comprender el crudo espectáculo que en vivo y en directo era difundido por sus modernas cámaras, en los precisos instantes en que el pueblo ingresaba abruptamente a los supermercados de la capital del Bío-Bío en busca de bienes de primera necesidad, como cajas de leche, legumbres o ese pan que satisface a nuestra gente. Esos productos en cuestión de minutos fueron reemplazados por plasmas, lavadoras o cualquier otro artículo electrónico que significara un nuevo avance en la pirámide social.

No sólo era carencia, hambre o desesperación, esas fueron acciones de un sector social profundamente excluido, de un pueblo largamente marginado de toda acción política y duramente golpeado por un espejismo económico, el que se olvidó por completo de brindar igualdad de oportunidades para gran parte de esos “inadaptados”. Un grupo social que creció y fue alimentado progresivamente por un sistema que sólo se interesó en incentivar lo material, eliminando de la sociedad toda sensibilidad y cuestionamiento comunitario que provocara algún peligro o contrapeso al exitoso “modelito”. El terremoto social se ramificó rápidamente por las principales comunas asoladas por los movimientos telúricos y dejó al descubierto la fragilidad con la que se ha expandido Chile desde el término de la dictadura, la creciente agudización de las problemáticas sociales bajo los gobiernos de la Concertación o la constante desigualdad existente entre ricos y pobres que erosiona y debilita nuestra baja calidad democrática.

Apareció ese verdadero Chile, ese que se oculta, que no vemos y del cual han querido esterilizarnos; el que clama por un justo lugar en la sociedad, el que no conoce lo que es empaparse de cultura o de una educación que lo proyecte dentro de un modelo de sociedad altamente estructurado y distante de nuestra oscura realidad. Un Chile dominado por el dinero de plástico, desmantelado en su lógica de vinculación social y que no sólo acumuló por años una poderosa energía en las placas sudamericanas, sino que también las capas sociales fueron víctimas de esa acumulación natural. Un Chile que dejó al descubierto que el ingreso a la OCDE es más bien triunfo moral que dista mucho de la verdadera situación social. Es otro Chile, muy diferente a ese espectro societal que fue golpeado en 1985 o más aún, en los años sesenta, donde lo saqueos y el individualismo transversal no dominaron la escena periodística, pero que ahora fueron la tónica por varios días. Estamos frente a una sociedad sumamente desafiante y dispuesta a todo, que opera y se comporta bajo la lógica del mercado, que no titubea a la hora de enfrentarse con sus propios vecinos por ser el mejor y al que los grandes triunfos económicos de este Chile, nunca le han impactado directamente. Quizás, lo percibe a través de los medios de comunicación de masas, pero no en sus mejoras salariales, en avances en materia laboral, en la defensa de sus derechos e intereses personales y que recibe de un débil aparato estatal una atención en salud a lo menos, deficiente. Una sociedad olvidada por la tan estable y confiable institucionalidad chilena, que siente que la cohesión social es sólo una quimera que se cae y agrieta de la misma manera que los grandes edificios construidos con los más altos estándares de calidad internacional.

Esto es Chile, cuya dirigencia se preocupó más por armarse bélicamente, pero que se olvido de algo básico: nuestra sociedad. Es sólo el comienzo (sin afanes apocalípticos por cierto) de algo que puede ser peor, pero que debe ser analizado en profundidad por el conjunto de la sociedad. No podemos juzgar, pero sí reflexionar, aunque algunos “opinólogos” de ciertos medios digitales comparen lo vivido con África o lo descarten de plano en países del viejo continente. Los países del primer mundo ya lo han vivido, sólo basta recordar lo ocurrido en Francia hace un par de años atrás con los inmigrantes que habitan la periferia y cuyas imágenes dieron vuelta al mundo. Los más desposeídos no pueden ni deben esperar, pero hasta que el crecimiento económico y el desarrollo no vayan de la mano, los estallidos sociales serán parte integral de esta loca y compleja geografía llamada Chile.

Por Máximo Quitral


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