Bachelet debiera irse con más pena que gloria. Igual le traspasará la tarea prioritaria del neoliberalismo a Piñera. Quien la hará gustoso: contener las demandas sociales en un país vapuleado por la crisis mundial y, ahora, por el terremoto. Su plan de ruta será profundizar aún más el modelo generador de ganancias para un núcleo restringido, desigualdad, desempleo, fractura social y tensiones de violencia latente.
La paradoja: en un mundo global y conectado no se habla de la crisis mundial ni en los medios ni en los círculos políticos y académicos. Menos aún de las movilizaciones actuales ciudadanas en contra de los ajustes y planes de “austeridad” en otras latitudes: las de los ciudadanos y trabajadores griegos e islandeses que hacen temblar al FMI (*). Del aprovechamiento político del terremoto y de la “reconstrucción” a la neoliberal, tampoco.
En efecto, la invocación a la “reconstrucción” del país debido a la hecatombe telúrica se ha convertido en el otro pretexto o leit motiv, además del presunto déficit fiscal concertacionista, con el que el magnate empresario permitirá a su clase imponer un tope y baja de salarios, además de recortes sociales (en educación, salud, pensiones y planes sociales) a sus ministerios.
La prensa dominante del fin de semana reacomodó su línea editorial martillando en los siguientes temas dispersos pero que apuntan todos a reforzar la agenda piñerista: es preferible no identificar a los responsables políticos y administradores gubernamentales de las falencias que pusieron en peligro la vida de los ciudadanos; a las FF.AA no se las cuestiona; tampoco debe debatirse acerca de la incapacidad congenital del Estado chileno para prever catástrofes; hay que acentuar la faz del Estado como garante del orden en desmedro de la de proveedor del Bien Común, ¿cómo?, llamando a desviar la mirada y aplicarles todo el rigor de la ley a los acusados de saqueos en tiempo de desempleo y penuria; [sin embargo] el Estado no debe enredarse en hacer lo mismo con las inmobiliarias y constructoras responsables de serios vicios de construcción causantes de daños y perjuicios a los propietarios y moradores de inmuebles durante el terremoto porque la empresa privada es intocable, es casi un asunto de dignidad nacional.
Por último —según el duopolio de la prensa— la “Unidad Nacional” desde arriba es la única salida actual a los problemas del país. A nadie se le ocurrió promover una ley que obligue a las multinacionales instaladas en Chile y a los grandes grupos económicos pagar un tributo excepcional por catástrofe. Según los mismos medios, la solidaridad nacional se reduce a esa parodia caritativa del aporte individual y catártico que es la Teletón.
Dicho con todas sus letras, el brutal terremoto que sacudió a todos y que dejó sus huellas al golpear de manera desigual a las familias de trabajadores y empleados que viven la incertidumbre y la precariedad de la existencia, le cayó como anillo al dedo a las élites políticas binominales de la llamada Coalición por el Cambio y del concertacionismo derrotado.
Este no tiene mapa mental ni voluntad de oposición. Los concertacionistas de la DC y del PS no tienen un itinerario político para enfrentar a la derecha en el poder. La coalición perdedora ha renunciado a su función fiscalizadora (quedan los diputados electos del PC) y acepta el rol de socio menor y colaborador de la empresa política piñerista. En algún lugar y momento se celebró un pacto tácito o explícito de no agresión mutua. Y la democracia perdió otra vez.
Los piñeristas y sus acólitos programadores de opinión pública, muchos de ellos columnistas de fin de semana, oscilaron entre dos posturas; por un lado, entre el moralismo hipócrita y la tesis de las dos almas de la chilenidad que busca chivos expiatorios en los saqueadores y, por el otro, tratar de aprovechar la catástrofe para profundizar el modelo regido por la regulación del mercado y la iniciativa privada. El columnista de La Tercera, Ascanio Cavallo, fue claro al ir a rescatar la imagen de Bûchi, convertido para el caso en un tecnócrata neoliberal emblemático y eficiente que supo aprovechar el terremoto del 85 para liberalizar más el país al privatizar las empresas públicas que estaban en manos de la Corfo. Y bien se sabe que Piñera llamó al delfín pinochetista y Chicago boy contumaz para pedirle consejos.
En definitiva, lo grave es que no hay política organizada ni discurso de izquierda que exija con movilizaciones ayuda inmediata del Estado y gratuidad a los damnificados, a la vez que pueda explicar y ayude a parar la ofensiva neoliberal piñerista que se prepara. Las clases dominantes en el poder se apoyarán en la fragilidad del pueblo ciudadano para exprimirlo y mantener las tasas de ganancia (¡Oh, perdón! el crecimiento).
De ahí la importancia del llamado de Jorge Arrate a construir con métodos democráticos un referente nacional de izquierda abarcador que esté a la altura de los retos de los tiempos presentes. Se trata simplemente de reagruparse. Los que somos. Es decir, todos los partidos, organizaciones y movimientos sociales, grupúsculos de izquierda y militancia social y política dispersa en torno a lo que nos une. Empleos dignos, mejores salarios, leyes colectivas que protejan al trabajador y salud, educación y transporte, gratis y subvencionados por el Estado.
Para eso, tanto mejor, necesitamos construir un vasto movimiento por una nueva Constitución, y una Asamblea Constituyente que la redacte y que inscriba esos derechos en ella.
Ahora bien, si somos coherentes, sólo un gobierno de la izquierda, los trabajadores y los movimientos sociales podrá realizar ese programa y recuperar nuestras riquezas básicas y además preservar el patrimonio ecológico común. El cómo defenderlo y lo que ello implica es un problema de estrategia que para algunos significa plantearse el problema del poder y del socialismo para construir una auténtica comunidad de iguales.
Para otros, una sociedad justa y libre sólo es posible con el concurso de los que ellos llaman la centro izquierda y el progresismo.
Pero ése es otro debate. Que no debe impedir que un frente único de la izquierda se produzca ahora, para potenciar sus fuerzas. Esa discusión o proceso necesario de definiciones puede hacerse en ese frente, pero sin obstaculizar su actividad unitaria y construcción.
Las diferentes orgánicas políticas dispersas que se construyen con sus programas, estrategias y políticas de alianzas propias, previo análisis de múltiples realidades sujetas a interpretación seguirán su camino.
En definitiva, de lo que se trata por ahora es defender las demandas ciudadanas y resistir la embestida piñerista y patronal, golpear unidos si se puede a la derecha y a sus aliados y, marchar cada uno con su estrategia por separado. Y ahora sí que se imponga el más lúcido. Y por supuesto que la historia de nuestros errores será evaluada y juzgada en algún momento por los que vienen detrás pero que construirán el mañana con parte del material que nosotros les hemos legado.
Por Leopoldo Lavín Mujica
(*) Multitudinarias manifestaciones contra los planes de austeridad se han producido en Grecia y, en Islandia; en un plebiscito realizado la semana pasada más del 90% de los ciudadanos decidieron no pagar la deuda externa contraída con Holanda e Inglaterra y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Es la prueba de la capacidad de resistencia de la ciudadanía a los poderes locales y globales del capital. De ésto no se habla ni debate en los medios chilenos ni en los círculos políticos acostumbrados a arrodillarse ante el poder económico.