Una niña juega a vestirse con la ropa de su madre. Nos mira de reojo. Otra se sumerge feliz en el agua, mientras de lejos adivinamos el cuerpecito de otra niña que se encuentra en una roca, sin que sus pies toquen el agua del río, pensando, quizás, por qué no, soñando. Aquí no existe la infancia color rosa, el juego de las cocinitas, las muñecas Barbie, los cochecitos de paseo. Aquí la niñez se mezcla con la naturaleza, con la importancia de preservar el bosque, de proteger a la familia, de ser parte fundamental de la comunidad y de la aldea.
En el pequeño estado de Meghalaya, uno de los lugares más húmedos del planeta, la mayoría de los pueblos indígenas forman parte de la tribu khasi. Las raíces de estas personas son desconocidas para los historiadores: tienen su propio idioma y son una sociedad totalmente matriarcal. Aquí, tradicionalmente, las niñas tienen una importancia vital tanto en la familia como en la sociedad. Tanto es así, que los hogares donde solo nacen niños varones se consideran poco afortunados.
Pero Karolin Klüppel no quería hacer una simple serie fotográficaretratando la cultura de los khasi, la tribu que cree firmemente que llegaron a la Tierra bajando por una escalera dorada desde la cima del ombligo celestial. Ella pretendía centrar su trabajo en las niñas que un día se convertirán en las mujeres clave de este matriarcado tan especial y visible.
Las niñas khasi no viven a la sombra, no tienen miedo, no se avergüenzande ellas mismas. Sus padres las respetan y reciben un reconocimiento de toda su familia, algo que tristemente no sucede con el resto de mujeres que viven en la India. La falta de respeto a una mujer es sinónimo de daño directo a la sociedad. No se conoce la tradición del matrimonio establecido: divorcios y nuevos matrimonios son totalmente respetados. Cuando un hombre y una mujer de la tribu khasi se enamoran, pueden irse a vivir juntos sin tener que casarse. Incluso hay muchísimas mujeres que deciden vivir solas y tienen el respeto y la admiración por parte de toda la comunidad. Porque el lema de los khasi dice todo sobre ellos y su manera de ser y de vivir: «Let la ka jong, burom ia kiwei» («ámate a ti mismo y respeta a los demás»).
Si una mujer khasi se casa, su marido se tiene que ir a vivir a la casa de su familia, y los niños siempre heredan el apellido de su madre. Un lugar en el mundo donde nacer niña no significa ni desgracia ni vergüenza, sino que es signo de buena suerte, donde confianza y respeto son inseparables al género femenino. Un pequeño rincón en la India de luz y esperanza para niñas y mujeres que podría convertirse en una bonita epidemia y contagiar así al resto del país.