La transición a la plutocracia

Y que veinte años no es nada, y es febril la mirada… El año ’90, con su eterna sonrisa de abuelito bueno, el presidente electo, Patricio Aylwin Azócar, quien también ha sido acusado de golpear las puertas de los cuarteles, recibía la banda presidencial del ¿saliente? militar insigne que nos “salvó” de la barbarie, del […]


Autor: Cesarius

Y que veinte años no es nada, y es febril la mirada… El año ’90, con su eterna sonrisa de abuelito bueno, el presidente electo, Patricio Aylwin Azócar, quien también ha sido acusado de golpear las puertas de los cuarteles, recibía la banda presidencial del ¿saliente? militar insigne que nos “salvó” de la barbarie, del comunismo y del completo caos. La llamaron transición a la democracia…

Hoy, la presidenta saliente, heredera de la política económica del militar aquél, la primera mujer que ha gobernado este país, quien administró el último de los gobiernos de esta era concertacionista, culmina con la que algunos pensamos que ha sido la transición a la plutocracia (preponderancia de los ricos en el gobierno del Estado).

Esta etapa que concertó mucho más que un grupo de partidos por la democracia -entre otras cosas una Constitución inmunda que blindó un sistema electoral hediondo y una justicia “en la medida de lo posible»-, le entrega la banda a un representante de la derecha económica de este país y miembro de la casta que ha sido beneficiada durante toda la historia republicana.

Sería ingenuo pensar que Piñera va a disminuir la brecha entre pobres y ricos, o que, aunque su alianza más lógica fuera con la decé (según argumentan algunos analistas) no tenga que pagar la deuda que tiene con el partido popular de Chile -no se equivoque, no me refiero a uno de izquierda sino a la UDI-, que ha crecido de manera exponencial desde que entró al ruedo político, regalando migajas a las mismas clases que han explotado los Larraín, los Angelini, los Matte, los Errázuriz, los Luksic, los Solari, los Edwards, y otro reducido grupo que usted, quien lee, puede completar haciendo un pequeñísimo esfuerzo.

La política populista que impuso el partido de Jaime Guzmán -el “lúcido” ideólogo de la Constitución del ’80-, con la que seducen a una inmensa mayoría y que asegura los votos que permiten eternizar un sistema que nos oprime mucho más que los bolsillos. También nos ha reducido la mente para convertirla en un pasapelículas de deseos frustrados, empeñada en ‘tener’. Ya es de ilusos pensar en ‘ser’ alguien que se mueva por convicciones y mucho menos, actuar coherentes en busca del bien común, utopías o deseos de un mundo mejor. Ahora pensamos en que “lo que hay es lo que hay” y no tenemos opción sino que tratar de jugar dentro de ese sistema. Pensarlo es cosa de “utópicos soñadores”, como si eso fuera sinónimo de ingenuos o un defecto.

Lo que se viene por delante es más de un Gobierno encabezado por la derecha. Al finalizar los cuatro años, ahora que tendrán que reconstruir el país, nadie les pasará la cuenta por no cumplir con sus inviables promesas de campaña. Ya lo anunciaron ayer, cuando no llevaban ni una hora en el Ejecutivo. Y, acuérdese de mí, en el período final, una avalancha de bonos y remesas, asegurarán la reelección del continuismo.

Aquí estamos, esperando entregarle las llaves a Satán -perdón, quise decir Sebastián-, para que se haga cargo de administrar la billetera que el saliente Andrés Velasco supo dejar llenita y a la orden. Claro que un buen turro de esos billetes se irán en la reconstrucción de Chile, después de semejante movida de la tierra, que nos despertó el espíritu solidario que tenemos dormido y apaciguado sólo para estas ocasiones, porque el resto del tiempo estamos demasiado pendientes de salvarnos a nosotros mismos.

Me decía un amigo hace unos días, que dentro del grupo que hoy se va, no le cabe duda que había mucha gente que tenía la mejor de las intenciones. Pero ya sabemos qué camino está lleno de éstas y hacia dónde nos lleva… o hacia dónde nos llevó, mejor dicho. Aunque hoy, muchas esas personas formen parte del grupo de desencantados que se sintió cada vez más traicionado, conforme pasaron los años.

Yo tengo mis dudas de haber perdido esta elección, pienso que nosotros, los ciudadanos de a pie, somos demasiado ingenuos -en este sentido sí-, y distamos mucho de saber qué tan fino se hila en el mundo del poder (¿Por qué escogieron al peor de los candidatos posibles? Me perdonan, pero aquí me huele a que hay gato encerrado). Pero a fin de cuentas, en realidad, ha sido lo mismo de lo mismo, pero con la validación que le ha dado la tan deseada democracia que nunca llegó -si la entendemos como un modelo participativo en que toda la ciudadanía intervenga en la toma de decisiones.

Deseo profundamente equivocarme. Quiero que el señor Piñera me demuestre el profundo error en el que me encuentro al pensar que terminará por llevar a destino el sistema del egoísmo salvaje, viajando a toda velocidad por el camino que la Concertación pavimentó. Se va la coalición “más exitosa de la historia republicana”, se va el gerente y llega el dueño a hacerse cargo del negocio de la familia (¿o debo decir familias?).

Veinte años duró la nueva transición. La del camino y consolidación de la plutocracia.

Por ConVentilador

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