Los desplazamientos -actuales o potenciales- del poder en el mundo constituyen un animado asunto entre los estrategas de la política y los observadores. Una de las preguntas es si China desplazará (o cuándo) a Estados Unidos como protagonista dominante global, tal vez junto a India. Este cambio provocaría que el sistema mundial volviera a ser algo parecido a como era antes de las conquistas europeas. China e India han experimentado un rápido crecimiento económico y, gracias a que rechazaron las políticas occidentales de desregulación financiera, han sobrevivido a la recesión mejor que la mayoría de países.
Sin embargo, surgen interrogantes. Uno es el referido a la situación de la población. Una medición estándar de bienestar social es el Índice de Desarrollo Humano de la ONU, cuyos datos más recientes corresponden a 2008. India ocupa el puesto 134 -ligeramente por encima de Camboya, y debajo de Laos y Tayikistán-, aproximadamente el mismo sitio que ha ocupado durante años. China se ubica en el lugar 92, empatado con Belice, un poco por encima de Jordania y por detrás de la República Dominicana e Irán. India y China tienen mucha desigualdad, así que más de mil millones de sus habitantes caen todavía más en la escala.
Otra preocupación es la deuda de EEUU que, se teme, coloque al país bajo el yugo de China. Aparte de un breve interludio, desde hace mucho Japón ha sido el principal poseedor internacional de deuda del Gobierno estadounidense. Además, el estancamiento de los prestamistas está sobrevalorado.
En una dimensión, la del poder militar, EEUU se yergue completamente solo. Y Obama está imponiendo niveles históricos con su presupuesto militar. Casi la mitad del déficit estadounidense se debe al gasto militar, intocable en el sistema político.
Al considerar los otros sectores de la economía estadounidense, el premio Nobel Joseph Stiglitz y otros economistas advierten de que debemos cuidarnos del «fetichismo deficitario». El déficit estimula la recuperación y puede superarse con una economía al alza, como sucedió después de la II Guerra Mundial, cuando el déficit era mucho peor. Respecto a la deuda, se espera que crezca, debido principalmente al ineficiente sistema privatizado de cuidado de la salud -también virtualmente intocable, gracias a la habilidad de las empresas de superar la voluntad pública-.
Sin embargo, el marco de estas discusiones es engañoso. El sistema global no sólo es una interacción entre estados donde cada uno busca cierto «interés nacional» ajeno a la distribución del poder en el interior del país.
Esto se ha entendido desde hace mucho tiempo. Adam Smith concluyó que los «principales arquitectos» de la política en Inglaterra eran los «comerciantes y manufactureros», quienes se aseguraban de que sus propios intereses fueran «atendidos de la forma más peculiar», sin importar sus «penosos» efectos sobre los demás, incluyendo el pueblo inglés. La máxima de Smith sigue siendo cierta, aunque actualmente los «principales arquitectos» son las corporaciones multinacionales y, particularmente, las instituciones financieras, cuya participación en la economía se ha disparado desde los años setenta.
En Estados Unidos hemos visto un ejemplo espectacular del poder de las instituciones financieras. Durante la última elección presidencial, aportaron el núcleo de la financiación del presidente Obama. Naturalmente, esperaban ser recompensados, y así fue, con los Programas de Alivio de Activos en Problemas (TARP) y con mucho más. Por ejemplo, Goldman Sachs, la firma más dominante en la economía y el sistema político, hizo una fortuna vendiendo títulos respaldados por hipotecas e instrumentos financieros más complejos. Conocedora de la fragilidad de los paquetes que ofrecía, la compañía aceptó apuestas con la gigantesca aseguradora American International Group de que las ofertas iban a desplomarse. Cuando el sistema financiero colapsó, AIG también se vino abajo.
Los arquitectos de la política, gente de Goldman, no sólo negociaron un paquete de rescate para Goldman, sino que también lograron que los contribuyentes salvaran a AIG de la bancarrota, rescatando también por esa vía a Goldman. Ahora Goldman está registrando ganancias históricas y pagando voluminosos bonos. Junto con algunos otros bancos importantes, es más grande y fuerte que nunca.
El pueblo está furioso. La gente puede ver que los bancos que fueron agentes principales de la crisis están prosperando enormemente, mientras que la población que los rescató se enfrenta a un desempleo de casi el 10%. El descontento popular finalmente evocó un cambio de retórica de la Administración, que respondió acusando de codiciosos a los banqueros y formulando algunas sugerencias políticas que a la industria financiera no le agradan (la Regla Volcker y otras propuestas).
Dado que se suponía que Obama iba a ser su hombre en Washington, los principales arquitectos del poder perdieron poco tiempo antes de lanzar sus instrucciones: a menos que Obama se alineara nuevamente, enviarían sus fondos a la oposición política. En pocos días, Obama informó a la prensa de que los banqueros eran buenos tíos, singularizando a los dos principales, JP Morgan Chase y Goldman Sachs: «Al igual que la mayoría de los estadounidenses, no tomo a mal la riqueza o el éxito de la gente. Es parte del sistema de libre mercado» -del modo en que se interpretan los «mercados libres» en la doctrina del capitalismo de Estado-. Ese cambio radical de Obama es una fotografía reveladora de la máxima de Smith en acción.
Los arquitectos de la política también están operando un verdadero cambio de poder: el de la fuerza mundial de trabajo al capital transnacional. Martin Hart-Landsberg, economista y especialista en China, explora la dinámica. China se ha convertido en la planta ensambladora de un sistema de producción regional. Japón, Taiwán y otras economías asiáticas desarrolladas exportan a China partes y componentes de alta tecnología, donde se ensamblan y exportan los productos terminados.
El creciente déficit comercial de EEUU con China ha generado preocupación. Se ha hablado menos de que este se ha reducido marcadamente con Japón y el resto de Asia conforme toma cuerpo el nuevo sistema de producción regional. Las manufactureras estadounidenses están siguiendo el mismo camino, enviando partes y componentes a China para que esta ensamble y exporte, en su mayoría de regreso a EEUU. Para las instituciones financieras, comercializadoras gigantes de venta minorista y los dueños y gerentes de industrias manufactureras, estos desarrollos son celestiales.
Y bien entendidos. En 2007, Ralph Gomory, director de la Fundación Alfred P. Sloan, declaró ante el Congreso que «en esta nueva era de globalización, los intereses de las empresas y los países han divergido. En contraste con el pasado, lo que es bueno para las empresas globales estadounidenses ya no es necesariamente bueno para los estadounidenses».
Examinemos a IBM. A finales de 2008, más del 70% de los 400.000 trabajadores de la empresa estaba en el extranjero, según la revista Business Week. En 2009, IBM redujo su nivel de empleo en EEUU otro 8%. Para la fuerza de trabajo, el resultado podría ser «penoso», según la máxima de Smith, pero es bueno para los principales arquitectos de la política.
Las investigaciones actuales indican que aproximadamente una cuarta parte de los empleos estadounidenses será extranjerizado en dos décadas, y los que queden se enfrentarán a beneficios y sueldos menores debido a la mayor competencia de los trabajadores reemplazados. Este patrón sigue a 30 años de estancamiento o desplome para la mayoría, mientras la riqueza fluye hacia pocos bolsillos, llevando probablemente a la mayor desigualdad de la historia estadounidense.
Pese a que China se está convirtiendo en la ensambladora y plataforma de exportaciones del mundo, los trabajadores del país están sufriendo junto al resto de la fuerza laboral mundial, como sería de prever en un sistema diseñado para concentrar riqueza y poder y para que los trabajadores compitan entre ellos globalmente. En el mundo, la participación de los trabajadores en el ingreso nacional se ha reducido en muchos países -de manera radical en China-, generando una inestabilidad creciente en esta sociedad altamente desigual.
Así que tenemos otro cambio importante en el poder mundial, de la población general a los principales arquitectos del sistema global, proceso asistido por el socavamiento de la democracia funcional en los países más poderosos. El futuro depende de cuánto esté dispuesta a soportar la gran mayoría, y si se puede desarrollar una respuesta constructiva que confronte los problemas en el centro del sistema capitalista de estado de dominación y control. De lo contrario, los resultados podrían ser tétricos, como lo revela más que abundantemente la historia.
Por Noam Chomsky
Distribuído por The New York Times Syndicate.
Fuente: Público.es