Hay veces que el arte puede ser nuestro único medio de escape ante la vida que llevamos. Hay personas que han encontrado en la expresión creativa una forma de purgar sus demonios y redimirse ante las situaciones que han tenido que vivir. Para la fotógrafa estadounidense Melissa Splitz, la fotografía se convirtió no en su medio de escape, sino en la forma de afrontar una realidad que la consumía desde niña. Cuando tenía seis años, la madre de Melissa, Deborah, fue diagnosticada con trastorno bipolar. Crecer con una madre que sufre de bipolaridad no es nada sencillo, pero según la fotógrafa es aún más difícil crecer con su madre mientras desarrollaba simultáneamente un problema de alcoholismo.
Por eso, desde que su pasión por la fotografía la atrapó en la universidad, época en la que su padre se divorció de su madre y su hermano se convirtió en una persona distante, Melissa fue el único soporte para su madre. Con aproximadamente 20 años tuvo que hacerse cargo de la persona que le dio la vida. Fue entonces cuando comenzó a retratarla.
Al principio era un ejercicio que le permitía huir de lo que sucedía, poner una barrera entre ella y su madre, la cámara se convertía en un objeto que separaba el espacio y convertía a Melissa en un espectador y no en alguien presente en la situación. Pero poco a poco su guarida se convirtió en el vínculo que comenzó a sanar la relación entre las dos mujeres. Las fotografías formaron parte de su relación y desde entonces Splitz no acompaña a su madre sin su cámara.
El desorden bipolar era algo que la fotógrafa no veía como una serie fotográfica, simplemente lo hacía por la relación que se creaba a través de ésta con su madre; pero después de conocer el trabajo de fotógrafos como Richard Billingham, Nan Goldin y Tierney Gearon se dio cuenta que el trabajo con familiares centrado en un tema como ese era algo que sí interesa al público.
Fotografías que fuera de contexto parecen simples, pero al ser expuestas con el trastorno que sufre la madre de Melissa se convierten en imágenes desgarradoras, en relatos de situaciones que no vemos pero imaginamos debido al ojo de la artista que sabe retratar la verdadera cara de la situación, la cara siempre voluble y frágil del trastorno bipolar.
Poco a poco la relación entre ellas se ha vuelto dependiente de la cámara. La fotógrafa recuerda una de las visitas al hospital que tuvo que hacer porque su madre había tenido un accidente automovilístico, y su madre le pedía ser fotografiada. Melissa no quería, no podía seguir usando a su madre como objeto para su propio bien. Fue entonces cuando se dio cuenta que su madre también lo necesitaba, ese objeto que rompía el cuarto en dos y creaba una distancia entre ella, ahora era lo que las conectaba más que nunca y Deborah también lo sentía. Una relación rota desde la infancia comenzaba a curarse por medio del arte.
Melissa Splitz continuará trabajando con los desordenes mentales y espera que la relación con su madre sirva para difundir que quienes sufren estas enfermedades son personas que necesitan apoyo y comprensión. Algunas de las imágenes que la fotógrafa comparte son desgarradoras, pero necesarias para mostrar la vida de quienes padecen el trastorno bipolar. Muestran que no existe una sola forma de vivir y lidiar con esta situación.
Vía: http://culturacolectiva.com