La Campaña de la Fraternidad de este año, ahora ecuménica, va a proponer que los millares de comunidades cristianas, parroquiales y de base discutan el tema: Economía y Vida, tema central debido a la crisis económica mundial que ha dejado mas de 60 millones de personas desempleadas.
Se trata de rescatar el sentido originario de la economía como la actividad destinada a garantizar la base material de la vida personal, social y espiritual. Ella no puede ocupar todos los espacios como ha ocurrido en los últimos decenios. La sociedad mundial se volvió una sociedad de mercado y todas las cosas, desde el sexo a la Santísima Trinidad se volvieron mercancías con las cuales ganar dinero. La economía forma parte de un todo mayor.
Para facilitar la comprensión, distingo tres espacios de la actividad humana, uno de los cuales es ocupado por la economía. En primer lugar, somos seres de necesidad: necesitamos comer, beber, tener salud, habitar, y otros servicios. En estos asuntos, todos dependemos unos de otros para atender a esa infraestructura. Es el campo de la economía. En segundo lugar, somos seres de relación:
Colaboramos con los otros, instauramos derechos y deberes, observamos leyes y juntos construimos el bien común. Es el lugar de la política. Por último, somos seres de creación: cada persona posee habilidades, no sólo reproduce lo que esta ahí sino que crea, ejerce su libertad y hace que la sociedad avance. Es el ámbito de la cultura. Todas se entrelazan, aunque haya conflictos que no invalidan esta estructura básica.
Vamos a concentrarnos en un capítulo fundamental de la economía que es el uso del dinero. Al principio no había dinero sino trueque: yo te doy un kilo de arroz y tu me das tres botellas de leche. Reinaba la relación directa y la confianza en que los trueques eran justos. Pero al sofisticarse la sociedad, entró el dinero como medio de trueque. Y ahí surgió un peligro, porque dinero significa poder que obedece a esta lógica: «quien no tiene, quiere tener; quien tiene, dice: quiero tener más; y quien tiene más, dice: nunca es suficiente».
Entonces surge la posibilidad de ganar sin trabajar, el dinero haciendo dinero. Pero el dinero tiene tres usos legítimos que son: comprar, economizar y donar. El dinero para comprar es necesario para el consumo de lo que necesitamos. Aun así siempre debemos preguntarnos: ¿compro porque lo necesito o sigo la propaganda o la moda? ¿el fabricante explota a los trabajadores? ¿al producir respeta los derechos humanos y la naturaleza o usa demasiados pesticidas? Este dinero es para el hoy.
El segundo uso del dinero es para economizar. Es algo para el mañana. No sabemos las vueltas que da la vida: enfermedad, desempleo, pensión insuficiente. Muchos ni siquiera consiguen economizar, consumen todo en su supervivencia. Pero si sobra, ¿dónde poner ese dinero?
Dejarlo bajo el colchón es dinero muerto que no produce nada. Aquí surgen los bancos, que guardan el dinero. Lo hacen rendir, al prestarlo a quien quiere producir y no dispone de capital propio. Éste recibe el dinero como préstamo pero lo hace rendir en la producción, paga intereses al banco y una parte pasa al dueño del dinero. Una persona consciente quiere saber a quien se presta su dinero: ¿para construir armas, para apoyar empresas que destruyen la naturaleza? Extraordinaria ha sido la decisión de Bangladesh y de Brasil de crear el microcrédito para apoyar a pobres que quieren producir.
El tercer uso del dinero es para donar. El dinero no es para acumularlo sino para hacerlo circular. Si atiendo de manera suficiente y decente mis necesidades, si tengo economías que me dan cierta tranquilidad para el futuro, si tengo garantizado el bienestar y cierto futuro para la familia, la donación es un gesto de gran desprendimiento. Expresa la gratitud por el don de la vida, de la salud, del amor recibido de los otros. Es altamente ético donar para los flagelados de Haití, para apoyar proyectos de lucha contra la prostitución infantil, o guarderías para las poblaciones de la periferia. Y ahí sentimos que al dar recibimos la alegría impagable de haber hecho el bien y de haber amado a los otros.
Por Leonardo Boff