Mucho se ha escrito sobre los problemas económicos, ambientales, sanitarios, laborales y legales que le ha tocado enfrentar a la industria salmonera en Chile. En parte por una visión maniquea de los involucrados es difícil poder discernir la paja del grano. Esto al menos se evidencia de la cobertura de los medios de comunicación, quienes replicando el principio de la neutralidad noticiosa indagan escasamente el problema de fondo centrando la discusión en la disyuntiva entre intereses opuestos. Ante la opinión pública este es otro conflicto más de suma cero entre “desarrollistas” y conservacionistas.
Gran parte del problema a mi juicio se origina al considerar a especies como recursos y a los recursos como commodities. Visualizar los problemas ambientales y o laborales como daño colateral al desarrollo es una tesis en franco descrédito. Otro error conceptual (Berrios way), con el que generalmente se intenta confundir a la opinión pública, es contraponer el interés social con el ambiental. Un manejo ambiental irresponsable no sólo puede afectar a un ecosistema en particular; la naturaleza de un daño sistémico repercute y se extiende sobre la dimensión social, ambiental y económica más allá del origen y condiciona la comprensión a un análisis global de la situación. Por más entrenados en el distanciamiento analítico el caso es que somos parte del medio ambiente y su suerte nos afecta en forma directa.
Una crisis de esta magnitud repercute en actividades productivas diversas partiendo por la causante y lo que es peor, compromete el valor intrínseco y futuro de aquello que se daña. Es por esto que la problemática de la industria salmonera no se puede medir en unidades discretas: no se reduce solamente al virus ISA y a un empujón crediticio. Para entender los riesgos de tropezar dos veces con la misma piedra hay que rebobinar un poco e intentar iluminar los resquicios.
Ahora, con un sentido de urgencia inédito, que nada tiene que ver con el reciente sismo, sino con la necesidad de contar con fondos frescos para re potenciar la industria salmonícola, se acaba de aprobar la nueva Ley General de Pesca y Acuicultura. Seis meses bastaron para su discusión y despacho, sus alcances los mediremos en años. Se aprobó entre gallos y medianoche, ni el terremoto, capaz de frenar ventas de acciones, pudo aplacar las ansias de algunos. Justo un día antes del cambio de mando, con el telón abajo y el sigilo de las sombras se fue una nueva Ley cubierta por la infamia.
CHILE EN VITRINA
Una vez oí a Zurita decir que no es que los chilenos no tengamos identidad, lo que pasa es que no nos gusta. Si hay algo idiosincrático en nosotros es el placer que nos embarga cuando se habla de nosotros en el extranjero, claro que sólo cuando lo que oímos son halagos. A partir del año 2000 se sucedieron numerosos estudios científicos, publicaciones de ONG’s en Chile e informes de instituciones sanitarias de EEUU y del Reino Unido, y de la OCDE que advirtieron de los riesgos y denunciaron los abusos que estaba incurriendo la industria del salmón en Chile. En respuestas nuestras autoridades y el sector en cuestión desmerecieron todos y cada una de las denuncias, catalogándolas poco menos que una afrenta. En su confianza ciega estuvo su perdición.
Resulta visionario el informe del 2007 de las Comisiones de Pesca y Acuicultura y de RRNN que indagaron las denuncias laborales y ambientales que ya se acumulaban. Tres años mediante sus conclusiones son esclarecedoras: “una industria joven, con sólo 20 años de existencia, y que haya logrado en este corto plazo el liderazgo mundial que hoy ostenta, ha implicado asumir costos, que se han traducido en acusaciones laborales y medioambientales” (…), “hoy la industria trabaja con estándares mundiales de altos niveles de exigencia, determinados por los modernos mercados a los cuales llega”.
En lo que vendría siendo una más de las innumerables crónicas de una muerte anunciada por sobredosis de autocomplacencia, la industria se fue al carajo, los trabajadores a sus casas y muchas plantas y balsas fueron abandonadas como pueblos fantasmas (ni siquiera se dieron el trabajo de recoger sus mugres).
Pero las infamias y campañas de desprestigio, a juicio de los afectados, ya no se circunscriben sólo a las denuncias de Océana, Terram o Ecoceános, no es un artículo del New York Times o el informe Ellis, ni los berrinches de los pescadores artesanales los que podrían enfurecer a la Industria y desatar la ira de algún ministro. Ahora un artículo en el Policy Forum de la revista Science -la más importante revista científica junto a Nature– nos pone en la palestra. En el reciente número del 12 de febrero, Smith et al. catalogan a la salmonicultura chilena como modelo mundial de lo que no se debe hacer y responsabiliza a la carente previsión de la institucionalidad nacional al desoír todas las alarmas. Son enfáticos en apuntar a la crisis como un ejemplo de las consecuencias que conlleva una expansión en la producción acuícola sin una institucionalidad efectiva en la protección del medio ambiente.
Pero no se nos compara con estándares del primer mundo, no es Noruega o EEUU la vara, se nos compara con México; su cultivo de langosta constituye un ejemplo de cómo una adecuada política y una acuicultura sustentable logra magníficos resultados. Y no es de extrañar si su ordenamiento ya nos aboca a sus prioridades: Ley General de Pesca y Acuicultura Sustentable. Sólo como muestra uno de los objetivos de su Ley: “Establecer las bases para la ordenación, conservación, la protección, la repoblación y el aprovechamiento sustentable de los recursos pesqueros y acuícolas, así como la protección y rehabilitación de los ecosistemas en que se encuentran dichos recursos;” ¡Viva Méjico…..!
Pero no es el único medio que nos tiene en vitrina en febrero, a mí en lo personal me provoca orgullo pero también vergüenza. La revista National Geographic -leída mensualmente por más de 35 millones de personas y presente en 165 países- nos tiene en portada: “Deshielo en el fin del mundo”. En medio de fotografías hermosas de ríos, glaciares y cordilleras nubladas se cuelan nuestras postales de exportación. En su análisis centrado en el deshielo de los glaciares de la Patagonia y en lo recóndito y lábiles de nuestros fiordos no podían dejar de mencionar en tono afligido nuestro comportamiento ambiental. Una de las revistas más leídas en el mundo es lapidaria: “Las compañías de criadores de salmón llegaron a Chile porque los fiordos estaban intactos. Ya no es así”.
Al igual que en Science se acusa a los métodos y prácticas de cultivos de la propagación del ISA. Revela que la solución a la que han llegado los criaderos de salmones es moverse más al sur, precisamente a los fiordos que permanecían prístinos. También divulga lo poco que duró la iniciativa de proteger una gran área de campos de hielos y un conjunto de parques y reservas nacionales de Aysén y Magallanes como Patrimonio de la Humanidad de la Unesco (millones de hectáreas en total). Era demasiado bueno para ser verdad, finalmente, por intereses “superiores”, sólo se postulará el Parque Nacional Torres del Paine. Me quedo con uno de sus últimos párrafos: “…el riesgo es la falta de conciencia, el olvido de que lugares como la Patagonia chilena no pueden sobrevivir sin protección”.
LAS PLAGAS DEL APOCALIPSIS
Cuando uno lee que el presidente de Salmón Chile Cesar Barros acusa a desastres “naturales” como el ISA, las mareas rojas o los “piojos de mar” de la debacle financiera sin un ápice de autocrítica, uno se enoja, reacciona. Huelga también aclararle al ex senador Romero que pregonar que nadie es responsable es lo mismo que decir que todos lo somos. Más allá del origen, que en el caso del ISA puede ser foráneo, su propagación se relaciona directamente con el hacinamiento, la eutroficación y las depleciones de oxígeno. Estos no son fenómenos exógenos o “naturales”. Es lo mismo que pasa con cualquier pandemia: dependerá de nuestras costumbres, de los programas sanitarios y del control de la enfermedad, el cómo y cuantos se contagien. Qué hablar del círculo vicioso de -más antibióticos- más resistencia -más antibióticos; por qué lo repetido majaderamente por los doctores sobre lo nocivo de la automedicación de antibióticos no es aplicable a los salmones.
El caso de la marea roja es más paradigmático aun. Si bien la marea roja tiene orígenes naturales también puede extenderse o proliferar gracias a la acuicultura. Los niveles de nutrientes son gigantescos cercano a las balsas jaulas y los nutrientes son limitantes para este tipo de fenómenos. Algunos afectan directamente a quien lo causa (salmones), otros tienen consecuencias devastadoras en la economía y salud de miles de personas. Antes del 2002 no existían registros de VPN (veneno paralizante de mariscos) en la Isla de Chiloé, ese año, ante la perplejidad de los Chilotes, llegó la marea roja para quedarse.
El año recién pasado -no será un poco tarde- Sernapesca inició el plan de vigilancia para controlar plagas hidrobiológicas, en ese marco detectaron altísimas concentraciones de Alexandrium catenella (principal dinoflegelado responsable del VPN) en los botes (well boats) que trasladan peces vivos desde Aysén a Chiloé. En gran parte de los casos, la crianza de los juveniles (smolts) se produce en zonas abiertas de las regiones australes para luego ser remolcados en botes jaulas. Es como si trasladaran inmigrantes hacinados dentro de un camión desde una región con fiebre porcina y al llegar no se le tomara ni la patente. Y se preguntan de donde y cómo llegó la marea roja a la X región. Al intentar comprender los procesos naturales y la dinámica de los ecosistemas es absurdo hablar de casualidad, cuando de lo que se trata es pura y simple causalidad.
Ahí están las publicaciones que denunciaron el uso y abuso de antibióticos, las que demostraron que los peces silvestres de la zona están contaminados con antibióticos. Que la biodiversidad de los fondos de algunos fiordos se ha reducido más de la mitad y que el nivel de desechos flotantes es descabellado. Ahí están los informes sobre el desastre ecológico de los salmones escapados y su impacto en la pesca artesanal (pero ellos no pueden pescar ni vender un salmón, se van presos por robo). Unos cuantos científicos chilenos publicaron sobre los riesgos, los menos.
En esto no se puede soslayar el nulo papel político que asume la comunidad científica en Chile, es su gran y recurrente pecado de omisión. Está bien escribir papers pero los fondos públicos o el financiamiento privado para la investigación no pueden subordinar un silencio cómplice. Los esfuerzos estuvieron dirigidos más en cómo incrementar la producción, acelerar el crecimiento y potenciar los atributos que a analizar el comportamiento ambiental y sanitario de la industria.
Por otro lado existe una indiferencia casi absoluta del los actores políticos para con los antecedentes técnicos o las evidencias científicas. Se los convoca, se los escucha y al final se los ignora. Los ejemplos son muchos y exceden el análisis. Baste con ahondar en el deterioro del stock de la merluza merced a la indiferencia de las recomendaciones del IFOP por parte de la Subpesca, quienes arrastrados por las calamidades sociales y operacionales esgrimidos por los Consejos Zonales terminan privilegiando a la pesquería industrial. Pese al inminente colapso de la merluza se sigue corriendo el tejo. Otro ejemplo trágico y reciente es el paper de Ruegg et al. publicado el año 2009 que predecía con exactitud milimétrica la ubicación y magnitud del terremoto. Si bien no definía una fecha exacta, a los responsables no les bastó con inminente.
25 AÑOS DE GRACIA RENOVABLES
Hoy la industria debe más de US$ 2.000 millones y qué hace el Ejecutivo: desarrolla un plan que permitirá a las salmoneras, mediante una garantía gubernamental del 60%, adquirir créditos por hasta unos US$ 450 millones (me pregunto a qué tasa, y si no pagan pagamos todos, tal cual). Y para el resto de la deuda están las hipotecas a bienes de todos los chilenos. ¡Capitalistas con las ganancias y comunistas con las pérdidas!
Pero no se puede culpar todo el tiempo a los intereses salmoneros, ellos solamente defienden lo suyo; actuaron y actuarán de acuerdo a los márgenes que les brinda la legislación. Ni las advertencias previas, ni las denuncias laborales, ni las sugerencias científicas ante una crisis en ciernes lograron despercudir a los legisladores y a las autoridades respectivas para regular una industria descontrolada. Al igual que en los grandes escándalos financieros que hemos visto en el mundo recientemente, toda vez que las cifras brillan en las cúspides parecen anestesiar todo afán fiscalizador. Tuvieron que ser los propios frenos naturales los que asestaran un parelé a tamaño descriterio. Ahora, cuando el negocio se cae a pedazos, cuando se han despedido a miles de compatriotas, cuando los bancos presionan por su plata y los salmoneros exigen y coaccionan al gobierno con los obreros en la mano, ¡ahora! es cuando el Congreso se pone las pilas para rescatar a la industria.
Y bueno, puede que sientan el deber de ayudar a una industria en dificultades, no tendría nada de malo si no se comprometieran fondos y bienes públicos o si se asegurara que las cosas de ahora en adelante serán distintas: que internalizaron el concepto de capacidad de carga, que ahora en más se aplicará bioremediación o policultivos para hacerlos más sustentables y que con años de retraso leerán con atención al profesor Buschmann, que se dejarán de usar antibióticos prohibidos y a destajo y que se trasladarán los smolts en barcos cerrados y que a partir de ahora se tratará como seres humanos a las trabajadoras de las plantas de proceso y a los buzos. De lo contrario esta crisis no será más que un paréntesis financiero dentro de un continuo desastre. No sé, pero casi oigo a la distancia a los salmoneros decirnos: ¡Tan largo me lo fiáis!
Esta es buena: cuando los bancos sugirieron como garantía el patrimonio personal de los inversionistas salmoneros como prueba de la confianza en el negocio estos pusieron el grito en el cielo: cómo iban a hipotecar la casa en Cachagüa, el fundo, sus acciones en otras empresas, la casa en La Dehesa, la Land Rover. Y no lo digo con resentimiento pero es verdad, para qué arriesgar su patrimonio si pueden usar el nuestro. Todos seremos avales y digo todos porque podrán hipotecar bienes de uso público. La modificación a la Ley General de Pesca y Acuicultura que acaba de ser despachada por la Cámara crea la concesión acuícola de 25 años y consolida la calidad de indefinida a las ya existentes.
Estos plazos las convierten en sujetos de garantía para los bancos, es decir, son una prenda que se comporta como hipoteca, se transa como hipoteca pero no es hipoteca. Si no son cancelados dichas deudas o el beneficiario no es capaz de explotar su concesión, el banco puede enajenar ese derecho. Entonces se crea un mercado y cuando hay mercado -sobre todo de este tipo actividades- se genera especulación, basta mirar los derechos de agua en la agricultura. Un paréntesis relacionado a esto último: se acaba de aprobar el proyecto, -pese a la muralla de la alianza- que restablece a las aguas como bien nacional de uso público. Resulta ilustrativo que mientras se busca restituir derechos enajenados en dictadura se intente afanar derechos en plena democracia. Como decía un post a un artículo afín, pueda ser que mis hijos sean testigos mañana de la re-nacionalización del mar.
Las polémicas normas laborales que contemplara el proyecto se fueron morigerando para calzar con el molde de la banca. A las causales de caducidad de por si irrisorias: 3 sentencias por prácticas antisindicales en 6 años (por fortuna se eliminó el salvoconducto por conducta irreprochable con posterioridad a las sanciones), se sumaron multas (las famosas multas millonarias de $2). Como lo hipotecable es un derecho a explotación y no el fondo marino ni la columna de agua, es decir, es una actividad fantasma en un mundo invisible, no son responsables de algún daño en un medio que no es de su injerencia, a lo más arriesgan la renovación de la concesión.
No hay penas ni multas para sus “pasivos ambientales” y la caducidad aplica en el caso que se comporten como Mr. Burns. Sólo si son capaces de tener más de la mitad de los informes ambientales negativos se las quitan; en rigor, se podría contaminar (ser pillados) y evaluados negativamente 12 de los 25 años de concesión y no pasa nada. En resumen, se les está dando 25 años de gracia renovables. Por otro lado la nueva Ley exige un esfuerzo fiscalizador que no se tiene. No se tuvo antes porqué asumir que se tendrá ahora, ¿o acaso se triplicará el presupuesto para este item?
La pregunta del millón, es qué pasará ahora con el nuevo Subsecretario de Pesca (otro premio de consuelo por la no reelección), cuál será su huella y su política. El Sr. Pablo Galilea, aquel que defendió a brazo partido a la industria salmonera de los ataques internacionales y que aseguró que cumplía con estándares internacionales, aquel que tiene familiares dueños de salmoneras y que votó en contra del fin de la pesca de arrastre y a favor de la nueva Ley privatizadora será quien guíe hoy el devenir de nuestro mar de ¿futuro esplendor? Al menos tendrá un problema menos, la suerte está echada para la nueva Ley.
MIGUITAS DE CONCIENCIA
Para mí este es un problema ético además de político y económico -pobre ética, me dice un amigo, que la convocan cuando todo lo demás esta podrido-. ¿Es ético despojar a otras actividades de su potencial desarrollo?, ¿contratar a tanta gente (en algunos casos sometidos a prácticas esclavizantes) para cuando las cosas vienen mal despojarlas de su posibilidad de trabajo (cuanta gente migró y ahora está varada)? ¿Es ético llenar de desechos fondos, fiordos, costas y canales, dañar un ecosistema único?
Si ya no estamos en el tiempo de las salitreras; casi 50 años le costó a Iquique reponerse del saqueo y despedida. ¿Sabemos nosotros cómo se comportarán nuestros hijos, qué país querrán construir, qué decidirán con sus recursos? ¿Por qué nosotros vamos a coartar su futuro discernimiento? ¿Tenemos que ser tan acaparadores? Ya de por sí es contrario a todo lógica emanada en la seguridad alimentaria y en el hecho incontrastable del colapso mundial de las pesquerías que se utilicen 5 kilos de pescado para producir 1 kilo de salmón. Energéticamente es un despilfarro.
¿Cuál es el tan mentado desarrollo que hasta ahora trajo esta actividad para la zona?: 4 x 4 desplegadas por todo Quellón, bocados de sushi en las mesas de Santiago ¿Qué es lo que entendemos por desarrollo? ¿Tener mucho (en la mayoría de los casos solo suficiente) para después no tener nada? ¿Acaso trajo más y mejores colegios?, ¿más investigación o apoyo a otras actividades para cuando no estuvieran los salmones?
Es una idea de desarrollo la que se ha enquistado en nuestra alma nacional. Es la idea del ganar a toda costa la que expone sus escombros cada tanto. Cuando el valor de las cosas se reestablece y la naturaleza nos desnuda, nos vemos frágiles, ya no podemos ocultarnos en la soberbia, ni oponer a la generosidad la vanagloria. En la medida que no nos percatemos de la fragilidad excelsa de cada criatura y de la fuerza y riqueza de nuestro entorno, volveremos a fallarnos y confortarnos, una vez más, con las ropas del emperador para pavonearnos a la vista de todos convencidos de nuestra superioridad, hasta que nuevos toques de gongs nos exhiban tal cual somos.
En un mundo (1er mundo que es el destino de nuestras exportaciones) cada vez más consciente de la huella ambiental y laboral de los productos y mucho más atento sobre la inocuidad de los alimentos que consume, no es llegar y hacerse los lesos o los ofendidos. El mundo nos mira con asombro. Más aun, las repercusiones globales de nuestros ecocidios pueden desaliñar uno de los objetivos del nuevo Ministro de Hacienda, a saber, “posicionar la marca Chile”. Si no les preocupa convencernos a nosotros de sus nuevos métodos e intenciones, tienen que convencer al mercado mundial y estos no responden a la lógica de los hechos consumados como nosotros.
El futuro de la industria salmonera en Chile depende de una voluntad real para cambiar las bases que originaron su crisis. Pero alguien podría dar fe de esa voluntad al ver las prebendas y privilegios que exigiera la industria, al presenciar su fuerte lobby y la posterior genuflexión del Congreso ante los acordes de la bancada salmonera. La crisis no se resolverá con la nueva Ley, ni con una inyección de capital, menos aun matizando las exigencias ambientales y laborales o tildándolas de obstáculos para la recuperación. No son estúpidos, mentirosos o criminales quienes critican o denuncian las malas prácticas de la industria, tampoco es excusa aprovecharse de la manga ancha® que tiene la institucionalidad.
Como reza un adagio chino es tan simple como esto:
“Si no desviamos nuestros pasos probablemente acabemos donde nos dirigimos”
Por Nesko Kuzmicic