Goodwell Nzou es un estudiante en biociencias moleculares y celulares en Carolina del Norte (Estados Unidos). Su origen es el Zimbabue rural y cuando mataron al león Cecil y vio la reacción en Estados Unidos no pudo sino escribir una carta al New York Times. Estos son algunos de sus párrafos:
Mi mente estaba absorta en la edición genética bioquímica cuando los mensajes de texto y posts de Facebook llamaron mi atención: “Lo siento por Cecil”, “¿Vivía Cecil cerca de tu lugar en Zimbabue?”.
¿Cecil quién?, me pregunté. Cuando descubrí que era un león matado por un dentista americano, el chico de aldea que hay en mí lo celebró: un león menos para amenazar familias como la mía. Sufrí la confrontación cultural más grande en los cinco años que llevo estudiando en los Estados Unidos. ¿Todos esos estadounidenses entendían que los leones matan personas? ¿Entendían que eso de que Cecil era “amado” y el “favorito de los lugareños” era todo cosa de los medios? ¿Jimmy Kimmel hizo sus críticas por un león asesinado o porque lo confundió con Simba?
En mi pueblo de Zimbabue ningún león ha sido amado nunca ni ha tenido un nombre cariñosos. Son objetos de terror. Cuando tenía 9 años un león mató a varias gallinas y cabras. A partir de entonces se acabó jugar al exterior y mi padres y hermanos mayores iban a buscar leña juntos y armados con machetes y hachas.
Una semana más tarde supimos que mi tío había sido atacado y, afortunadamente, sólo tuvo una lesión en una pierna. El león empeoró la vida en mi aldea. Ya nadie socializaba alrededor de hogueras por la noche ni nadie se atrevía a andar a casa del vecino.
Cuando mataron al león a nadie le importo si lo hizo alguien local o era un trofeo de un hombre blanco, si se hizo de forma legal o ilegal. Danzamos y cantamos para celebrar haber vencido a la espantosa bestia.
Hace poco, un chico de 14 años tuvo menos suerte. Dormía con su familia al aire libre, como se hace para proteger las cosechas de rinocerontes, búfalos y elefantes, y un león lo mató. La muerte de Cecil tampoco ha cosechado muchas simpatías en el Zimbabue urbano. Pocos han visto un león o se preocupan por la caza de los ricos, cuando ellos cobran 150 dólares al mes.
No me malinterpretéis: para la gente de Zimbabue los animales salvajes tienen un significado casi místico. Pertenecemos a clanes, y cada uno tiene un animal sagrado que nunca comerá y cazará. El mío, por ejemplo, es el clan Nzou. No tocamos la carne del elefante, sería como comerse a un pariente. Pero ese respeto no nos hace evitar que alguien los cace. Estoy familiarizado con los animales salvajes. Yo perdí mi pierna derecha por el ataque de una serpiente.
La tendencia de hacer de los animales algo romántico y darles nombres nos parece a la gente de Zimbabue un circo absurdo. 800 leones se han matado de forma legal en Zimbabue en la última década.
PETA pide que se ahorque al cazador. Y muchos americanos que no sabrían poner Zimbabue en un mapa aplauden que se quiera extraditar al dentista, mientras ignoran que en el banquete del aniversario de nuestro presidente se mató a una cría de elefante.
La gente de Zimbabue nos preguntamos por qué los americanos se preocupan más por los animales africanos que por la gente de África. No nos digáis qué hacer con nuestros animales cuando prácticamente habéis extinguido a vuestro león de montaña, el puma. No lloréis porque desforestamos la jungla, cuando las vuestras las habéis hecho de asfalto.
Y, por favor, no me deis las condolencias sobre Cecil a menos que también vayáis a dármelas por los aldeanos muertos por culpa de los parientes de Cecil, o por la violencia política [Zimbabue es una dictadura muy violenta] o por el hambre.