Hace unas semanas, Barack Obama decidió restablecer relaciones diplomáticas y flexibilizar aún más la política migratoria y económica con Cuba. La semana pasada Hillary Clinton prometió que, de llegar a la presidencia, terminaría con el bloqueo económico con el que hace 50 años el gobierno de Estados Unidos aisló a ese país.
En Estados Unidos quienes han hecho lo posible por evitar que ambos países restablezcan relaciones normales han expresado su abierto disgusto. Algunos de ellos son quienes de una u otra forma han medrado política y económicamente con el distanciamiento entre las dos naciones. Se han arrogado la representación de 10 millones de cubanos sin que nadie los haya nombrado como tales. En ese grupo están los legisladores de origen cubano que han chantajeado durante años al gobierno de Estados Unidos, acusando de socialistas y comunistas a quienes dentro y fuera de él han pretendido revocar una situación por demás absurda e injusta.
En Cuba está el otro lado de la moneda. El anuncio del restablecimiento de relaciones ha sido motivo de cauto optimismo entre un pueblo que ha sobrevivido con profundas carencias. El bloqueo económico y diplomático ha causado estragos en el bienestar de la población. El racionamiento de alimentos, el desabasto de energía y la precariedad de la infraestructura urbana son algunas muestras de esos estragos, pero no han sido suficientes para doblegar sus intenciones de salvaguardar lo que la revolución sí les ha garantizado: educación, salud, seguridad y dignidad ante la adversidad.
Es difícil encontrar en la isla a alguien que no esté de acuerdo con la apertura de relaciones con Estados Unidos. Pero también es difícil encontrar a quien no esté dispuesto a defender los beneficios alcanzados en la revolución. Ninguno de ellos atina a visualizar cómo será posible la transición exitosa de una economía aislada a una que abra la inversión extranjera en los más variados sectores, más allá de los relacionados con la industria hotelera y de servicios. Cómo se estructurará su peculiar sistema de comercialización de bienes que combina la economía oficial a cargo del Estado con la de individuos que actúan por su cuenta. O la forma en que se incorporará el capital del extranjero en sectores estratégicos como la producción de energía o de azúcar. Son muchas las preguntas y pocas las respuestas, pero les sobran ganas de abrirse al mundo y defender su revolución.
Una nota final, parafraseando a un isleño: «A la mayoría de los cubanos nos han enseñado a leer y nos han dado las posibilidades de educarnos y pensar, lo desconcertante es que se limite la posibilidad de actuar en consecuencia con esas enseñanzas. Estoy seguro de que son limitaciones que seguramente también superaremos».
Por Arturo Balderas Rodríguez
Fuente: La Jornada