Primero fue en Estados Unidos donde hábiles abogados reclamaron cientos de millones de dólares a las diócesis católicas por abusos sacerdotales a menores cometidos incluso cincuenta años atrás. La peculiar relación entre abogado y cliente propio del sistema americano -se reparten las ganancias-, propició una acción concertada de reclamaciones que ha llevado a la bancarrota a algunas diócesis. Los obispos pagaron dinero con tal de no ir a juicio y exponerse a la publicidad negativa correspondiente.
Pero el asunto acaba de llegar a Europa y ahora de forma sonada. Primero ha sido en Irlanda, un país confesionalmente católico y donde la coalición entre Iglesia y poder político impidieron durante mucho tiempo que se hiciera la luz sobre lo que ha sido una situación generalizada e intensa durante más de setenta años. Todos piden perdón ahora y todos están dispuestos a reparar.
La campanada mayor ha sido en Alemania donde hasta el propio Papa, cuando era obispo, tapó algún caso de pederastia sacerdotal. La estrategia es común. Cuando se sabe la noticia, lo primero es ocultarla y trasladar de parroquia al pederasta con lo que se le permite seguir haciendo de las suyas con nuevas clientelas. Todo menos hacer lo que parece obvio en caso de conocimiento de un delito, su denuncia a los Tribunales civiles.
El deseo de no perder prestigio ha llevado durante años a la jerarquía eclesiástica a incumplir esa obligación de denuncia y a ocultar los casos gestionándolos de forma lo más secreta posible. Pero en Alemania han topado con un poder político inmisericorde que está pidiendo explicaciones, exigiendo indemnizaciones y propiciando investigaciones en profundidad de una manera de actuar que estaba protegida desde el mismo Vaticano. Cuando el actual papa era encargado de la doctrina de la fe dictó un decreto universal para ocultar éste y otros delitos relacionados con la sexualidad del clero. Ha sido en el coro dirigido por su propio hermano donde se han dado más casos de abusos eclesiásticos a menores.
Y por qué esa incidencia tan ostensible de pederastia entre sacerdotes?. Se habla de 3.000 casos conocidos en la última década. Algunos, y entre ellos el propio obispo de Viena, lo achacan al celibato eclesiástico por lo que teólogos como Hans Küng postulan revisar el celibato con motivo de estas circunstancias tan comprometedores. Küng sostiene que el celibato es muy tardío en la historia de la Iglesia, que fue una influencia monacal sobre el clero ordinario y que siempre tuvo problemas. El celibato, concluye, debe ser voluntario.
Pero hay otras opiniones y la más obvia es la situación de dependencia, de poder. Los curas, las monjas, en el sistema educativo católico, tienen jurisdicción y poder sobre menores y a veces lo ejercitan abusivamente, y no sólo en el terreno sexual. Las circunstancias conocidas de algunos de esos abusos prueban no solo cómo los abusadores se prevalían de su condición de superior para obligar a los niños a satisfacer sus caprichos sexuales, sino de la facilidad con que la cadena de mando eclesiástico condonaba y ocultaba los hechos.
No es que los sacerdotes sean más pederastas, aunque también. Es que se aprovechan de esa confianza que las familias católicas les otorgan confiándoles la educación de sus hijos. Y esto es lo que requiere una revisión pedagógica. Es bueno que los maestros tengan cierta autoridad para disciplinar a los alumnos pero la sociedad no debe reconocerles una autoridad omnímoda y en todo caso, los padres deben estar cerca de la escuela para vigilar las relaciones entre sus hijos y sus tutores.
A los pederastas sólo se les puede controlar descubriéndolos, exponiendo sus conductas, no encubriéndolas. El evangélico “dejar que los niños se acerquen a mí” puede ser en ocasiones una invitación al abuso.
Por Alberto Moncada
Fuente: www.eldiariointernacional.com