La historia cambia y las personas también. La vida, de hecho, es un constante cambio y una permanente transformación. Todo cambia, todos cambiamos. Sobre ese supuesto hago la siguiente pregunta ¿Lavín –el actual Minsitro de Educación-, cambio su visión neoliberal que tenía hacia finales del régimen militar cuando en 1987 escribió la Revolución Silenciosa?
A mi entender, el Lavín de fines de los ochenta (es decir, el Lavín pinochetista) es distinto que el de hoy (el Lavín tecno-populista). En estos últimos 20 años, Lavín ha pasado muchas cosas en vida política como para no haber tenido algunas transformaciones. No tengo duda de que no puede ser el mismo; candidato al parlamento derrotado dos veces (a diputado y senador), alcalde electo dos veces (Las Condes, Santiago), dos candidaturas presidenciales derrotadas y hoy Ministro de Educación. Y decía que no era político. No puede ser el mismo. ¿Qué creen ustedes?
Políticamente es otro. Económicamente es el mismo. Sólo que legitima más que antes la acción del Estado. A mi entender, sigue siendo neoliberal igual que antes. Entonces, ¿cómo se expresa esa visión del mundo y de la economía en la política pública en educación?
Yo creo que no les interesa que la educación pública sea de buena calidad a nivel masivo. Es la tesis de los “colegios de excelencia” que plantea el Programa de Piñera y que quieren ampliar a más niños. Es una forma de elitizar un sector del ámbito público. La privatización va seguir en lo esencial; tal cual hoy. De hecho, podría profundizarse la privatización en la medida en que siga la educación municipal desprestigiándose y debilitándose. Entonces que pensaba Lavín hacia finales de los ’80 cuando escribió ese best seller.
El análisis de “La revolución silenciosa” comienza con la idea-concepto de revolución. No se trata de analizar y teorizar en torno a la revolución o a las revoluciones, sino poner atención en el uso que hace del concepto. La idea central del texto es mostrar empíricamente los cambios que han ocurrido en Chile durante el régimen militar, en el plano económico, político y cultural. Lo interesante, es observar que dichos cambios y transformaciones han sido de tal magnitud que pueden y deben describirse sin complejos ni culpas como de revolucionarias.
La idea de que fue una transformación silenciosa es otra curiosidad semántica que no quiero dejar pasar. Del texto se infiere que Lavín habla de “silenciosa” en el sentido de que esos cambios ocurrían independientemente de la gente y de la posibilidad de hacerlos consciente por el sentido común. Todo un país en silencio que observa con disimulo y miedo cómo su escenario diario de acción se transforma de modo revolucionario. Una especie de parto con mucha sangre.
El best seller de Lavín comienza con la constatación de que “durante la última década Chile ha experimentado cambios profundos, transformaciones que están modificando la forma en que la nuevas generaciones … viven, piensan, estudian, trabajan y descansan. La manera en que se visten, los alimentos que adquieren, la forma en que distribuyen su tiempo libre … Todo está cambiando … Estas transformaciones son consecuenciencia de tres factores principales : a) el drámatico cambio experimentado por la economía mundial … debido a un sorprendente desarrollo tecnológico; b) una política deliberada de integración con el mundo, iniciada en 1975, que no echó sólo por tierra las barreras del comercio, sino que amplió el horizonte de los chilenos al otorgarles acceso a información, tecnología y bienes de consumo que hasta entonces sólo conocían por sus escasos viajes al exterior; y c) un ambiente que ha favorecido la iniciativa individual … y la capacidad empresarial”.
Nuevamente, ninguna novedad. En efecto, son variados los trabajos que dan cuenta de los cambios ocurridos bajo el pinochetismo; sobre todo, aquéllos que tienen que ver con el campo económico en la perspectiva liberalizadora.
Los cambios se observan en las más diversas situaciones de la vida nacional. Los cambios atraviesan todas las clases sociales. Los cambios cruzan a todos los individuos. Desde principio a fin el libro muestra ejemplos y situaciones concretas de cómo el país y los chilenos han cambiado entre los setenta y finales de los ochenta. Todos esos cambios se observan en diez tendencias. La integración con el mundo se refiere al aumento del intercambio comercial y los efectos sobre el consumo interno expresado en más autos y más televisores o en que podamos “ver Pelotón… casi simultáneamente con la audiencia norteamericana”. Del mismo modo, mientras antes las modas llegan con cierta demora -caso minifaldas- la “revolución en el vestir” -otro signo de esa integración con el mundo- contribuye para que las modas lleguen rápidamente. Hecho en Chile dice relación al aumento de la capacidad exportadora de la empresa chilena expresada en el aumento de la cantidad de productos vendidos en el exterior. Como tercera tendencia surgen los “nuevos polos de desarrollo”, es decir, la creación de centros productivos especializados como la uva, la madera, los kiwis o los salmones. “El chileno informado” es otro rasgo de esta nueva sociedad. De hecho, los individuos del nuevo orden tienen acceso a mayor cantidad y variedad de información que durante la época anterior; sobre todo a nivel económico. Lavín escribe que “la existencia de chilenos mejor informados… y con más conocimientos de la realidad económica, constituye parte importante de esta revolución silenciosa”. La racionalización e internacionalización de la actividad empresarial y el acercamiento del gobierno –aparato público- a la gente son otras dos tendencias de las transformaciones pinochetistas. Como séptima característica se encuentra la “clientización de la economía”; es decir, la puesta en marcha de estrategias orientadas al cliente en un contexto de mercados altamente segmentados. Se trata, en definitiva, de poner en práctica acciones orientadas a satisfacer al cliente en todos aquellos aspectos que faciliten y conviertan en algo agradable –placentero- el proceso de la compra. Los nuevos negocios del sector privado –salud, pensiones, educación- y la profesionalización del combate contra la pobreza son otras dos tendencias del nuevo Chile. En último lugar, encontramos el hecho de que en esta nueva realidad las opciones de los individuos son mayores que antaño. En efecto, ahora no sólo hay más marcas de autos, más programas de televisión, más opciones educacionales o de atención médica, sino también más productos y ofertas de todo tipo. Somos, en definitiva, una sociedad de “opciones múltiples”.
El libro esta lleno de ejemplos que ilustran la gran transformación ocurrida en cada una de las tendencias mencionadas. En lo que sigue voy a poner atención sólo en aquéllos aspectos de la “revolución silenciosa” que se vinculan de modo directo con la sociedad de consumo a la chilena que emerge durante el régimen militar y se consolida con los gobiernos de la Concertación democrática. La base de la “revolución silenciosa” es la integración de Chile al mundo; “mediante una fuerte reducción de las tarifas aduaneras y el fomento a las exportaciones, se integró para compartir con el mundo no sólo productos que compramos y vendemos, sino también tecnología, cultura e información”. Se trata, en definitiva, de la base sobre la que se contruye el futuro modelo de consumo.
Ha sido silencioso, subterráneo y oscuro. Qué importa, si el fin modernizador traerá bienestar y libertad para todos; para pobres y ricos. Lentamente y ajeno a los individuos se ha ido construyendo y consolidando un modelo de desarrollo y de consumo que hará emerger un nuevo Chile; un Chile re-fundado y saneado del “cáncer marxista”. La sociedad que emerge con la “revolución silenciosa” es, sin duda, la sociedad de consumo y moderna que caracteriza el estilo de vida de los países centrales del capitalismo de punta –Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania, etc.-. Eso es, justamente, lo que ha ocurrido en Chile.
Aparece, en este momento, el consumidor en toda su magnificencia. En todo su esplendor. En efecto, la transformación de Chile ve nacer a un actor de gran relevancia; el consumidor. Ya no se trata de individuos que consumen lo mínimo e incluso un poco más –en el marco de una economía cerrada-, sino de sujetos históricos que constituyen un poder de compra y decisión que puede terminar finalmente estrangulando una economía por el sólo hecho de negarse a consumir y comprar. Es el caso de la economía norteamericana que después de los ataques de Septiembre ve disminuir su capacidad de expansión por efecto de que los consumidores frenan su gasto-consumo. En efecto, el impacto es enorme si consideramos que más del 60 % del crecimiento interno depende del consumo interno. En medio de la crisis y la desconfianza en Chile ocurre algo similar cuando se insiste en que la demanda interna sigue deprimida. El consumidor, en la nueva era, es tan o más relevante que el ciudadano que por la época reclama por su estatus. Lavín lo ubica en el lugar que le corresponde. Por ello, le dedida todo un capítulo cuando afirma que la economía y las empresas deben orientar sus esfuerzos en satisfacer el consumo de los consumidores. En esa dirección escribe que “en pocos años, la necesidad de atraer clientes… ha cambiado la forma en que los chilenos compran… A través de los servicios… la revolución silenciosa se ha masificado… con la opción de elegir entre miles de productos distintos … las compras en el supermercado se han transformado, para la familia, en un verdadero paseo … Es probable que a la entrada del establecimiento una banda de músicos entretenga a los niños, los que jugarán también en aparatos eléctricos o tendrán la posibilidad de darle la mano al ratón Mickey, al Pato Donald o a otros personajes … el padre podrá probar los licores, papas fritas o numerosos otros productos”.
Se observa, por tanto, que las empresas en un mercado altamente competitivo deben realizar todos los esfuerzos con el fin de que cada cliente y consumir realice su proceso de compra de la manera más agradable posible. En efecto, lo sustancial del asunto es que hay que vender. Cada empresa, por tanto, pone en marcha dispositivos que buscan que tal o cual consumidor compré; lo que Lavín llama la “clientización de la economía”.
Los cambios y los ejemplos –indicadores de cambio- no sólo se suceden unos a otros, sino también cubren las más diversas situaciones de la vida y del quehacer nacional; desde el cobre y los kiwis hasta los software y desde los actores políticos hasta las mujeres y niños. En efecto, un lugar destacado son los cambios que menciona a nivel de la familia y la inserción laboral de las mujeres que genera efectos relevantes sobre la emergente sociedad de consumo. De hecho, destaca que todos esos cambios –mayor ingreso, ingreso propio por el trabajo realizado fuera del hogar, etc.- llevan consigo un “incremento de los niveles de consumo de lavadoras, aspiradoras, secadoras de platos, microondas, pañales desechables e industrias de comida rápida… y grandes centros comerciales y supermercados”. Este punto es importante, por cuanto, se trata de objetos de consumo que caracterizan al tipo de sociedad que hemos venido describiendo y que comienza a emerger desde finales de los ochenta. El aumento del parque automotriz y de los televisores por hogar son otros de los objetos que comienzan a masificarse y a modificar los hábitos y los estilos de consumo de los chilenos.
Ese es el Chile que Lavín sueña. Por lo menos hace veiente años. Ha cambiado. Y si no, ¿qué pasará con la educación pública? Que cada uno juzgue.
Por Alejandro González LLaguno, www.brandmaster.cl www.bio-poder.blogspot.com
Fotografía: BBC News